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La nueva relación entre Rusia y Estados Unidos se basa en la divergencia sin dramatismo

P. B. / A. C. El presidente de Estados Unidos, Bill Clinton, y su homólogo ruso, Borís Yeltsin, iniciaron ayer una nueva etapa de convivencia, cuyo futuro es aún incierto. A partir de ahora, el mundo tendrá que acostumbrarse a que las divergencias sean algo corriente en la relación entre Rusia y Estados Unidos. En los últimos 10 años, estos dos países han pasado de una fase de enamoramiento a otra de recelos para comenzar ahora con dificultades un proceso de aceptación mutua como dos entes distintos, que tienen importantes intereses en común, pero también otros discrepantes, e incluso enfrentados.

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Esta situación quedó de manifiesto ayer en la rueda de prensa mantenida por los dos presiden tes en el Kremlin al término de una reunión de trabajo que duró casi tres horas. Las palabras finales de Clinton marcaron el nuevo espíritu en vías de cristalización entre Moscú y Washington: "Tendremos diferencias. Habrá consecuencias. Pero debe mos evitar las amenazas cuando estamos tratando asuntos que pueden ser tratados en una relación que es buena para el mundo y que nos ha dado más seguridad a todos".Una enorme distancia psicológica media entre el día de ayer y la anterior, celebrada a fines de septiembre en Washington. Entonces coincidió con un clima de euforia sobre las perspectivas de desarrollo de la economía rusa, que había sido propiciado por el aumento de las inversiones extranjeras. En Washington, Yeltsin llegó a decir que las relaciones entre Rusia y Estados Unidos nunca habían sido más tranquilas, y, junto con Clinton, alimentó la esperanza de intercambiar protocolos de ratificación del tratad6 sobre reducción de armas estratégicas START II en la siguiente cumbre bilateral.

Sin embargo, los acontecimientos que vinieron después sustituyeron aquel clima eufórico por otro más inquietante. La economía rusa reveló su fragilidad en octubre cuando se produjo la caída en picado del rublo frente al dólar y el peso de los sectores nacionalistas rusos se reflejó claramente en la política exterior de Moscú: Rusia dio el frenazo a su incorporación al programa de Asociación por la Paz de la Alianza Atlántica y, en lugar de ello, Yeltsin acuñó la expresión de paz fría en la reunión de jefes de Estado y de Gobierno de la CSCE (hoy Organización para la Seguridad y Cooperación en Europa) a principios de diciembre en Budapest.

La intervención militar en la república secesionista de Chechenia, en el norte del Cáucaso, y los miles de vidas humanas que esta contienda se ha cobrado desde diciembre acabaron de completar un cuadro que Occidente encajó con una mezcla de preocupación, temor e incapacidad para presionar de forma eficaz al Kremlin. Mientras tanto, en Estados Unidos, la situación cambió también para Clinton con la victoria de los republicanos en el Congreso.

Las diferencias patentes en la cumbre de Moscú no tienen por qué ser asumidas con dramatismo, ni tienen por qué afectar al conjunto global de la relación, como lo demuestra el hecho de que la cooperación económica entre Washington y Moscú siga su curso con nuevos proyectos e inversiones. De 1992 a 1994, el comercio bilateral entre ambos países se ha duplicado hasta llegar a 5.800 millones de dólares (unos 700.000 millones de pesetas), y el Gobierno norteamericano ha emitido un decreto que permite la puesta en práctica de un acuerdo marco de petróleo y gas natural que autoriza al banco de Exportación e Importación a liberar 1.300 millones de dólares de préstamos y autorizar 700 millones de dólares más para el sector energético.

Clinton ha visitado Rusia en un momento crucial, en el cual este país se reconcilia con su propia historia y establece una línea de continuidad con el pasado, en la que se tejen tanto el imperio ruso como la época soviética, y se desechan algunas de las iniciativas de la época de Mijail Gorbachov (1985-1991). Esta nueva realidad se hizo evidente en los festejos para conmemorar el 500 aniversario de la victoria sobre la Alemania nazi.

La cumbre de Moscú ha supuesto la aceptación de un nuevo ritmo para resolver los problemas pendientes. El tejido de- la seguridad europea no está aún definido, y, como dejó caer ayer Yeltsin, de ello se puede hablar en la cumbre de los siete países más industrializados del mundo en Halifax (Canadá), y también en otoño, cuando se conmemore el 500 aniversario de la creación de las Naciones Unidas.

Críticas al START II

La revisión de algunas iniciativas adoptadas en la época de entusiasmo ruso- norteamericano afecta al START II, que fue firmado por George Bush y Borís Yeltsin en enero de 1993, pero que no ha sido ratificado por el Parlamento ruso. Las numerosas críticas a este tratado, procedentes de diversos sectores políticos, señalan que el documento supone prácticamente la pérdida de la paridad estratégica, ya que priva a Rusia del elemento básico de su estructura nuclear, a saber, los, misiles estratégicos con base en tierra.

Estados Unidos se opone a la "alteración fundamental" o a la "renegociación" del tratado de reducción de armas convencionales en Europa (CFE), según manifestaron ayer altas fuentes norteamericanas, pero está de acuerdo en aceptar modificaciones que, a juicio de Washington, deben ser planteadas en la reunión de representantes de países signatarios de aquel tratado, que se celebrará en mayo de 1996.

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