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Preso en el convento

El fraile Antonio Puigjané cumple condena por el asalto al cuartel argentino de La Tablada en 1989

La apacible tranquilidad del convento capuchino de Santa María de los Ángeles, en el barrio bonaerense de Coghlan, quedó truncada súbitamente cuando una voz anónima advirtió a través de la línea telefónica: «Si no sacan a ese terrorista de aquí, les pondremos una bomba». El viernes, los siete religiosos que viven en el monasterio habían acogido con los brazos abiertos a un nuevo inquilino procedente de la cárcel. Fray Antonio Puigjané, un monje capuchino de larga barba y aspecto venerable, sentenciado a 20 años por el asalto al cuartel de La Tablada (enero de 1989), salió de la prisión de Ezeiza. La ley le permite, al alcanzar los 70 años, cumplir el resto de la condena en situación de arresto domiciliario. Sus compañeros de la orden de los capuchinos se presentaron ante la justicia como garantes de la continuidad de su detención en el convento.Su padre, Juan Daniel Puigjané, natural de Igualada (Barcelona), llegó a Argentina a principios de siglo. En plena dictadura, los militares se lo llevaron el 8 de septiembre de 1982. Nunca más supo de él. El padre Antonio inició una larga trayectoria «para acercar el evangelio al pueblo» en la provincia de La Rioja. En Anillaco, pueblo natal de Carlos Menem, conoció en su época de párroco al actual presidente argentino. En el confesionario tuvo el primer contacto con las Madres de la Plaza de Mayo. «Me impactó tanto su dolor que creí que tenía que acompañarlas en su lucha. Realizábamos ayunos, retiros, fiestas, y cada jueves iba a la plaza a reclamar por sus hijos desaparecidos», recuerda.

Al término de la dictadura, fray Antonio Puigjané hizo unas declaraciones que levantaron ampollas entre sus superiores. «Dije que, como Iglesia y como jerarquía, habíamos sido cómplices de la dictadura y responsables, en parte, de las torturas y la represión». El arzobispo de Buenos Aires, cardenal Juan Carlos Aramburu, exigió su inmediata salida de la capital. Fue desterrado a la pequeña localidad de La Cumbre, en la provincia de Córdoba, a condición de que actuara con prudencia. De regreso a Buenos Aires comenzó a trabajar con el Movimiento Todos por la Patria (MTP), que aglutinaba a sectores de la izquierda radical. «Era la mejor forma de ayudar al pueblo. Consideré que había que entrar en la política para hacer llegar el evangelio a la vida y a la sociedad. Los partidos tradicionales eran muy corruptos». Formó parte de la dirección del MTP, que, ante los rumores de que se avecinaba un golpe militar, decidió una acción desesperada: tomar por asalto el cuartel de La Tablada. El padre Antonio asegura que nunca tuvo conocimiento de tal decisión y que sus compañeros no se la comunicaron para respetar su condición de sacerdote. «Nunca he reivindicado lo que ocurrió en La Tablada, sólo reivindiqué a los compañeros que se jugaron la vida ante el avance de los militares». El asalto le costó la vida a 39 personas -28 atacantes y 11 militares-, y otros cuatro activistas del MTP están desaparecidos. Seis días después, Antonio Puigjané se presentó voluntariamente en el Palacio de Justicia, donde fue detenido. El tribunal impuso severas condenas a los acusados. Hubo 15 sentencias a cadena perpetua, entre ellos los españoles Sebastián Joaquín Ramos y Luis Alberto Ramos, que en un futuro próximo serán trasladados a España para cumplir la condena. Los jueces consideraron que, como dirigente del MTP, Puigjané formó parte de la operación y le condenaron a 20 años.

Amnistía Internacional le declaró preso de conciencia y diversas organizaciones humanitarias iniciaron una incansable campaña internacional en favor de su liberación.

En el convento de Santa María de los Ángeles, el fraile preso recibe estos días constantes visitas de amigos y fieles que le profesan auténtica admiración. Vestido sencillamente -tejanos, zamarra y sandalias-, el padre Antonio comparte un mate y confiesa con voz suave que en su nueva reclusión cada día se siente un poco más libre. «Las cárceles tendrían que ser como esto, donde se me trata bien, con mucho respeto, aunque haya gente que piensa de manera diferente». Tiene por delante diez años y medio de condena, pero no pierde la esperanza: «Creo que en algún momento Menem nos indultará».

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