Un testigo de la ciencia española
Con la muerte de Francisco Grande Covián desaparece uno de los últimos supervivientes de una generación de investigadores biomédicos españoles que tuvo a Severo Ochoa como su más ilustre -y visible- representante. No se trató de una "generación improbable", surgida de la nada. En la época en que Grande comenzó sus estudios de Medicina en Madrid, en los años veinte, las ciencias biomédicas podían presumir de una tradición, de un pasado del que carecían otras disciplinas científicas. Podían alardear de haber contado -o contar- con investigadores del calibre de Si marro, Cajal, Achúcarro o Gómez Ocaña, al igual que otros más jóvenes que éstos, como Lorente de No, Del Río Hortega o el más promete dor que realizado, Negrín. De ese caldo de cultivo, en el que la fisiología era territorio frecuente mentevisitado, surgió. el científico que ayer nos dejó.Al repasar la biografía de Grande Covián uno se encuentra con, es cierto, notables aportaciones científicas, y por ello le honramos, peto también nos enfrentamos con la difícil historia de nuestro propio país, de una forma mucho más señalada -y acaso más desgarrada también- que en otros casos.
Los científicos son, desde hace ya mucho, básicamente especialistas, centrados en una disciplina, en un conjunto de técnicas y problemas. Grande Covián también lo fue, pero pudo, y su campo de conocimiento así se lo exigió, abrirse en direcciones más interdisciplinares. No es de extrañar que Claude Bernard, el autor de Introducción al estudio de la medicina experimental, y Lavoisier, el químico de la respiración como combustión, figurasen entre sus grandes amores intelectuales. Ni que hace: unos días, en la Universidad Autónoma de Madrid, lanzase la que probablemente fue su última lección a sus colegas: "Nuestro objetivo en la enseñanza académica es el de capacitar al estudiante para seguir el progreso de la ciencia. Para ello debemos preocuparnos, ante todo, de que adquiera un sólido conocimiento de las ciencias exactas, la física y la química, que le permitirá enjuiciar críticamente los trabajos fisiológicos".
Era el consejo de un hombre cabal y de un científico riguroso, al que muchos -legos en lo que al conocimiento científico se refiere- recordarán por haberles enseñado que lo cotidiano, algo tan próximo como es la alimentación, también es ciencia.
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