La justicia argentina busca a los culpables de cerca de 200 secuestros de niños en la dictadura
Jorge Rafael Videla, el general que encabezó la dictadura más feroz de la historia argentina tras el golpe de Estado de 1976, permanecía ayer detenido e incomunicado en una celda de la comisaría suburbana en el barrio residencial de San Isidro, al norte de Buenos Aires, a la espera de que el juez federal de este distrito, Roberto Marquevich, ordene hoy el traslado a su despacho, a dos calles de allí, para tomarle la primera declaración. Videla fue arrestado y procesado bajo acusación de ser el «autor mediato» de los delitos de «sustracción y ocultamiento de menores de edad y falsificación de documento público».
«Puede haber más gente involucrada», declaró el juez Marquevich cuando se le preguntó si estos procesos podrían afectar a otros ex jefes militares. El magistrado dispone de diez días para decidir si ordena la puesta en libertad del ex dictador argentino o si dispone de su ingreso en prisión. El juez Adolfo Bagnasco investiga otras 185 denuncias presentadas por los mismo delitos.Videla, que ya había permanecido poco más de seis años en un cuartel militar cuando en 1985 un tribunal civil le condenó a reclusión perpetua por 66 homicidios agravados, 306 secuestros, 96 casos de tortura, cuatro de tormentos seguidos de muerte, además de 26 robos, y fue beneficiado con el decreto de indulto que el presidente Carlos Menem firmó el Día de los Santos Inocentes en diciembre de 1990, puede volver a prisión por una pena estimada como mínimo en tres años y como máximo entre quince y veinte años. A pesar de que en 1985, cuando fue condenado a reclusión perpetua, el tribunal le absolvió de las acusaciones de «sustracción de menor, reiterado en seis oportunidades», Videla puede ser procesado ahora nuevamente porque esos delitos no prescriben y se ha probado que existió un plan sistemático para apoderarse de los niños nacidos en cautiverio.
El juez Marquevich ordenó el arresto en el curso de la investigación iniciada tras las denuncias de la organización Abuelas de Plaza de Mayo, que reclamaban por los niños nacidos entre 1976 y 1977 en El Campito, el centro clandestino de detención de personas que funcionaba en la guarnición de Campo de Mayo, al noroeste de Buenos Aires, bajo la jurisdicción del Ejército de Tierra que Videla comandaba desde 1975. El juez reunió cuatro expedientes que involucran a los que entonces eran cinco menores de edad. Dos de ellos, Carolina, que actualmente tiene 22 años y Pablo, de 20, fueron inscritos como propios por el mayor del Ejército y médico Norberto Bianco, que trabajaba en el Hospital Militar Central de Campo de Mayo y se ocupaba de atender el parto de las mujeres secuestradas en un avanzado estado de gravidez.
Extradición
Bianco y su esposa, Susana Wehrli, huyeron a Paraguay en 1986. La Corte Suprema de Justicia paraguaya ordenó el arresto domiciliario y concedió la extradición de la pareja, pero sus abogados defensores lograron demorar el regreso a Buenos Aires hasta el pasado año. Desde entonces los Bianco permanecen en prisión. Ellos han reconocido ante el juez que Carolina y Pablo no son sus hijos y que falsificaron sus documentos, pero niegan que se trate de hijos de desaparecidos. Según Bianco, Carolina les fue entregada por la supuesta madre, que nunca apareció, y Pablo por la empleada doméstica que trabajaba en la casa de «unos amigos». Para impedir la extradición de Carolina y Pablo, los Bianco indujeron a sus supuestos hijos a que se casaran en Paraguay, donde ya se les considera «libres y emancipados». Carolina tiene dos hijos y Pablo, uno. Ayer, desde Paraguay, Carolina decía en las entrevistas que le hicieron las emisoras de radio argentinas que no iba a regresar al país y que «de ninguna manera» se iba a someter a «ningún control» de laboratorio para determinar el ADN. Para ella, sus padres son los Bianco.El «Videla preso» de los titulares se repetía ayer en Buenos Aires como una noticia que aún esperaba ser confirmada. Es tanta la desconfianza de la opinión pública en la justicia que las primeras reacciones de la oposición fueron de incredulidad.
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