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Tribuna:EL CICLO DE PINOCHET
Tribuna
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Los inventos de la historia

Edwards sostiene que Pinochet era el más militar de todos y que su Gobierno se caracterizó por una continua revancha con el pasado

Ya había trabajado durante años en la diplomacia chilena: me había tocado recibir misiones militares en Perú, en Cuba, en Francia; había tenido diversos contactos oficiales con el Ministerio de Defensa, pero nunca, antes de escuchar las noticias de la televisión española en la noche del 11 de septiembre de 1973, había sabido de la existencia del general Augusto Pinochet Ugarte. Distracción mía, sin duda, puesto que el general había asumido el mando del Ejército un par de semanas antes, pero yo me encontraba de vacaciones en el sur de Barcelona y el cambio de mando había ocurrido en una ceremonia puramente administrativa, semiclandestina, que había interesado a muy pocos dentro o fuera de Chile.La figura se fue definiendo muy pronto, con señales claras, y que observadas desde España, en los tiempos finales del general Franco, resultaban más claras todavía. Muchos amigos trataban de echarse tierra a los Ojos. "Es un general mediocre", decían. "No podrá soportar la presión interna e internacional. No tendrá más remedio que llamar dentro de algunos meses a nuevas elecciones". Por mi parte, fui muy pesimista desde los primeros días, como lo demuestran los textos que publiqué en Le Monde y en la vieja revista madrileña Triunfo, y poco faltó para que me acusaran de alta traición. Era difícil elegir entre la agitación y la lucidez, y muchos pensaban que la agitación permitiría encontrar una salida más rápida. Observo el ambiente del Chile de estos días, el que ha rodeado la entrega del poder militar por Pinochet, y llego a la conclusión de que algunos todavía parecen creer lo mismo.

En aquellos meses finales de 1973 pensaba a menudo en una conversación de mis años de estudiante con don Américo Castro. Estaba en Estados Unidos, en la Escuela de Asuntos Públicos de la Universidad de Princeton, y Claudio Guillén me llevó a visitar al viejo profesor exiliado y ya retirado. Eran los comienzos de 1959 y don Américo habló con notable elocuencia del pasado y del presente de España. Recuerdo una de sus afirmaciones de un modo casi textual: "Si usted considera", dijo, "que cada fracción de la izquierda española, con sus divisiones y sus errores, es la pieza de un mosaico, y si junta todas esas piezas, el mosaico le dará la cara de Francisco Franco".

¡Poderosa imagen! ¿Cuáles fueron las piezas del mosaico, me preguntaba en los días dramáticos de finales del año 1973, que dieron como resultado la cara grisácea, que al comienzo parecía salida de las nubes, de Augusto Pinochet? Las divisiones de la izquierda chilena, desde luego, que hacía poco honor a su nombre de Unidad Popular, fueron determinantes. Pero había muchos -otros factores.

En el balance de hoy, creo que un elemento decisivo fue la seguridad. La clase media del país, que había crecido a lo largo de las últimas décadas y que había sido uno de los secretos de su estabilidad democrática, llegó a sentirse profundamente amenazada por la experiencia del allendismo. Las tomas violentas de propiedades rurales y urbanas, las intervenciones de empresas medianas y a veces pequeñas, el desorden de la calle, hirieron resortes esenciales. La clase media se sintió amagada en sus bienes, en su modo de vida, hasta en el futuro de sus hijos.

Me tocó presenciar en París una conversación entre Jacques Duclos, senador comunista, ex estalinista, pero viejo zorro político, y Pablo Neruda, entonces embajador chileno. Duclos, que acababa de regresar de Santiago, dijo: "El problema central del Gobierno de Allende es evitar que la clase media se convierta en base de apoyo para el fascismo". El problema se hacía cada día más evidente, pero se enfocaba con criterios enteramente contradictorios. La brutal aparición de las Fuerzas Armadas y del general Pinochet se produjo en un escenario de crisis aguda, de vacío casi completo de poder.

Pinochet puedo haber sido un personaje opaco, de segunda fila, hasta el atardecer de ese 11 de septiembre, pero la Historia está llena de sorpresas, de inventos, de trampas. Juzgar los hechos históricos por las apariencias es una manera segura de equivocarse. A poco andar, Pinochet demostró condiciones políticas importantes, que sorprendieron a muchos de sus mismos aliados: astucia, tenacidad, paciencia, ideas simples y claras, capacidad de decisión, don de mando, implacable dureza. El hombre despejó su terreno y se las ingenió para sacar pronto del poder a los personajes que le creaban problemas.

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Escogió con buen olfato a colaboradores jóvenes, desconocidos, que lo sirvieron con eficacia en ministerios claves, en el poder municipal, en la policía y hasta en la prensa. Así consiguió poner en marcha una síntesis temible: una economía de mercado, que exigió hacer en poco tiempo reformas radicales, apoyada en forma indirecta y subterránea por todo un sistema de terror político. Siempre, al observar al general Pinochet en acción, me asombró su apasionado rechazo del Chile anterior a su régimen. Algunos creyeron con ingenuidad que había intervenido, que se había "pronunciado" al mando del Ejército, expresión que volvió a utilizar ahora en su revelador discurso de despedida, para restablecer las cosas en la situación anterior al Gobierno de Salvador Allende. La verdad, sin embargo, es que las decisiones de Pinochet, casi siempre, con muy pocas concesiones, tuvieron una orientación básicamente contraría a lo que fue el país de las décadas anteriores, sobre todo después de 1920.

El único periodo que aceptaba sin excesivos reparos era el de la dictadura. del general Carlos Ibáñez, entre 1927 y 1931. Como la economía anterior se caracterizaba por una alta inflación, una de sus grandes prioridades fue la lucha antiinflacionista.

Los jóvenes monetaristas de la Escuela de Chicago, sin darse cuenta, coincidían en este aspecto con una de sus fobias. Combatió, en seguida, el estatismo de épocas pasadas por medio de las privatizaciones, de una drástica apertura al comercio exterior, de medidas frontales contra el burocratismo. No creo que un grupo de nuevos economistas haya surgido de la nada y le haya impuesto estas ideas casi por sorpresa. Por último, el país de antes de 1973 era político hasta la médula, a veces politiquero, y la percepción del rol de los militares solía tener matices burlones, desdeñosos. A menudo, el general Pinochet parecía operar con un apasionado espíritu de revancha contra los políticos civiles.

En estos días, en su discurso de despedida en la Escuela Militar, invocó su condición de restaurador de la democracia. Me imaginé, mientras lo escuchaba, que pensaba en una utópica democracia sin partidos, sin políticos, sin candidatos, sin elecciones. ¡Quizás en la de Solón de Atenas!

Otro rasgo que define al personaje quedó en evidencia en dicho breve discurso. El hombre evocó lleno de nostalgia, con la voz quebrada, con lágrimas en los ojos, el momento en que llegó a la otra Escuela Militar, la del vetusto edificio con torreones de ladrillo del barrio bajo de Santiago, hace la friolera de 65 años. Pues bien, eran los años que siguieron a la caída de la dictadura de Ibáñez, años en que los militares no podían usar el uniforme porque los insultaban en las calles. El joven Pinochet, al ir así contra la corriente, demostraba una vocación a toda prueba.

Cuando lo vimos aparecer por primera vez un 11 de septiembre, hace un cuarto de siglo, no sabíamos que era el más militar de todos. Si lo hubiéramos estudiado, habríamos descubierto que dedicaba sus ratos de ocio a leer e incluso a escribir mamotretos militares. Aunque parezca extraño, es uno de los jefes del Estado chileno que más ha leído y más ha escrito, pero siempre dentro de un tema, con obsesiva especialización. El asunto nos permite reflexionar ahora, con miras a su futuro de senador vitalicio. ¿Qué hará un hombre tan militar encerrado en sus años crepusculares en un recinto tan civil, tan político, tan abierto a todos los debates de este mundo? ¿No se convertirá, a pesar suyo, en una extravagancia, en un anacronismo viviente? ¿No nos recordará, una vez más, para cerrar el ciclo, aquella figura borrosa de vísperas de aquel 11 de septiembre de 1973?

Jorge Edwards es escritor chileno.

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