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Trabajar como animales con un arma en la sien

Juan Arias

Los grandes terratenientes brasileños usan un método sencillo para cazar esclavos: ofrecen trabajo remunerado a los más pobres. Luego los hacinan en camiones como si fueran ganado y se los llevan a sus inmensas fincas de miles de hectáreas. Allí, los nuevos esclavos son obligados a trabajar, siempre vigilados por hombres armados. Si alguno deja de trabajar un momento, un arma en la sien le recuerda dónde está. Como en las películas.Los terratenientes también hallan la forma de que sus trabajadores no escapen. En sus fincas hay una especie de supermercado en el que los trabajadores están obligados a comprar todo lo que necesitan, desde las herramientas para trabajar hasta la comida y la ropa. Cuando se acerca el final de mes y, por lo tanto, el momento de cobrar, la cuenta siempre es más alta que lo que le debe el patrón. Desde ese momento, los trabajadores venden su persona al propietario.

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Si intentan huir, lo más seguro es que les espere la muerte. O un calvario como el que vivió Ednaldo Silva Santos, de 32 años. Este esclavo consiguió escapar una noche; primero a pie, luego con la ayuda de un camión a cuya trasera trepó sin ser visto. Silva logró abandonar la finca, pero regresó para ver a su mujer y a sus dos hijas. Al día siguiente, la amenaza: o regresaba o nunca más vería a las niñas.Volvió, por supuesto.

Los turnos de 15 horas le hicieron escaparse de nuevo. La segunda vez el aviso fue más contundente: mataron a su hermano de un tiro en la cabeza. Y cuando Ednaldo Silva acudió a su entierro, un tipo se le acercó y le dijo al oído: "La próxima vez le tocará a tu mujer y a tus hijas". Regresó. La libertad le llegó hace tres semanas, junto a otros 20 esclavos liberados por las autoridades.

La esclavitud brasileña tiene más testigos que los que la sufren o se benefician de ella. Ruth Vilela, coordinadora del grupo de combate contra la esclavitud del Ministerio de Trabajo, es una de ellas. "Al principio mis ojos no creían lo que veían. Después llegó la indignación: los esclavos son tratados peor que los animales", asegura esta concienciada mujer de 50 años.

Venderse por hambre

El problema de fondo es terriblemente humano y desgarrador. Porque hay padres de familia en el Norte pobre de Brasil que aceptan venderse a un terrateniente "para no morir de hambre". Es el caso de José Rodrigues da Silva, de 40 años, que cayó en la esclavitud con toda su familia: su mujer María, de 33 años; sus dos hijos, Ronaldo y Marineuse, de 16 y 11 años, respectivamente; un hermano de 29 y un sobrino de 19.A la familia Rodrigues les prometieron 5.000 pesetas por desbrozar cada día un terreno equivalente a cuatro campos de fútbol. Ellos sabían que no cobrarían, pero confiaban, al menos, en comer. Esta familia, una de las rescatadas recientemente por el Ministerio de Agricultura, lleva un año sin trabajo ni esperanzas de conseguirlo.

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