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Lapsus español

Tahar Ben Jelloun

El jefe de Gobierno español, Felipe González, tiene sentido del humor y afán de ser generoso. En Foix, donde con motivo de la tercera cumbre franco-española se encontró con los dirigentes franceses, pidió a París que "mirara más al Sur". ¡Bravo! Por fin hay un dirigente europeo que piensa en nosotros, que le preocupan nuestros problemas. Sabía que Felipe González era un socialista y un humanista, pero no un defensor de su competidor más inmediato en el mercado del tomate y la clementina.Pero la curiosidad me ha hecho ir más allá del título y leer las declaraciones que ha hecho a Le Figaro. He aquí lo que ha dicho: "Aunque conserve sus lazos privilegiados con Alemania, convendría que Francia mirara más al flanco sur de la Unión Europea". Mi ingenuidad me ha hecho no comprender bien, o más bien suponer a Felipe González una intención que jamás ha tenido. En efecto, no se trata. del Sur, que comprendería también el Magreb, sino del flanco sur de la Unión Europea, es decir, España, Portugal y Grecia. Nosotros, los magrebíes, tenemos el camino cortado; hay que negociar meses para poder pasar por él y, sobre todo, dejar que esa Europa se entregue impunemente al pillaje en nuestras costas pesqueras, y especialmente en las de Marruecos. Todo el mundo sabe, y particularmente España, que Marruecos no dispone de medios suficientes y eficaces para proteger sus costas ni Para explotar todos sus recursos, Va, pues, a Bruselas y da 420 licencias de pesca a los armadores españoles sabiendo que esa cifra será con toda seguridad superada. Marruecos exige también que respeten las nuevas disposiciones sobre las artes de pesca: ya no están autorizadas las redes de monofilamentos, pues destruyen la fauna marina. De hecho, a Marruecos le gustaría que la pesca europea se redujera en un 50%. Felipe González, en sus declaraciones, n o lo ha mencionado, ni tampoco ha dado consejos a Francia sobre la postura que este país debería adoptar en las negociaciones. Aparte de este problema concreto, Europa sigue siendo lo que con frecuencia ha sido: una impartidora de lecciones.

La Europa de hoy, democrática y libre, diversa y semejante, más rica y desarrollada que pobre y enferma, ¿será la "educadora" de los países vecinos que no forman parte de' su esfera como Atenas era la "educadora de Grecia" en la época de Pericles y de la Guerra del Peloponeso? ¿Será la que muestra el camino de la liberación como, si fuera la única depositaria de la democracia y el humanismo?

Axistóteles escribía en La política que "los bárbaros están hechos para s&vir". En- aquella época, todo el mundo lo encontraba normal. Por su parte, Platón consideraba que para que la ciudad continuara funcionando era necesario que "cada uno estuviera en su lúgar". ¿Cuál es hoy el lugar de los países vecinos de Europa, el lugar de los magrebíes, el de los africanos? ¿No declaró Ionesco, que no era un hombre progresista: "A los africanos les tienen sin cuidado los derechos humanos, los derechos humanos son una invención europea?" (Citado por Chantal Millon-Delsol en una ponencia sobre La identidad europea y la cuestión universal). Lo que quizá autorizó al alcalde de París, Jacques Chirac, a decir a su regreso de una gira africana que el sistema democrático europeo no era exportable a África.

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De este modo, la Europa de hoy que se amplía por el Norte y por el Este, que se construye con dificultades en un contexto de vuelta de los nacionalismos y de la xenofobia, esta Europa que se considera punto de referencia y lugar fundador de los derechos humanos y la democracia, se aleja del Magreb y desconfía de sus problemas. Y, sin embargo, entre estas dos entidades hay un punto común, un lugar de encuentro, un lazo histórico, geográfico y cultural: el Mediterráneo. Pero también en él hay jerarquías, clasificaciones. El Mediterráneo del Sur, más poblado, más natural, está casi excluido.

Se puede decir que el sur de Europa comienza con el norte de África. Están bañados por el mismo mar. Y, sin embargo, los que toman decisiones en Occidente no tienen en cuenta este parentesco. Dar la espalda al Magreb, por ejemplo, significa atizar el desarrollo de las frustraciones y del integrismo. Cuando Marruecos presentó una petición para entrar en la Comunidad Económica Europea, quería subrayar la importancia de esos lazos y de ese parentesco geográfico. Quería convertirse no en un competidor, sino en un socio con el que se puede negociar y hacer intercambios. Su demanda no fue tenida en cuenta y Bruselas continué favoreciendo las potencialidades europeas stricto sensu.

El intercambio es terriblemente desigual. Las relaciones, forzosamente tensas. ¿Quién va a recordar que el sur del Mediterráneo es la cuna de una civilización grande y bella? ¿Quién va a decir que las raíces de Europa se encuentran en esa parte del mundo? El Mediterráneo se ha convertido en una especie de gadget que permite a las asociaciones organizar coloquios, encuentros n los que a veces se constata el deterioro de los lazos entre el Norte y el Sur.

Pero el Mediterráneo es más que un mar, un lago mágico. También es una cultura, una manera de ser, una manera de vivir, de amar, de morir. No es casualidad que haya sido el lugar de nacimiento de la filosofia y la tragedia. El Mediterráneo está hecho para toda suerte de excesos, para la gratuidad, para la belleza y para el espectáculo de la vida. Eso son las gentes del Sur, las gentes de Sicilia, de las islas griegas, del norte de Marruecos, de Túnez y también de Argelia, que lo comprenden y lo viven. La Europa del Norte, la que se hace en Bonn, está muy lejos del Mediterráneo. Todo el problema reside en esto: ¿cómo dar una sensibilidad mediterránea a un germánico, racional, dogmático y sin sentido del humor? ¿Cómo dar a Felipe González el sentido del Mediterráneo árabo-bereber? ¿Cómo hacer que mire a su Andalucía natal y al norte de Marruecos que sus antepasados ocuparon, explotaron y humillaron? (Su ejército sigue ocupando Ceuta y Melilla). La suerte de Europa, su humanismo y su evolución no pueden desarrollarse sin este pedazo de su carne que ignora o desprecia.

Tahar Ben Jelloun es escritor marroquí, premio Goncourt de novela en 1987.

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