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La imagen del cambio, marcada por los discursos tremendistas

Juan Jesús Aznárez

El jefe del Gobierno venezolano, Hugo Chávez, prepara una gira por Estados Unidos, Alemania, Italia, China y Francia para vender su proyecto, y, entretanto, agita y asusta para sintonizar con la furia del compatriota irredento. Intimida al adversario, amenaza con liquidarle si ofrece resistencia, e inevitablemente la imagen del proceso viaja al exterior a caballo de esas imprecaciones políticas y modos. Pero el comandante bolivariano parece haber entendido que la globalidad es un poder fáctico y ha hecho menos de lo que ha dicho, a juzgar por la observación de su conducta. Cierto es, sin embargo, que el ascenso de los militares que le acompañaron en el golpe de Estado fallido del 4 de febrero de 1992, por encima de compañeros de armas más arriba en el escalafón, levantó ampollas.

La asociación venezolana de empresarios adivina intenciones intervencionistas en su programa, trabas burocráticas, y miedos a la apertura minera o eléctrica. Por eso le piden claridad en su programa económico, reglas claras.

Y en este escenario todavía hilvanado, los proyectos de los grandes grupos económicos no parecen haber sido perturbados en esencia, tal como se temió cuando las tribunas de la boina roja echaban fuego contra el capitalismo depredador. "Las acciones de Chávez se parecen cada vez más a lo que hablamos en privado con él, y menos a los que dice en público", apuntan fuentes diplomáticas conocedoras del proceso.

Portavoces financieros aconsejan no escucharle, y sí mirarle las manos, trascender el tremendismo de su retórica para observar si sus medidas se ajustan a derecho. Y como los límites entre la legalidad y la legitimidad siempre son confusos en los procesos constituyentes, y el mundo de los negocios pondera siempre riesgos y beneficios a la hora de inclinarse, esos mismos portavoces financieros y ejecutivos aplaudían abiertamente cuando Chávez, en una reciente reunión privada, les explicaba que se sublevó por las armas contra el Gobierno de Carlos Andres Pérez hace siete años para atajar las arbitrariedades y abordar la construcción de una democracia entonces inexistente.

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