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Columna
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Cultura de ‘gangbang’

Podríamos pensar que el mundo de la prostitución y el de la pornografía están separados del nuestro, del de las mujeres que somos ajenas a estas esferas de la realidad, que no nos afecta pero no es cierto

Covenant Eyes
Un hombre consume porno 'online' en internet.Getty Images
Najat El Hachmi

Al ir conociendo el caso de Gisèle Pélicot y su exmarido violador no dejo de pensar en dos libros que me han marcado en los últimos tiempos: La revuelta de las putas de Amelia Tiganus y Pornoxplotación de Mabel Lozano. El primero da cuenta de cómo funciona el sistema de captación y explotación del sistema prostitucional mientras que el segundo se adentra en la oscuridad que hay detrás de la pornografía. Recuerdo tener que dejar el texto de Lozano varias veces por las repugnantes prácticas que en él describía, llevadas a cabo por los proxenetas audiovisuales. Muchas de las mujeres que aparecen en las imágenes que el espectador “consume” en su móvil son víctimas que están siendo violadas de verdad y no participando en ninguna simulación. En muchos casos han sido drogadas, están bajo los efectos de la sumisión química del mismo modo que lo estuvo Gisèle Pélicot. Igual que algunos de sus violadores, muchos hombres que se excitan ante la pantalla no quieren saber que lo que están viendo es violencia real. Ni se preguntan, por supuesto, por qué necesitan que las mujeres sean vejadas de ese modo para disfrutar del sexo. ¿Por qué les pone que un ser humano sea golpeado, estrangulado, azotado y violentado sin compasión? ¿Qué dice eso de ellos? Una de las prácticas más deleznables y asquerosas que se recogen en Pornoxplotación es la del gangbang, esas violaciones grupales organizadas en las que varios hombres se suceden para penetrar a una víctima indefensa. ¿Cómo hay que ser para llegar a tal nivel de bajeza? Ni siquiera podemos llamar bestias a estos hombres porque a ningún animal se le ha ocurrido semejante barbarie.

Podríamos pensar que el mundo de la prostitución y el de la pornografía están separados del nuestro, del de las mujeres que somos ajenas a estas esferas de la realidad, que no nos afecta, pero no es cierto. Se trata de las dos patas de la explotación sexual y tiene consecuencias para todas y cada una de nosotras porque es una poderosa cultura que está legitimando niveles de violencia nunca vistos. Y esa cultura es la nuestra, la occidental, asentada sobre las bases de una idea perversa de la libertad sexual alejada de toda índole ética o moral. No puede ser ni debe ser la cultura de las mujeres aunque hayamos crecido en ella y nos sigan hablando de libertad de elección. Mientras haya hombres a quienes les parezca normal invadir el cuerpo de una mujer inconsciente y les excite hacerlo y disfruten viendo a otros violadores todas, absolutamente todas, estaremos en peligro.

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