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JUAN LUIS CEBRIÁN INGRESA EN LA REAL ACADEMIA ESPAÑOLA

Memoria sobre algunos ejemplos para la transición política en la obra de don Gaspar Melchor de Jovellanos

Juan Luis Cebrián

La figura de Jovellanos, ocupante temprano de la "V" que hoy heredo, me reclamaba desde esa inquietante expresión que muestra en el famoso retrato de Goya. ¿Cómo no sucumbir a su embrujo? Me tocaba suceder, al cabo de doscientos años, al mejor y más representativo miembro de nuestra Ilustración. Un reformista y un modernizador, palabras que todavía suenan como símbolos de rebeldía en esta España tan proclive a resistirse al progreso. Un sano espíritu liberal, que hizo compatible la moderación de sus convicciones con la energía a la hora de defenderlas frente a los ataques de la envidia y el odio. Demasiadas coincidencias con nuestra historia reciente, y me temo que aún con la por venir, para no usar de ellas.Es frecuente confundir o equiparar a los intelectuales con la oposición política; no con la alternativa a tal o cual partido, sino con una contestación radical a la estructura jurídica y social, a la que por otra parte pertenecen. Pero es una injusticia incurrir en tal equívoco. Los intelectuales son la conciencia crítica de la sociedad, no una nueva y diferente opción de gobierno. Jovellanos participó en gran medida de estas características y sus contradicciones se agigantaron por las dificultades que encontraba para acomodar esa conciencia crítica, a veces expresada de forma radical e inmisericorde, con las necesidades de su rango o con su pragmático posibilismo. Como hombre de Estado superaba con mucho a cualquiera de sus concurrentes, amigos o enemigos, pues gozaba de una fortaleza ética que le convertía en incombustible frente a las intrigas de sus adversarios. Pero la misma firmeza de sus criterios le hacían insoportable el yugo del compromiso, la renuncia y aun la humillación que comporta el ejercicio del poder. Decidido a romper con el despotismo ilustrado de la época, su talante innovador y su celo contrarrevolucionario dotaron a toda su existencia de una condición cuasi dialéctica, premonitoria en muchos aspectos de las tensiones violentas y visibles que acumuló el devenir de España durante el siglo pasado. ( ... )

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Siendo tan abundante y dispersa su obra, mi propósito se ciñe aquí y ahora a contemplar tres aspectos muy concretos, ilustrativos del talante modernizador del personaje. Son cuestiones que mucho tienen que ver con la actualidad de nuestros días o con mi condición de periodista y de profesional dedicado a los medios de comunicación: su actitud hacia la mujer, que le ha merecido el apelativo de feminista; la Memoria sobre los espectáculos públicos, de rabiosa vigencia en un mundo cada día más gobernado por Hollywood, y su frustrado intento de publicar un periódico económico. Del análisis, obligatoriamente somero, de estos temas emergerá la figura de Jovellanos como precursor y como hombre de transición, prendas por las que tuvo que pagar un alto precio. ( ... )

Es evidente que en éste, como en tantos otros puntos, don Gaspar sufría la confusión dialéctica entre las exigencias de la educación adquirida ( ... ) y las de su ambición de construir un sistema de convivencia basado en la razón y en el derecho. En cualquier caso, la lucha por la liberación de la mujer suele acompañar la mayoría de los momentos revolucionarios de la moderna historia de la humanidad. Naturalmente, sus protagonistas son víctimas frecuentes del exceso utópico y del radicalismo violento que toda revolución conlleva ( ... ).

"El estado de libertad es una situación de paz, de comodidad y de alegría; el de sujeción lo es de agitación, violencia y disgusto; por consiguiente, el primero es durable; el segundo, expuesto a mudanzas. No basta, pues, que los pueblos estén quietos; es preciso que estén contentos, y sólo en corazones insensibles o en cabezas vacías de todo principio de humanidad y aun de política puede abrigarse la idea de aspirar a lo primero sin lo segundo". Quizá sea la Memoria para el arreglo de la policía de los espectáculos y diversiones públicas, que Jovellanos redactara por encargo de la Academia de la Historia, el texto más estimulante y moderno de cuantos salieron de su temblorosa mano. Es además, y sin lugar a dudas, uno de los que mereció mayor atención por parte de su autor y el mejor exponente de la calidad y claridad indiscutibles de su prosa. Se muestra en este documento absolutamente contrario al abuso reglamentista, típico del despotismo , ilustrado, que trataba de ordenar la vida social mediante un exceso normativo, tan arbitrario en sus decisiones como caprichoso en su fundamentación.Algo que no ha de extrañarnos cuando la manía intervencionista sigue siendo el atributo de los burócratas

¿Cómo no avizorar en estas máximas el viento cercano de la revolución que Jovellanos trataba de ahuyentar? La libertad, la autonomía de la decisión popular, resplandece como única respuesta posible a los atropellos y vejámenes del poder, empeñado en que la vida se adecue a normas que no emanan de un interés general que se entienda como suma y corolario de los intereses particulares. ( ... ) Así lo expresa el redactor de la Memoria: "Un pueblo activo y alegre será precisamente activo y laborioso y, siéndolo, será morigerado y obediente a la justicia... Este pueblo tendrá más ansia de enriquecerse, porque sabe que aumentará su placer al paso de su fortuna. En una palabra: aspirará con mayor ardor a su felicidad, porque estará más seguro de gozarla. Siendo, pues, éste el primer objeto de todo buen Gobierno, ¿no es claro que no debe ser mirado con descuido ni indiferencia? Hasta lo que se llama prosperidad pública, si acaso es otra cosa que el resultado de la felicidad individual, pende también de este objeto".( ... ) .

Llama, por lo demás, la atención el énfasis puesto por don Gaspar en dos cuestiones mayores que todavía afectan a los periódicos de nuestros días: la primera, su circulación. "Cuando se trata de una gaceta", insiste, "debemos entender un papel que se aprecie, que se busque, que se compre y que se lea; en una palabra, un papel que interese a un gran número de lectores", a fin de que no caiga en el hondo abismo "donde se han sumido tantos diarios, cuya reputación ha sido tan efímera como general su desprecio y eterno su olvido". He aquí otra vez la preocupación por el mercado, el otorgamiento al público lector del veredicto supremo sobre la pervivencia o no de los productos, aun si se trata de frutos del intelecto. El paso del tiempo no hace desmerecer estas amonestaciones. En la historia del periodismo topamos a menudo con el indignado lamento de aquellos profesionales que fracasan al difundir sus propias gacetas, de las que pregonan la independencia pero no la calidad, y que una vez hundidos en la sima donde fueron despeñados su empresa y su reputación como periodistas claman como si hubieran sido víctimas de un siniestro designio que les perseguía. Cuando, en realidad, sucumbieron al juicio del público contra el producto desmochado, tosco y vituperable, que se empeñaban en ofrecerle.

Jovellanos no era un revolucionario, ni siquiera un revoltoso. Fue sólo un hombre atento a las grandes transformaciones que experimentaba el mundo a su alrededor, un intelectual, un político y un empresario ( ... ).

Sería injusto decir que el destino de Jovellanos es el de todos los ilustrados españoles que en la historia han sido, pero sería ingenuo negarse a la probabilidad de que cuantos de entre nosotros se empeñen en reformas como las que él promovió habrán de vérselas, nuevamente, con el furor por el mando y la pasión del poder. Esa pasión tan fuerte y arrogante que ni siquiera en democracia puede escapar a la jactancia de no doblegarse a las presiones: ni a las que vienen del pueblo, ni a las de la opinión pública, ni a las más atendibles que emanan del entendimiento.

(Extracto del discurso de ingreso de Juan Luis Cebrián).

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