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El drama de los hermanos Bianco

Dos de las cinco podrían ser sus madres. Se llamaban Estela Dorado, Valeria Beláustegui, Ana María Lanzilloto, Beatriz Recchia y Silvia Quintela. En 1976, 1977 y 1978, ellas y muchas otras entraron atadas a las camillas y con los ojos vendados a la sala de partos del Hospital Militar de Campo de Mayo.Allí, entre otros, nacieron una niña y un niño. El médico militar que atendía a las mujeres secuestradas, Norberto Bianco, y su esposa, la profesora de bioquímica Nilda Susana Werhli, se quedaron con ellos y los llamaron Carolina y Pablo.

Los testimonios sobre lo que sucedía en el campo de concentración que funcionaba en la guarnición militar de Campo de Mayo, aseguran que «Bianco las traía personalmente desde El Campito, por donde habrán pasado unos cinco mil desaparecidos. Las traía atadas de pies y manos y las dejaba en el pabellón de Epidemiología del hospital. Los partos se atendían en la enfermería de la cárcel de encausados de Campo de Mayo o en la sala del hospital. Si no eran espontáneos, se hacían casi siempre de noche, con cesárea. Se oían llantos y gritos. Los hijos eran inmediatamente separados de sus madres y a ellas, todavía convalecientes, se las llevaba a los hangares de la pista de aviación de Campo de Mayo. El propio Bianco llevó a algunas en su coche».

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Un enfermero que vivía en un barrio cercano a las pistas de la guarnición dice que un avión «del tipo Hércules» despegaba algunas noches, entre las once y las doce, con dirección sureste, hacia el río, el mar... Por comentarios supo después que en esos vuelos «se llevaban a los subversivos para arrojar sus cuerpos desde el aire».

Pero Carolina dijoayer desde Paraguay -una vez más- que «no», que esa no es su historia y que, si es, no la quiere escuchar. Por eso no va a regresar por su propia voluntad a Buenos Aires ni se va a someter a ningún análisis genético que pueda demostrar a cuál de todas las familias pertenece. Para ella, sus padres son los Bianco.

Otros hijos, los mellizos Reggiardo Tolosa, recuperados por sus abuelos legítimos, atraviesan a tientas la misma noche, la misma niebla. A veces lloran sin lágrimas y aseguran que cuando tengan la mayoría de edad volverán a vivir con su familia de crianza, los Miara, los que les ocultaron su identidad más de diez años pero estaban ahí, junto a ellos cuando eran niños y parecían sus padres.

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El año pasado, cuando los miembros de una de las familias involucradas quisieron conocerla y viajaron a Paraguay, Carolina se encerró en su casa y se negó a recibirlos. Carolina y Pablo fueron obligados a casarse muy jóvenes en Paraguay para que allí se los reconozca como ciudadanos emancipados y libres. Esa fue la última trampa legal que tendieron los Bianco para impedir que les extraditaran y los sometieran obligatoriamente a los análisis de ADN. Dicen, los que estuvieron allí, que Carolina lloraba. También ellos. Pero que no pudieron hablar. Quién puede. Son demasiados gritos ahogados en la garganta de este país.

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