Un testigo incómodo
Narrador de evidente, abrumador poderío, Günter Grass es también un poeta considerable, autor de varios libros de poemas que bastan para asegurarle un sitio en la lírica alemana de este siglo (*). La suya es una poesía narrativa, volcada hacia afuera, que cuenta el devenir de un pueblo y de un continente. Y es también, y no de modo casual, una poesía civil: el autor inserta siempre sus planteamientos en el cuadro de referencias del atribulado ciudadano alemán y europeo de esta segunda mitad del siglo XX. Grass no es didáctico como Brecht, que fue, sin embargo, un gran poeta. No moraliza, no sermonea, no propone ejemplos. Es un testigo claro e incómodo de las vicisitudes de los tiempos.Con actitud que recuerda su obra maestra, El tambor de hojalata, tanto en los versos anteriores como en los posteriores a la edición de la novela (1959), Grass levanta todas las máscaras, arranca todas las coberturas mitólogicas, diluye todas las nieblas del heroísmo y de los grandes valores. No es un poeta social, ni un poeta político, ni siquiera un poeta ideológico. Vuelvo al calificativo de civil. Esta poesía se sitúa en el punto donde saltan como chispas todas las contradicciones; de esas chispas se nutre hasta convertirlas en fuego creador.
La universalidad de los planteamientos de Grass desborda las circunstancias de su composición, y el lector puede percibir la potencia de sarcasmo, la capacidad de caricatura, la insolencia, la lucidez, la penetración de Grass, que no se devalúa ni se empobrece entre los engaños y las mistificaciones de la sociedad y de la historia. Consciente de la manipulación, de la suprema transparencia en que el poder, cualquier poder, consiste ("Nos están incubando", afirma el poema En el huevo), Grass no cede terreno ante nada ni nadie: "...el miedo huele a miedo", proclama, y se niega a admitir todas las fantasmagorías, la utilización de los sentimientos, las ilusiones de un falso progreso.
Un pensamiento sostenido y tenso es el eje en el que se asienta este discurso, que dista de ser tanto enfático como lúgubre. A veces puede resultar desagradable: la burla, el sarcasmo, el humor violento comparecen a menudo, pero lo hacen con un preciso fin terapéutico. Entre la objetividad y la lente deformante de lo grotesco, la obra poética de Grass es una constante recordación de las dificultades que la dignidad, la inteligencia y la decencia encuentran en un mundo sin amarras. Pero el escritor no desconoce tampoco la percepción poética de la naturaleza, como lo revelan algunos exquisitos poemas.
Lejos del mero contenidismo, esta poesía se articula férreamente, con modalidades diversas de enunciación. Es magistral el uso de los paralelismos y de la rima y encontramos también una exploración singular del verso libre, de ciertas técnicas dramáticas y de la lengua coloquial. Véase el autobiográfico Castillo de arena mojada. El prosaísmo de Grass se halla, por lo demás, empastado en un discurso de máxima concentración, que sabe aprovechar a fondo las texturas sonoras de la lengua alemana.
*La mejor selección poética en español de Günter Grass se contiene en Poemas, traducción de Miguel Sáenz, Visor-Alfaguara. Madrid, 1994.
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