Lo que hay detrás del porno
La directora Mabel Lozano rueda una serie de tres capítulos sobre su libro ‘PornoXplotación’, que denuncia la trata que sustenta el negocio y recurre a la animación y la narraturgia para evitar el morbo
La escena transcurre en una terraza a plena luz del día. Una chica muy joven, en vaqueros, con sudadera de capucha, se sienta con dos mujeres de mediana edad nada intimidantes. Alrededor hay gente tomando café con pastas y cervezas. Es una escena anodina, podría pasar en cualquier ciudad del mundo, aunque se rueda en el centro de Madrid y se supone que ocurre en un país del Este. Las tres protagonistas charlan tranquilamente sin que se oiga lo que dicen, en la más joven se adivina quizás una sonrisa algo incómoda cuando asiente con la cabeza. Entonces se gira y mira desafiante a cámara: “Así que Halyna acepta, claro que acepta. ¿Habría aceptado de tener otra opción? ¿Habrías aceptado tú en su lugar? Yo no soy Halyna, soy la actriz Clara Chaín. Ella no puede ponerse delante de la cámara porque sería su sentencia de muerte”.
Lo que acepta Halyna, una de las protagonistas del libro PornoXplotación (Alrevés, 2020), escrito por la cineasta Mabel Lozano (El proxeneta, Biografía del cadáver de una mujer) y el policía experto en trata de seres humanos, Pablo J. Conellie, es viajar a España para rodar una escena de sexo oral que incluye tragarse el semen por 6.000 euros. Eso es lo que le contaron en la terraza las dos “captadoras” de la escena. “Siempre son mujeres”, dice Lozano, que dirige ahora una serie documental sobre el libro que está ya en la sala de montaje. No es un documental al uso: está rodado en cine y aunque tiene entrevistas con protagonistas (actores y adictos al porno) y expertos (policías, guardias civiles, psicólogos, antropólogos), mezcla en sus tres capítulos escenas de ficción, animación y narraturgia, un recurso teatral que rompe la cuarta pared para dramatizar un relato, “se cuenta lo que ocurre, en vez de interpretarlo”, explica Lozano. La animación, oscura e inquietante, obra de Diego Ingold, permite “recrear con elegancia las escenas más explícitas”, explican los productores de Secuoya Studios, Eduardo Escorial y David Gallart, que buscaban un proyecto en el que invertir desde cero y sin preventa cuando dieron “con el ímpetu y el activismo” de Lozano. Ambos recursos, animación y narraturgia, sirven un propósito claro: no cruzar lo que la directora llama “la línea roja”. “Lo más importante era no hacer porno del porno”, dice la actriz Clara Chaín, “había que crear un espacio de reflexión para el espectador y ser respetuosos con las mujeres como Halyna, a las que damos voz porque ellas no pueden contar lo que les ocurrió”.
Lo que le ocurrió a Halyna, estudiante de 23 años de una familia desestructurada, sin padre y con dos hermanos enganchados a las drogas, es que al llegar a Madrid la metieron en un piso donde tuvo que hacer felaciones simultáneas a medio centenar de hombres (que habían pagado 50 euros por ello) que la rodearon y eyacularon sobre ella y en una copa de balón que luego le obligaron a beberse. A Halyna nadie le había mencionado la palabra bukake (término japonés con el que se denomina esta práctica) en aquella terraza. Era la primera vez que hacía porno. “Solo la escenografía, en un decorado, rodeada de extras con los que has charlado tomando café, en un entorno seguro, sabiendo que es ficción, te hace sentir diminuta, la situación es intimidante, no puedo ni imaginar por lo que pasó ella”, explica Chaín, que no ha conocido personalmente a la mujer que interpreta, pero a quien le gustaría poder hacerlo algún día.
“Detrás de la pornografía hay trata”, dice Lozano sin titubeos. “Como tantas otras chicas vulnerables, también españolas, Halyna fue captada por una trama mafiosa, engañada y explotada”. De regreso a su país, la joven denunció, pero luego retiró la denuncia. “Ninguno de estos testimonios tienen un final feliz, las mafias amenazan a sus víctimas o a sus familias, las pueden extorsionar de por vida, los vídeos nunca dejan de circular por internet”, dice la cineasta, que destaca que en el documental los actores porno, los hombres, salen a cara descubierta. “Ellos tienen quejas laborales: la falta de analíticas, de seguridad social, los contratos leoninos a perpetuidad, el pago en negro… Ellas están muertas de miedo, directamente no pueden hablar”. Cuando Halyna quiso negarse a participar en el bukake le dijeron que llamase a quien la había contactado en su país, los mismos que sabían dónde vivía su madre.
Víctimas a ambos lados de la pantalla
“Además de hacer un producto audiovisual muy cuidado e innovador, tienes la sensación de que estás removiendo conciencias”, dicen los productores de la serie, que se plantean venderla a nivel internacional en varias plataformas. “El porno está blanqueado, pero es prostitución 2.0″, dice Lozano, “entretenimiento para adultos, camgirls, modelos webcam, onlyfans... son todos eufemismos”. Gran parte del contenido X en internet, dice, es un delito sostenido por todo un sistema: “Una cría es obligada a hacer porno ante una cámara en el sudeste asiático, el vídeo se sube a un servidor que está bajo el mar, gestionado por una plataforma de contenidos ubicada en Luxemburgo por los beneficios fiscales, que monetiza el visionado que hace un pedófilo en cualquier otro rincón del mundo, ¿cómo se persigue eso?”. Una de las soluciones, apunta, es persiguiendo el dinero: “El año pasado Visa y Mastercard vetaron sus pagos a Pornhub por incluir violaciones y pedofilia entre sus contenidos, y la web bajó miles de vídeos”. Lo hicieron a raíz de un artículo de denuncia de The New York Times.
En su documental, Lozano quiere denunciar que hay víctimas “a ambos lados de la pantalla”. Entre los protagonistas hay un adicto al porno y una reflexión sobre cómo estamos dejando la educación sexual en manos de la industria pornográfica. Los productores esperan conseguir la clasificación +16, para que los más jóvenes puedan comprender “lo que hay detrás de lo que ven”. Lozano saca su móvil: “Los chavales llevan desde los diez años un cine X en el bolsillo, donde entrar es gratis, aunque el precio son tus datos. Están creciendo rodeados de contenidos salvajes, cada vez más bestias, que se crean y a los que acceden, sin ningún tipo de control”. Halyna no había oído la palabra bukake cuando la obligaron a rodar uno. Para el documental, el equipo de PornoXplotación preguntó a una decena de chavales aleatorios por la calle. Todos supieron lo que era.
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