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Ayudas en paradero desconocido

La desorganización y la corrupción complica las ayudas a las victimas del terremoto colombiano

Juan Jesús Aznárez

ENVIADO ESPECIALOcho años atrás, cuando Carlos Montoya cosechaba café en una finca de Armenia, la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional (ELN) pasó a visitarle y le ofreció un sueldo mensual de 15.000 pesetas por su alistamiento en la milicia insurrecta. "¿A usted le parece muy bueno que le pongan a trabajar de seis de la mañana a cinco de la tarde por lo poquito que usted se gana? Camine con nosotros y no sufra más". "Nos mostraron las armas a mí y a mi mujer, pero yo no nací para eso, yo muero en el campo".

Montoya rechazó entonces la sediciosa leva, pero durante el saqueo de supermercados y depósitos oficiales rescataba el alistamiento revolucionario, el alzamiento contra los ricos y los acaparadores, y aventuraba que ninguno padece los estragos del terremoto y que,en cambio, se acrecientan fortunas especulando con la ayuda donada por el mundo. "La guerrilla tiene razones, pero, cuando yo me vuelva malo, lo seré pa-ra mí". Montoya se volvió malo la pasada semana, y saqueó para alimentar a su familia. "Lloramos mi señora y yo como niños comentando tanta calamidad, encomendados a Dios". El Gobierno se encomienda más a la solidaridad nacional e internacional. Decretó el estado de emergencia social y económica durante 30 días, que le confiere poderes legislativos de excepción; solicitará 300 millones de dólares (unos 45.000 millones de pesetas) a los bancos multilaterales de crédito, y el presupuesto de 1999 y el Banco de la República darán otros 200 millones.

Las emisoras de radio, algunas señaladas por un ministro como culpables de ciertas protestas por soliviantar y confundir, deberán emitir en cadena partes horarios con informaciones oficiales sobre los avances en la reconstrucción. La empresa privada fue convocada a la solidaridad activa para superar un desastre que ayer pareció reanudarse con un temblor leve de 4 grados en la escala de Richter y que hasta ahora ha matado a 938 personas y herido gravemente a otras 4.117. Abundantes la generosidad y también las canalladas contra los más débiles y desgraciados. Entre 200.000 y 425.000, según los diferentes recuentos, pasaron ya a engrosar la categoría de nacionales paupérrimos.

La esposa del treintañero Wilson Arcila tiene la mirada tristísima, y la vivienda de ambos, grietas y agujeros de más de dos metros. "No hubo en Armenia una sola persona que no haya llorado por ella misma y por sus prójimos", dice Arcila. El llanto se transformó en furia cuando la indigencia conoció que penaba a la intemperie no porque no hubiera ayuda, sino porque no llegaba. El reparto es ahora más ágil, en 30 centros de distribución, y decenas de vuelos privados y militares aterrizan en el vecino aeropuerto de Pereira con 400 toneladas diarias de comida.

¿Pero qué pasó con las ayudas? Hubo robos, y probablemente las auditorías demuestren malversaciones, pero fundamentalmente retrasaron la distribución las pugnas de competencias, la desorganización, la ausencia de un mando único, establecido el jueves por el presidente Andrés Pastrana. Los suministros enviados por numerosos países quedaban represados en almacenes y terminales, a la espera de una insensata clasificación controlada por comités locales y gentes que, con la mejor intención, reñían con delegados del gobierno provincial o nacional, con alcaldes o grupos privados; todos diferían sobre las rutas, los destinatarios o las prioridades. La inexistencia de un censo de población y la dispersión de los damnificados complicó la distribución.

El diario El Espectador habla de corrupción oficial, y señala que, en un improvisado despacho del gobernador Henry Gómez y del alcalde Álvaro Patiño "se ve lo más infame del mundo. Funcionarios de la alcaldía y la gobernación despachan para sus mejores amigos las carpas que han llegado a su poder".

"Mire, aquí está la comida", señalaba el jueves Mónica Yamhure, directora de la Oficina de Prevención de Desastres. "No es fácil la entrega. Después terminamos entregándoles a los que no son, y el problema se nos vuelve peor". Un compungido vecino pidió un ataúd para dar cristiana sepultura a un ser querido y después lo vendió por 13.000 pesetas. Otro, líder de comunidad, recibió 50 bolsas de leche y las vendió al doblar la esquina. Miserables de doble condición arrebataban de un tirón las colchonetas a ancianos o mujeres que duermen sobre ellas. "Todo es burocracia, reuniones y papeles, y la gente en la calle protestando", admite un socorrista oficial.

Víctimas del terremoto que reventó el centro colombiano piden limosna con platillos en las arruinadas calles de Armenia; otros desesperados pernoctan armados al pie de sus escombros, temiendo ser robados; miles abandonan la ciudad porque nada les queda en ella, y 3.500 soldados y policías la patrullan para evitar nuevos desmanes. El presidente reclama paciencia y comprensión. "Tenemos mucha gente que atender. Necesitamos la ayuda del mundo", declaró.

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