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Alberti enfila el siglo en El Puerto con una fiesta desangelada de poesía

El poeta celebró el viernes su noventa y dos cumpleaños

Avanzando hierático, como una efigie del siglo, Rafael Alberti, el último estandarte vivo de la generación del 27, penetró en el salón del hotel de El Puerto (Cádiz) donde se celebraba su 92º cumpleaños, y, a su paso lánguido, algunos invitados lloraron. Sentado a su banquete, achicharrado por focos y envuelto en micrófonos, Alberti calló durante una velada deshabitada de poesía. Luego, ya hundido el cuchillo en la tarta, el escritor Andrés Sorel le brindó: "Eres nuestra esperanza de vida, Rafael".

Al festejo, organizado por el Ayuntamiento de El Puerto de Santa María, donde Alberti conoció un lugar melancólico poblado de retamas blancas y altos pinos en el que jugaba de niño y, al que llamaban la arboleda perdida, acudieron más de 200 invitados, de los cuales muy pocos eran poetas y artistas. Contemplando a Alberti expuesto a un salón poblado de personajes locales, Andrés Sorel expresó su desconsuelo: "Ni la vida ni el ejemplo de Rafael se pueden instrumentalizar tanto de una forma tan parcial. Aquí hay demasiadas fuerzas vivas", dijo molesto.Contra la costumbre de otros años, Alberti no asistió a su propia cena de banquete y sólo acudió al salón del hotel minutos antes de la liturgia de la tarta, al borde ya de la medianoche del viernes. Cuando irrumpió en la estancia, acompañado por su esposa, María Asunción Mateo, una invitada quedó impactada porque en el ojal de su chaqueta oscura relumbraba una rosa amarilla. "Qué divertido sigue siendo. Esa rosa es supersticiosa en el mundo del teatro", anotó. Esta vez no hubo canciones, chispa de jarana ni lectura de poemas, y la velada transcurrió, la mayor parte en su ausencia, regida por el protocolo oficial.

Durante el día, Alberti recibió en su casa a orillas de la playa de Valdelagrana, frente a la fachada atlántica, mensajes de Dulce María Loynaz, premio Cervantes, o la visita del presidente del Parlamento andaluz, Diego Valderas, entre otros amigos y entusiastas, mientras desempaquetaba obsequios y oía música. "Y ha comido almejas, que le gustan mucho", contó María Asunción Mateo, feliz por convivir "con un hombre tan grande y tan gran poeta". Por la noche, los regalos arreciaron. El Ayuntamiento le entregó una carabela bruñida de plata, y, al verla, Alberti lució la sonrisa amplia de los niños en la mañana de Reyes.

Con sus amigos de El Puerto, que formaban colas ante su mesa para palmearlo o besarle las manos en señal de devoción o respeto, Alberti podía recordar con una nitidez prístina los años en que soñaba con ser torero y acudía con coleta al colegio de los jesuitas. En clase, un compañero se la afeitó con un cortaplumas.

Paralelamente, el jurado del X Premio Rafael Alberti concedió su galardón al poeta Ildefonso Rodríguez por Mis animales obligatorios.

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