Héroes de madrugada
«Nos jugábamos mucho y tuvimos que poner toda la carne en el asador». José Antonio García, de la comunidad de regantes del canal de Isla Mínima de Villafranca del Guadalquivir (Sevilla), recuerda así cómo los arroceros de la zona echaron una mano en las tareas de conducción de la riada tóxica en un intento desesperado por salvar sus cosechas. Aunque la rotura de la presa se produjo a las cuatro de la madrugada del sábado pasado, José Antonio empezó a funcionar a las 10.00: «No nos avisaron antes». «Todas las máquinas de los agricultores se pusieron a trabajar», cuenta ahora, «porque había que impedir que la riada, negra y de mal olor, llegara a las explotaciones». Y lo hicieron con tierra porque las compuertas no funcionaron. «Cuando lo denunciamos (el mal estado de las compuertas) no nos hicieron caso», lamenta.
José Antonio fue uno más de los muchos arroceros que ayudaron en las primeras y frenéticas horas en las que se intentaba reconducir la riada. Todo ello sin contar a los más de 100 efectivos de las distintas consejerías de la Junta, el Parque de Doñana o Guardia Civil que de manera intensa estuvieron al pie del cañon desde las cuatro de la madrugada del sábado. Muchos de ellos en turnos rotatorios para poder mover las 14 grandes máquinas -palas, retroexcavadoras, tractores y vehículos de carga- que sólo perseguían un objetivo: levantar muros de arcilla recogida de las marismas y en zonas próximas, para salvar el corazón de Doñana. Todavía ayer continuaban los trabajos.
Paralelamente, la actividad era intensa en la mina. Técnicos y personal de la Junta conseguían cerrar a las 18.00 horas del domingo la brecha abierta en la presa. Los ocho metros de altura del tapón no daban por concluido el trabajo.
«Ahora nos queda impermeabilizar todo con arcilla para cerrarlo totalmente», explicó Faustino Valdés, jefe del servicio de Protección Civil. La actividad se extendió de forma frenética a los ayuntamientos de la zona. En Aznalcázar, el teniente de alcalde, Domingo León, resume cómo avisaron a agricultores y vecinos: «Fue una locura colectiva controlada. Los niveles de adrenalina eran altísimos». Al final, el agua, por llamarla de alguna manera, llegó, y pasó. «Pasó justito, justito, pero pasó», recuerda.
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