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Columna
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’Crashing’, el sexo según Phoebe Waller-Bridge

La serie es una mezcla de ‘Friends’ y ‘Makoki’ en la que seis treintañeros conviven y teóricamente mantienen en buen estado un hospital abandonado

Phoebe Waller-Bridge, en 'Crashing'.
Ángel S. Harguindey

Está claro que 2016 fue el año de Phoebe Waller-Bridge: estrenó sus dos series, Crashing y Fleabag, con la segunda temporada de esta última ganó cuatro Emmy y dos Globos de Oro, entre otros premios, obtuvo el aplauso de la crítica, del público y, tres años después, el de Jeff Bezos que la contrató para Amazon por 20 millones de dólares anuales. No es de extrañar que la dama manifestara que “estoy increíblemente entusiasmada de continuar mi relación con Amazon”.

Crashing, curiosamente en Netflix, es una mezcla de Friends y Makoki en la que seis treintañeros conviven y teóricamente mantienen en buen estado un hospital abandonado a cambio de un alquiler muy bajo. Es una fórmula para evitar a los okupas: los edificios no están abandonados del todo aunque el inquilino tampoco exige un excesivo confort. Y es a esta especie de comuna urbana a la que llega Waller-Bridge con el ánimo de reencontrase con un amigo de toda la vida.

Resulta inevitable comparar Crashing con Fleabag: la dos son series de capítulos cortos (menos de 30 minutos), las dos son irreverentes y las dos analizan la vida cotidiana londinense de los llamados millennias, una cotidianeidad en la que las relaciones personales en casi todas sus variaciones, salvo la de la zoofilia, son la estrella y el sexo una obsesión.

Y quizá en esa comparación Fleabag se impone claramente. Su trama es más variada que en Crashing, en la que el sexo, el pene, la vagina y los orgasmos ocupan la mayor parte de los diálogos. Es un exhibicionismo teórico, pudorosamente deslenguado, una demostración del talento de su creadora y una visión de los restos del naufragio londinense tras el tifón Margaret (Thatcher, por supuesto).

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