"Mi siglo": 1937
Extracto del capítulo dedicado a 1937 de " Mi siglo", que El PAÍS publicará el día 3 en el suplemento Domingo.
Nuestros juegos en el recreo no acababan al sonar la campanilla, sino que, bajo los castaños y delante del edificio bajo de los retretes, llamado el meadero, continuaban al recreo siguiente. Luchábamos entre nosotros. El meadero, contiguo al gimnasio, servía de Alcázar de Toledo. Es verdad que el hecho había ocurrido un año antes, pero en nuestros sueños escolares la Falange seguía defendiendo heroicamente aquellos muros. Los rojos atacaban una y otra vez inútilmente. Sin embargo, su fracaso había que achacarlo también a la falta de ganas; nadie quería ser rojo, yo tampoco. Todos los colegiales queríamos desafiar la muerte al lado del general Franco. Finalmente, algunos chicos mayores nos repartieron por sorteo: con otros de 10 u 11 años, me tocó ser rojo, sin que pudiera sospechar el significado posterior de aquella casualidad; evidentemente, el futuro se insinuaba ya en los patios de recreo.De forma que sitiábamos el meadero. (...) Uno de los puntos culminantes de la lucha era la conversación telefónica entre el coronel Moscardó, comandante del Alcázar, y su hijo Luis (...). Helmut Kurella, un chico de 12 años de cara de ángel y voz en consonancia, hacía de Luis. Yo tenía que imitar al comisario rojo Cabello y pasar a Luis el teléfono. Su voz resonaba clara en el patio: "¡Papá!" El coronel Moscardó: "¿Qué ocurre, muchacho?" "Nada. Dicen que me van a matar si el Alcázar no se rinde". "Si fuera así, hijo mío, encomienda tu alma a Dios, grita ¡viva España! y muere como un héroe". "Adiós, papá. Un beso muy fuerte".
Eso decía el angelical Helmut, haciendo de Luis. Y entonces yo, el comisario rojo, al que uno de los chicos mayores había enseñado el grito final de "¡viva la muerte!", tenía que fusilar al valiente muchacho bajo un castaño en flor.
No, no estoy seguro de si era yo u otro quien se encargaba de la ejecución; pero hubiera podido ser yo. Luego seguía la lucha. Al recreo siguiente volábamos la torre de la fortaleza. Lo hacíamos acústicamente. Pero los defensores no cedían. Lo que luego se llamó guerra civil española se desarrollaba en el patio de recreo del instituto Conradinum de Danzig-Langfuhr en un solo acontecimiento sin cesar repetido. Naturalmente, al final ganaba la Falange. El asedio se rompía desde fuera. Una horda de chicos de 13 o 14 años atacaba con especial violencia. Luego, el gran abrazo. El coronel Moscardó recibía a su libertador con la frase que se ha hecho famosa: "Sin novedad en el Alcázar". Y a nosotros, los rojos, nos liquidaban.
De esa forma, hacia el final del recreo se podía volver a utilizar normalmente el meadero, pero al siguiente día de clase volvíamos a repetir el juego. Esto duró hasta las vacaciones de verano del 37. En el fondo, hubiéramos podido jugar también al bombardeo de la ciudad vasca de Gernika(...)
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.