Italia no es Bolivia
El 3 de octubre pasado, el portavoz del Gobierno italiano, señor Giuliano Ferrara, para responder a las críticas de la oposición que acusaban al primer ministro Berlusconi de actuar fuera del marco constitucional, exclamó indignado, en una conferencia de prensa: "¿En qué país cree usted que vivimos? ¿En Bolivia?". Y, según leo en L'Espresso del 21 de octubre, unos días después de aquella exclamación, el señor Ferrara reincidió, pues, criticando al Concejo Superior de la Magistratura de Italia, lo definió como un organismo "digno de un país sudamericano: piú precisamente, di una Repubblica delle banane" (más precisamente, de una República bananera).El señor Giullano Ferrara quería decir, simplemente, en ambas ocasiones: "Por favor, no olviden ustedes que Italia representa la civilización y que por lo tanto ni su Gobierno ni sus otras instituciones pueden o deberían actuar como los de aquellas republiquetas que personifican la barbarie". Reconociéndole todo el derecho del mundo a criticar las múltiples manifestaciones de barbarie que todavía aparecen por doquier en América Latina, afirmo que el portavoz del Gobierno italiano es un hombre desactualizado, que debería poner al día su información política, o una inteligencia asfixiada por estereotipos que la privan de lucidez.
Porque, aunque muchas cosas andan todavía muy mal en los países latinoamericanos, una de las que andan bien es que ya no hay entre ellos ninguno que pueda ser llamado "República bananera". El único que se acerca a la ignominiosa calificación es Cuba, desde luego, por la naturaleza pterodáctila del régimen que desde hace treinta y cuatro años subyuga a la isla y porque Fidel Castro es el único superviviente de la dinastía de sátrapas omnipotentes que encamaron un Somoza, un Trujillo, un Batista o un Stroessner, pero ni siquiera Cuba depende ahora de una potencia extranjera o de un conglomerado económico como ocurría hace medio siglo, cuando, por ejemplo, la United Fruit Company era el poder real en la mitad, por lo menos, de los países centroamericanos y decidía qué leyes se dictaban, qué ministros se nombraba y quién ganaría las elecciones. Esa dependencia respecto de una empresa extranjera brilla hoy día por su ausencia también en América Central, gracias a la progresiva apertura de las economías de aquellos países, a los que, abrirse al mundo de la competencia y de la diversidad, les ha devuelto un margen de independencia que era inconcebible cuando sus principales recursos eran explotados de manera monopolística por una sola empresa. Un margen pequeño, desde luego, porque se trata de países todavía pobres y la verdadera independencia sólo la garantiza la prosperidad. (Aunque se podría alegar que, en el mundo inter-dependiente de nuestros días, ni siquiera los países más ricos gozan de soberanía total).
Da la impresión de que el señor Giuliano Ferrara no se hubiera percatado de que, luego de un puñado de países asiáticos, América Latina es hoy la región económica más dinámica del mundo, por los altos índices de su producción de riqueza y por el volumen de inversiones extranjeras que atrae -entre ellas, de un número creciente de inversores italianos-, a tal extremo de que algunos países, como Chile y Argentina, comienzan a tomar ciertas medidas para atenuar el ritmo, temerosos de,que esa hemorragia de divisas dispare una in flación que tanto sacrificio les costó sofocar. Naturalmente que esta prómisonía realidad-con firmada una vez más, hace pocas semanas, por los informes del Fondo Monetario y del Banco Mundial y por el último balance de la economía mundial preparado por la revista The Economist- no significa que la pobreza haya desaparecido ya en América Latina, que es la acusación idiota con la que suelen responder ciertos rezagados progresistas cuando oyen decir, por ejemplo, que el desarrollo económico chileno es tan efectivo que ha creado un millón de empleos en menos de cinco años. Que en ese país, pese a su formidable avance, queden todavía intolerables bolsones de pobreza es, evidente. Pero también lo es, y eso es lo que importa, que gracias alas reformas y al modelo económico sobre el que el pueblo chileno se ha pronunciado ya en dos procesos electorales, Chile ha dejado de producir pobreza y empieza a producir riqueza a un ritmo acelerado, cuyos beneficios alcanzan ya -aunque no en la misma proporción- incluso a los sectores más deprimidos de la sociedad.
Lo que ocurre en Chile está también empezando a ocurrir en una docena de países latinoamericanos, y en los otros la tendencia general es la de optar por el modelo de privatización de la economía, inserción en los mercados mundiales, presupuestos balanceados y, en una palabra, el establecimiento de economías de mercado, que es lo que permitió el despegue de aquella sociedad chilena a la que el resto del mundo observa hoy con el respeto que merece un país que de mendigar hace cuatro lustros la ayuda de los organismos internacionales para no desintegrarse, tiene hoy empresas que están financiando el desarrollo de Perú, Bolivia y Argentina. Desde luego que hay excepciones, manchas negras en lo que parece el renacimiento de un continente que buena parte de su historia se empeñó en hacer todo lo necesario para estancarse o retroceder. Y tina de ellas es Venezuela, país privilegiado si los hay que se empobrece hoy a pasos acelerados con el tipo de políticas populistas nacionalizaciones, injerencia creciente del Gobierno en la vida económica, controles, subsidios- que en las décadas del sesenta y el setenta potenciaron la pobreza latinoamericana a extremos casi apocalípticos.
Lo que más me ha sorprendido en la desinformación del señor Giuliano Fertara sobre lo que pasa en aquellos países es que buen número de ellos ha hecho ya, y sin demasiados traumas, lo que su propio Gobierno quiero decir, el que preside el señor Berlusconi- está tratando de hacer en Italia, sin conseguirlo. Porque ¿acaso no asegura en cada exposición el primer ministro italiano que si no se reduce drásticamente el sector público jamás se reducirá el déficit fiscal en su país y que si no se abren a la competencia jamás podrán las empresas italianas resistir airosas el desafío de una economía mundial globalizada? Pues bien, muchas de las que el señor Ferrara llama "Repubblica delle banane" lo han entendido así, han procedido en consecuencia y comienzan en estos momentos a recibir los primeros frutos de la reforma.
Una de ellas es Bolivia. Estoy absolutamente seguro de que si el señor Giuliano Ferrara supiera lo que allí ha ocurrido tendría por ese país el mismo respeto y la misma admiración que yo le profeso. Hasta hace tres lustros, Bolivia era, en efecto, hablando en términos políticos, la pura barbarie: desde 1835 el promedio de duración de sus presidentes era de un ano y su historia republicana, además de más de un centenar de golpes de Estado, tenía el triste galardón de un puñado de dictaduras que batieron todos los récords de salvajismo y de pintoresquismo en un continente en el que, como es sabido, ellas abundaban. En 1982, el presidente civil Siles Suazo inauguró, en política económica, unos excesos de incivilidad y estupidez comparables a las fechorías políticas de un Melgarejo (el célebre tiranuelo que como es sabido, con gran despiste, geográfico declaró la guerra a Inglaterra, lo que llevó a la reina Victoria a ordenar que se borrara, a Bolivia de los mapamundis británicos). Es decir, empezó a imprimir moneda frenéticamente para costear las no menos frenéticas medidas populistas que adoptaba para satisfacer a todo el mundo. El resultado fue que Bolivia alcanzó una hiperinflación de cincuenta mil por ciento y que todo su aparato productivo se desintegró, a la vez que sus pobres, que eran la inmensa mayoría de esa nación del Altiplano, se volvieron miserables y empezaron a morirse literalmente de hambre. Sin entender lo que ocurría, y aún vociferando que la culpa de la tragedia la tenía el tenebroso imperialismo, el patético demagogo se vio obligado a adelantar las elecciones. Así subió al poder -por segunda vez en su
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Italia no Bolivia
Viene de la página anteriorvida- Paz Estenssoro. Tenía credenciales peligrosísimas, pues, en la Revolución de 1952 que llevó al poder al Movimiento Nacionalista Revolucionario (MNR) había expropiado las minas de estaño, que eran la principal riqueza del país, y nacionalizado las tierras, además de practicar la política populista más ortodoxa en el ámbito social.
Pero, con los años, el viejo zorro se había vuelto lúcido y pragmático. En la primera semana de su segundo Gobierno adoptó un paquete de medidas de una audacia y trascendencia extraordinarias, que, además de yugular la inflación, liquidaron las empresas públicas, es decir, las minas de estaño, fuente primera del inconmensurable déficit fiscal que arrastraba desde hacía cuatro décadas el Estado boliviano. Al mismo tiempo que ponía orden en las finanzas públicas, saneaba la moneda, clausuraba el sector público deficitario, abría las fronteras de su país al comercio internacional y llegaba a un acuerdo con los organismos internacionales de crédito para que Bolivia abandonara la condición de país apestado -"no elegible", según la jerga del Fondo Monetario- a que lo habían reducido los anteriores gobernantes.
Lo notable, más todavía que el radicalismo de estas reformas, es que ellas se hicieran en democracia, respetando la libertad de prensa y los derechos de una oposición política y sindical, y que, en gran parte, gracias al prestigió y al poder de persuasión de Paz Estenssoro, el pueblo boliviano las respaldara y que surgiera en tomo de este modelo un consenso que le ha dado una estabílidad que dura ya casi diez años. El Gobierno de Paz Zamora, que sucedió al de Paz Estenssoro, y que contó con el apoyo del ex dictador Banzer, lo respetó y ahora lo perfecciona el Gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (que fue el ministro de Economía de Paz Estenssoro en 1985), quien ha dado un nuevo impulso a la modernización de la economía boliviana, integrándola a los mercados mundiales. El gigantesco sacrificio que todo ello significó para el país comienza a dar resultados, pues, luego del dificilísimo trance de la estabilización, ahora Bolivia crece a un buen ritmo y es uno de los países latino americanos que, proporcional mente, atrae más inversiones. Luego de siglos de: inmovilismo en la behetría política y de sistemático empobrecimiento, Bolivia es en nuestros días un país sin inflación, de presupuesto equilibrado, una democracia genuina, de instituciones más o menos sólidas, que parece bien encaminado para dar la batalla contra el subdesarrollo.
Si uno examina su clase política, es verdad que encuentra a algunos bribones conspicuos, como el ex dictadorzuelo García Meza -el primer mandatario narcotraficante del hemisferio-, pero está preso en Brasil y los Jueces de este país han acordado extraditarlo a Bolivia, donde, sin duda, pasará largos años a la sombra. Pero, en general, parece una clase política bastante más respetable que la italiana, digamos, donde uno buscaría en vano, aunque lo hiciera con poderosas linternas, alguien a quien respetar tanto como al octogenario Paz Estenssoro, quien, pobre de solemnidad y alabado por todos sus compatriotas, pasa sus últimos años en su modesta casita de Tarija, regando su jardín. No hay nadie, entre los políticos y ex políticos bolivianos, por ejemplo, capaz de emular a un Bettino Craxi, acarreador desaforado de dineros negros y de barras de oro a cuentas secretas de Suiza, o a tanto ministro y ex ministro italiano investigado hoy por la justicia por sus malas juntas con la Mafia y otras picardías. O sea que, en cierto sentido, el distraído dottore Giuliano Ferrara tenía toda la razón: Italia. no es Bolivia, por fortuna para los bolivianos.
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