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Tribuna:NOSOTROS, A LO NUESTRO.
Tribuna
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Listos y listas de bodas

Necesito que se proclame urgentemente (si cabe, por decreto) una ley de parejas que no obligue a casarse ni a convivir, es más, exigiendo como requisito el que viva sola. Les cuento por qué más adelante. Entretanto, déjenme que les diga que, el último viernes, mientras los gais y lesbianas bailaban la bandera del arco iris en la plaza de Sant Jaume, en Barcelona, y yo les encontraba vagas reminiscencias de los remeros en la escena de las galeras en Ben-Hur, puse un brazo sobre los hombros de Terenci Moix (compartíamos el honor y la solidaridad de leer el manifiesto con motivo de la Diada del Orgull Gai-Lesbic 98), mi amigo, mi hermano, y no pude dejar de comentarle: si esta libertad hubiera existido cuando nosotros éramos jóvenes...Ha sido una semana de mucho trajín, porque aparte de lo gay tenemos abierto el frente de la campaña para la recogida internacional de medio millón de firmas, que se presentarán al Gobierno, y que son necesarias para que arriba sepan que los procesos que se siguen en nuestro país contra los militares de las dictaduras argentina y chilena atañen a la gente y mucho, y que no consideramos que sus horrendos crímenes contra la humanidad hayan prescrito. La campaña es importantísima porque, por primera vez en la historia, un país, España, tiene posibilidades de juzgar a quienes cometieron genocidio y terrorismo, basándose en la legislación que así lo autoriza, cualquiera que sea la nacionalidad de los verdugos y de las víctimas. Una parte de la población de aquellos países fue exterminada, sistemática y militarmente, para extirpar de la sociedad una manera de pensar política disidente: si eso no es genocidio cometido mediante terrorismo de Estado, yo soy el pareo de Raquel Mosquera. De modo que permitan la invitación: manden sus firmas de adhesión a la Asociación Argentina Pro Derechos Humanos, Montera, 34, 2º-8, o a la Asociación Española de Derechos Humanos, Ortega y Gasset, 77. Ambas en Madrid.

Terenci y yo nos juramentamos para votar al recién recuperado Maragall en las próximas elecciones autonómicas. Quizá él no cometa la mezquina estupidez de aceptar sacar adelante para Cataluña leyes que equiparan los derechos de los homosexuales a los de los heterosexuales mientras en Madrid su grupo mantiene acuerdos con el PP que no permiten avanzar en una ley de pareja. Aparte de que seguramente Pujol espera que algún súbdito gay agradecido le vote, también puede ocurrir que, en su megalomanía nacionalista, crea el Honorable que, "dentro de la desgracia", los gais y lesbianas catalanes son de primera clase.

Este tipo de avatares solidarios y cívicos que han sucedido en nuestras grandes urbes no han logrado, sin embargo, apartarme de mi primera y principal preocupación en la vida, que ya les adelanté al comienzo: conseguir una ley de parejas para mí misma que me deje como estoy, pero, ah, amigos y amigas, con derecho a lista de bodas. Hasta hoy no había experimentado nada así, no había sentido el profundo alfilerazo de la envidia horadando mi costado, ni el insomnio que produce la ansiedad desvelando mis noches. En fin: que si bien resistí la tentación de la dichosa lista cuando se casaron Roci-Hito o Laurita Dibilditos (e incluso supe comprender que los regalos que les hicieron a las infantas por sus enlaces nunca estarían a mi alcance: su reino no es de este mundo, me dije, a modo de consuelo), he caído de fauces irredentas ante la lista de bodas (en este caso, la llamaría tonta, rompiendo la tradición) de Eugenia de Alba y Fran Rivera.

Uno de mis entretenimientos favoritos consiste en husmear en las tiendas de regalos nupciales, en donde podemos hallar no sólo la clave del comportamiento de ciertas clases sociales, sino, además, un buen rato de solaz. Bien. En el enlace Alba-Rivera no hace falta ir personalmente a los establecimientos. Basta con leer los precios, que han hecho públicos las revistas, para deducir, por ejemplo, que en su mansión habrá un lugar preferente para el estilo Luis XIV. Es que ya me veo. Yo, sentada en un conjunto de sillones capitoné de millón y pico, junto a un jarrón oval para decorar de casi 80.000, con un neceser de casi 40.000 en las rodillas, contemplo amorosamente un escritorio de nogal de 899.000 pesetas y, suspirando, me pregunto cómo encabezaré la próxima carta que pergeñaré en el mencionado mueble: Querido toro enamorado de la luna, dos puntos. Quizá.

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