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Bienaventurados los grandes...

La revancha de las sociedades frente a los Estados, liberadora de energías y creadora de dinamismos en el ámbito interno, está generando en la esfera mundial turbulencias de inestabilidad, sin contrapartidas positivas hasta el momento. Pues frente al funcionamiento de los Estados como centros de imputación inequívoca de un acontecer internacional sometido a ciertas reglas -de geopolítica y relaciones intemacionales-, la multiplicación de actores mundiales, con frecuencia de perfil difuso y en ocasiones de intervención oscura, moviéndose sin pautas ni referencias comunes e incapaces, a pesar de su destino de protagonistas mayores, de inscribirse con sentido en un marco global, sólo puede producir vacío, un inmenso espacio vacío -tierra de nadie- destinado a caer en el zurrón del Estado que más pueda. Lo que, en un espacio, como acabo de decir, sin reglas y en un tiempo sin principios, en el que los Estados han sustituido las conquistas territoriales por las de porcentaje de mercado y han confundido el interés nacional permanente con el interés coyuntural de las empresas, hace coherentes los comportamientos de los grandes Estados esta última semana.EE UU, como siempre, recordándonos que lo que es bueno para sus bolsillos es bueno para el mundo, negándose a suscribir el Tratado sobre la prohibición de las minas antipersonas que 125 Estados han firmado en Ottawa y confortando con ello la negativa de Rusia, China e Israel de adherirse a él. EE UU también, en Kioto, en la cumbre del clima, asociado con Japón para marear la perdiz a propósito de la "burbuja europea", las trading missions, etc., digo todo tipo de maniobras diversivas cuyo único objetivo es que para ello nada cambie. Allá los otros con sus utopías. Que la emisión de gas carbónico haya aumentado un 3,4% en un año en su país, que el aumento, en cinco años haya sido del 30% en China e India, del 20% en Brasil, del 8% en Japón no les preocupa. Lo único que cuenta es que sus industriales estén contentos. En fin, nada nuevo. Recordemos los 15 años de negociaciones para declarar los fondos marinos patrimonio común de la Humanidad y que terminaron así, en el fondo del mar. Los países del Norte capitaneados por EE UU se negaron en 1982 a firmar el Convenio sobre el Derecho del Mar y autorizaron a sus compañías, mediante medidas legislativas nacionales, a comenzar inmediatamente la prospección de los fondos marinos en busca de nódulos polimetálicos. Se trataba entonces y se trata ahora, de que esos grandes espacios comunes no sean de todos, res communis, decían los clásicos, sino de nadie, res nullius, es decir, el más fuerte. La última semana, tan fecunda en indignidades institucionales, hemos presenciado, con ocasión de la Directiva comunitaria relativa a la publicidad del tabaco, la movilización de Alemania y el Reino Unido, en favor de sus compromisos caseros. Alemania para que pudiese continuar la publicidad en la prensa escrita, el Reino Unido para conseguir una moratoria publicitaria en las competiciones automovilísticas. Al igual que en los viejos tiempos inmortalizados por la teoría de la dependencia, los dominadores poniendo firmes a los dominados.

Todo esto cuando justamente los nuevos antagonismos sociales, las guerras económicas que no cesan, las rupturas políticas que se multiplican, la quiebra del viejo orden internacional que nada sustituye, la generación de la violencia, la aceleración de la dinámica desagregadora de los Estados, coexistiendo conflictivamente con la dinámica de las reconstrucciones comunitarias, la inicua legitimación de las desigualdades entre personas, pueblos y países, la imposible afirmación simultánea de los intereses particulares y del destino humano común, la radicalización del desafío que representa el crecimiento demográfico y la preservación de la naturaleza hacen más imperativo que nunca el primado de una ética planetaria que pueda dar sentido a la sociedad civil mundial.

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