Rajoy en El Hormiguero, Rajoy en el gimnasio
El expresidente funciona en la tele del mismo modo que funciona en política: porque no se enreda y, cuando se enreda, es mejor

Se presentaron este jueves en Madrid dos libros de títulos comerciales: Discursos parlamentarios de Mariano Rajoy y Discursos parlamentarios de José Bono, ambos editados por el Congreso de los Diputados. Bono eligió el Parlamento español para decir que Trump era un imitador de Hitler y Rajoy fue invitado por Pablo Motos a El Hormiguero a contar una anécdota “que no he contado nunca”, que es lo más cerca que va a estar Rajoy del lado salvaje de la vida: contar tremendas anécdotas inéditas. Cuando fue invitado por Trump a Estados Unidos, dijo, se le trató muy bien, le invitaron a comer y a dormir y se le ofreció apoyo contra el procés (el apoyo debió ser elegir a Puigdemont de president). Al irse, el embajador agradeció el trato y desde la Casa Blanca le respondieron que era el trato que merecía Rajoy porque fue uno de los cuatro presidentes europeos que no había insultado a Trump.
Insultar está mal, es feo, se dedujo como moraleja. Ir al gimnasio, sin embargo, está bien. Cuando fue al funeral de Mandela, Rajoy fue antes al gimnasio (los funerales exigen horas de pie, hay que hacer rutina de gemelos) y se lo encontró vacío con un señor partiéndose el alma en la cinta de correr. Era Obama, que al terminar lo citó en la Casa Blanca. Cuando uno se baja de la cinta después de una hora de sudada, pletórico de endorfinas, hace verdaderas locuras; si llegan a estar Los Javis en ese gimnasio, Obama los hace secretarios de Estado. “¿Está más en forma Obama o tú?”, le preguntó Motos. “Yo, sin ninguna duda”. Antes Motos le había preguntado, en su intervención más preocupada, si usaba el Falcon tanto como Sánchez. Rajoy dijo que no, y minutos después aclaró que al funeral de Mandela, en Sudáfrica, fue “naturalmente en avión”. Los presidentes del Gobierno del PP no viajan en Falcon, viajan en avión: el Falcon es una aeronave carísima y contaminante que usan los socialistas para ir a las fiestas patronales de Villazarcillo.
Vox sube sin hacer nada, dijo Motos. “Bueno, hace tuits”, dijo Rajoy. Mariano Rajoy, repitamos ese nombre una vez más. Más impresionante su carrera como expresidente que como presidente, teniendo en cuenta las que dejó liadas. Quizá el mejor momento de la noche fue cuando insistió en que hay que tener respeto por las instituciones y el programa le puso, mientras lo decía, las imágenes del bolso de Soraya Sáenz de Santamaría en su escaño (¿qué habrá sido de ese bolso?, menudo reportaje tiene) y él saliendo desconcertado de una sobremesa de siete horas mientras en una institución, una como cualquier otra, se decidía una moción de censura. Bueno, para ser sinceros, el programa no emitió esas imágenes, ni siquiera cuando dijo: “Me gusta tomarme en serio el Parlamento”
“Lo único que funciona en la vida es defender lo que uno cree”, “hay que hablar de lo que se sabe”, “hay que saber de lo que se habla”, “hay cosas que se me ocurren sobre la marcha y otras no, ahora lo que digo se me acaba de ocurrir”, “dicho esto, yo no digo nada más”. Rajoy funciona en la tele del mismo modo que funciona en política: porque no se enreda y, cuando se enreda, es mejor. Tiene una relación excepcional con la llamada lógica aplastante, y de vez en cuando la lógica, claro, lo aplasta. Le preguntó Motos quién era el mejor orador del Congreso y dijo que más complicado sería decir quién es el peor: “hay overbooking”. Ya “no hay argumentos ni razones: sólo tuits o titulares” dijo sobre los discursos parlamentarios. Recordó que volaba poco después de que en 2005 sufriese un accidente de helicóptero, pero se le olvidó decir que sobrevivió porque en el helicóptero volaba Esperanza Aguirre, que estaba en Bombay cuando hubo una cadena de atentados y en Roma cuando un terremoto dejó decenas de muertos, incluso presidía el Gobierno de la Comunidad de Madrid cuando acabaron casi todos sus consejeros en el banquillo. Ni un rasguño, nunca.
“¿Te llama Feijóo para consultarte cosas?”, le preguntó Pablo Motos. “No, para consultar no”, respondió agobiado con cara de “me llama para contarme unas chorradas que si un día lo grabo echamos la tarde, Pablo”. Salieron al acabar las hormigas y ahí Rajoy ya estuvo en su salsa: muñequitos ingeniosos movidos por manos y él batiéndose dichoso, mirándolos con cara de querer apretujarlos. Si se hubiera quedado un poco más hubiera escuchado a Tamara Falcó contando que por la mañana la despertó Íñigo Onieva diciéndole “Feliz San Valentín”. “Pero si no es hoy, Íñigo”, le reprendió ella. “San Valentín es todos los días”, contestó él. La cara que hubiera puesto Rajoy, y su retranqueira aportación, nos la tenemos que imaginar. España también es eso: las cosas que no pasan por poco.
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