Pasta de maíz
El palacio Grassi opera en dos frentes expositivos. Por un lado, la delicadeza, la vanguardia, el ensayo interdisciplinar: el Picasso italianizante, Duchamp, el expresionismo social alemán. Pero en las temporadas de otoño-invierno ha mirado hacia un pasado remoto, en busca de la huella civilizadora que los antiguos nos han dejado: Los fenicios, Los celtas, Los griegos de Occidente. Se trataba de pueblos próximos o antepasados cuyos moldes clásicos y desvíos barbáricos fundan nuestra cultura europea. Pero ¿qué pintan los mayas en Venecia? ¿Mero oportunismo de las grandes empresas implicadas, un guiño paternal al Tercer Mundo? Paseando por estas bellas salas del Canal Grande, tan elegantemente presentadas como siempre (el estilo Aulenti, si bien la arquitecta y diseñadora italiana no firma en esta ocasión el montaje), me ha parecido ver un íntimo sentido veneciano en estos formidables vestigios de un pueblo, que fue grandioso y único y se apagó después comido por la selva y el hierro de los españoles. Venecia, que también tuvo un alma propia y una lengua y un arte peculiar, y un color pictórico y una geografía como ninguna otra, sigue existiendo, sí, y una gran parte de sus tesoros no está en el museo, sino in situ, aunque el minúsculo Estado que un día hizo y deshizo en el Mediterráneo y tuvo a raya a los más fieros conquistadores del Oriente hoy disponga tan sólo de 60.000 ciudadanos asediados por el turista. La laguna aún no ha sepultado a la ciudad, aunque sí a sus patricios, que hoy venden o alquilan los palacios a las multinacionales emergentes, o a los nuevos ricos con dinero sumergido. Ya hay un sadismo ornamental en el arte maya con tanta generosidad prestada por los países centroamericanos que me recuerda el gusto veneciano por el disfraz grotesco, la máscara nariguda y esa especial galería de monstruos de piedra que adornan las iglesias de la ciudad. En el caso maya, las máscaras rituales de jade y obsidiana, delirantemente barrocas en el periodo posclásico, y esa deformación de la cabeza conseguida en la infancia con vendas y tablillas, constituían los signos de la más alta dignidad religiosa y el poder de la casta distinguida.Cuentan que los primeros exploradores occidentales, al descubrir entre las lianas la arquitectura abandonada del Yucatán, hicieron cábalas: tal vez los babilonios, los egipcios o los romanos, sin que nos enterásemos, habían pasado por allí en la prehistoria. Luego se supo que no: que hay pueblos orgullosos y primordiales y efímeros. Cuando los evangelistas españoles predicaban la palabra del Dios cristiano y el dogma de la creación humana a base de barro, los chamanes mayas se reían por la noche en la catacumba, ante los niños del poblado: qué hombres iban a ser ésos, hechos del barro que la lluvia disuelve; los mayas eran de pasta más resistente. Así lo dice el libro sagrado del Popol Vuh: "De maíz amarillo y maíz blanco estaba hecha su carne; de masa de maíz eran los brazos y las piernas del hombre".
Babelia
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