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Tribuna
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La Revolución después de la Revolución

Casi un año después de la visita del Papa, la celebración del 40º aniversario de la revolución cubana abre un debate en La Habana sobre el sentido actual de la Revolución. Recién llegado de Cuba, Ignacio Ramonet, el director de Le Monde Diplomatique, tuvo la gentileza de presentar en Madrid hace dos semanas mi libro Y Dios entró en La Habana. Me contó que Castro está ahora interesadísimo en todo lo que afecta a la globalización y había leído, por ejemplo, cuanto Ramonet y otros analistas de las redes de información están escribiendo. La aprehensión de la globalización va a marcar el último intento de lo que queda de la Revolución cubana para sucederse a sí misma. Nacida nacionalpopular, marxistizada para adquirir vertebración de Estado de clase, implicada en la guerra fría entre la espada yanqui y la pared de los países del socialismo real, doblemente isla desde la caída del muro de Berlín, acorralada económica y estratégicamente, hasta ahora las medidas de resituación económica se han basado en el sacrificio de las masas y en la relajación dolarizada del sistema económico ortodoxo, cada vez más lejos de su majestad el azúcar y cada vez más cerca de su majestad el turismo. Políticamente la apariencia de monolitismo dirigido por Fidel Castro como pieza clave e insustituible de un ecosistema político hecho a su medida, no puede esconder ya la pluralidad de lecturas de la revolución que se hacen desde dentro de Cuba, ni la pluralidad y la cubanidad de buena parte de la débil disidencia interior y de la desmascanosizada oposición exterior. Mientras el Papa y Fidel concertaban al Espíritu Santo con el Espíritu de la Historia, en una casa de protocolo de La Habana, la plana mayor de los teóricos de la Teología de la Liberación estudiaba los movimientos papales y los analizaba con el Comandante en Jefe. En aquella casa de protocolo pude ver a Houtard, Frei Betto o Girardi preparando un encuentro balance con Fidel al día siguiente de la marcha del Papa. Algunos de los análisis de estos teólogos, así como el del más importante sociólogo de la religión cubano, Aurelio Alonso, han compendiado a lo largo de 1998 el problema de resituación de la consciencia revolucionaria de Cuba a medida que se vacía de contenido el paradigma o diseño de los años sesenta y setenta y no aparece un paradigma sustitutivo. Frei Betto habló ya en enero de 1998 de "desafíos al socialismo cubano" y no eran mínimos. Para empezar la visita del Papa, escribía, ha podido despertar el sentimiento religioso como manifestación colectiva, puede fortalecer a la Iglesia como un poder dentro de otro poder, la cuestión religiosa pasa a ser un desafío de principio para la Revolución y no una cuestión meramente administrativa, el diálogo entre Revolución e Iglesia se convierte en una exigencia de la consolidación de la unidad nacional, se corre el riesgo de que el Estado se decante hacia una Iglesia concreta, se abren espacios críticos dentro de la Revolución y se plantea la necesidad de asumir la espiritualidad como un valor revolucionario. Los desafíos para la revolución, concluye Frei Betto, consisten en cómo trabajar la subjetividad humana, la mística de la militancia y de la construcción de una nueva sociedad, la concienciación participativa de las generaciones más jóvenes, las contradicciones aportadas por la apertura del escenario internacional, la pluralidad de opiniones y de cosmovisiones.

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Giulio Girardi, otro teólogo presente en la casa de protocolo, trasmite a Gianni Miná sus conclusiones sobre lo ocurrido en el epílogo de El Papa y Fidel. Revela Girardi que el 26 de enero, ya de regreso Juan Pablo II a Roma, Fidel reúne a los teólogos en una cena para intercambiar opiniones. Frei Betto presentó a Girardi, Houtard, Ribeiro de Oliveira y a sí mismo como integrantes de la banda de los cuatro, y estaban presentes en la reunión Carlos Lage, José Ramón Balaguer, Caridad Diego, José Albezu Fraga (responsable de las cuestiones americanas del Comité Central), Felipe Pérez Roque y Chomí Miyar. Ningún teólogo de la liberación cubano, no los hay. Es preferible que los teólogos y biógrafos, aunque sean propicios, sean extranjeros. Fidel llega a la conclusión de que el éxito de la visita es una victoria de la Revolución y los teólogos consideran que más que un pulso político se ha vivido una gran fiesta de comunicación y que la siembra ideológica dejada por el Papa debería ser apostillada por una mayor apertura del debate, una mayor apertura de la Revolución y del partido.

Una lectura sociologista la aporta Aurelio Alonso en el mes de abril siguiente a la visita, mediante una ponencia presentada en el Centro Cristiano de reflexión y diálogo, ponencia que representa la posición de la inteligencia cubana crítica pero no disidente. Estamos en plena contradicción Norte-Sur, escribe Alonso, no Este-Oeste y por lo tanto vuelve a tener sentido una lectura de las relaciones de dependencia a la manera de los llamados intelectuales tercermundistas del pasado y del Che en su discurso de Argel, en el que discrepa con la lectura habitual de la lucha de clases internacional del bloque socialista. Por otra parte hay que considerar la crisis de paradigma con que acaba el milenio, crisis del paradigma del llamado socialismo real, proveniente del error, dice Alonso, de creer que el socialismo iba a ser una realidad del siglo XX. Constatar el fracaso de un paradigma socialista no debe ocultar la evidencia del fracaso del capitalismo, no sólo explícito en el desarrollo desigual del mundo, sino en los mismísimos procesos de transformación de los países de socialismo real. Alonso, presente en la batalla contra el manualismo pansoviético, desde los años sesenta, ha elaborado una línea analítica sin contradicciones: Fe Católica y Revolución en Cuba (1990), Participación Política y fe religiosa en Cuba (1992), Iglesia Católica y Política en Cuba en los 90 (1994), Catolicismo, política y cambio en la realidad cubana actual (1996). Con un rigor bianual, publicados sus trabajos en las revistas del CEA (Centro de Estudios de América) o en Temas, Iglesia y Política, con prólogo de Frei Betto, donde señala la especial situación con que termina el milenio: crisis del paradigma socialista, pero también descrédito del paradigma capitalista coincidente con su más alto punto de hegemonía.

El debate iniciado en La Habana debería partir de esta doble crisis, de su interrelación y no caer en la tentación de que hablar de la Revolución después de la Revolución se convierta en un simple juego de palabras, a la espera de que Fidel Castro dicte sentencia. Aunque resulta difícil prescindir de la sospecha de que así como el Papa es el único ciudadano que sabe si Dios existe porque es su intermediario en la Tierra, tampoco es fácil llegar a la conclusión de que Fidel Castro no se haya dado cuenta de que la revolución ya no es lo que era y que, como en los boleros, representa lo que pudo haber sido y no fue o que, como en los tangos, se haya ido con otro.

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