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El hueco dorsal

Vicente Molina Foix

Teníamos en casa, como muchas familias ilicitanas, una Dama, y yo me empinaba por detrás para verle el agujero de la espalda. La Dama de mi casa era igual de solemne que la original, pero más sólida: en bronce, y sobre pedestal de mármol trabado. Como soy el único ilicitano nato de mi familia, desde niño se me inculcaba que yo debía tener un cariño especial a la Dama, pero a mi esa mujer con ruedas de marciana en la cabeza y ojos tristes me daba entonces miedo. Cuando no había adultos en la sala, yo esquivaba el frontal adornado y le miraba el agujero posterior que años después, leyendo un manual de arte, supe que se llamaba la oquedad dorsal y pudo haber contenido cenizas.La anécdota general ya se sabe: celebra Elche ahora los 100 años del descubrimiento de un hermosísimo busto ibérico de más de 2.000 años de edad o -según la teoría del profesor americano Moffitt- de una primorosa falsificación neoprimitiva, y la celebración se hace en ausencia de la celebrada, denegado su préstamo por el ministerio -en lo que parece grotesco juicio salomónico- a pesar de lo maciza y sana que está la estatua de piedra frente a la frágil y muy dañada tela del Guernica. La Dama de Elche ha sido una efigie que más que cenizas ha acarreado símbolos. Sirvió en el momento de su aparición, cuando se fraguaba el desastre psicosocial del 98, como paliativo mítico de una conciencia nacional malherida y recortada; volvió desde el Louvre hasta el Prado, en un hábil cambalache con el Gobierno de Pétain, para dar un bálsamo de orgullo a la España de la primera posguerra, y yo la recuerdo como carátula muchos años de los billetes del Banco de España y lámina en los libros del bachillerato.

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¿Qué pasaría si haciendo caso a Moffitt -cuyo libro no merece el desdén macabeo- se estudia a fondo la estatua y resulta ser sólo del siglo XIX? El iberismo, esa cultura tan nebulosa, perdería una de sus grandes bazas, pero nuestra escuálida historia del arte moderno ganaría una obra maestra, un gran artista desconocido y un singular precedente de las vanguardias. La Dama viajaría desde el Arqueológico al Reina Sofía, como ha propuesto Juan Antonio Ramírez, o tal vez al propio Museo de Arte Contemporáneo de Elche, y los ilicitanos me parece que no se verían muy perjudicados. Elche cuenta con dos incomparables y muy potentes esencias, el misterio y los bosques de palmeras, que ya colman con creces los anhelos de identidad formal de un pueblo, y respecto a la Dama... Bueno, por eso de su hueco dorsal y la costumbre de postular para los negritos en el día del Domund, yo de niño llegué a creer que era una hucha gigante. Y tal vez no me equivocaba, ya que de ella desde el señor francés que la compró hasta Franco y los especialistas en Bellas Artes han sacado bastante más provecho que sus sufridos conciudadanos, que sólo disfrutaron de tan bella compañía 15 días de otoño de 1965.

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