El control de tu vida
Asqueada estoy con lo que he ido leyendo en torno a la cumbre de El Cairo. Prometo volver más tarde, en este mismo artículo, a la mesura, pero ahora permítanme un primer párrafo de rabia y exabruptos: alivia tanto. Y es que caen como plomo en mis oídos los desorbitados argumentos del Vaticano y de los integristas musulmanes, unidos en la misma trinchera. O las pseudoteorías populistas de todos esos radicales de pacotilla que se llenan la boca hablando de pobreza ("no es que seamos muchos, es que la riqueza está mal repartida") para camuflar así prejuicios milenarios y, en definitiva, su acérrima defensa del viejo orden patriarcal. Marea ver cómo responden al unísono todos los biempensantes de uno y otro signo con argumentos tan peregrinos como que todas las familias del mundo tienen el número de hijos que desean. Ponen el nivel del debate tan bajo que una ya no siente ni fuerzas para comenzar la discusión desde esos abismos racionales. Por esto estoy furiosa. Pero sé bien que no es bueno dejarse llevar por la emoción a la hora de escribir (ni a la de discutir). Así es que intentaré enfriar el tono y empezaré este artículo de nuevo.Preocupada estoy con lo que he ido leyendo en tomo a la cumbre de El Cairo. Por la unión en una misma estrategia de grupos sociales y políticos aparentemente antagónicos (del Vaticano a los fundamentalistas musulmanes, de las derechas tradicionales a algunos herederos de la izquierda marxista) se advierte que con el tema de la planificación estamos tocando carne viva, la sustancia misma por donde pasa la batalla de los tiempos, de la libertad y del progresismo. Nunca se resquebrajó un sistema de poder sin que los poderosos se opusieran.
Es cierto que la riqueza está muy mal repartida, pero además somos muchos. Somos una auténtica plaga que se reproduce a un ritmo de vértigo, un riesgo evidente para la supervivencia del planeta. Pero no es de esto de lo que quiero hablar, sino del desarrollo. Verán, la planificación familiar y la reducción de la tasa demográfica es una característica del desarrollo. Que no me digan que todas las familias tienen los hijos que desean: en los países pobres la mayoría de los niños se tienen por necesidad (porque no hay seguridad social de ningún tipo y los hijos son el soporte de la vejez), por prejuicio social, por falta de información y de medios anticonceptivos. Esto es, por incultura y por miseria.
Es evidente que a medida que las sociedades van siendo más cultas y más ricas, el número de hijos va bajando. La limitación de la natalidad forma parte de esa riqueza que hay que repartir: es un bien social, una conquista del ser humano. Y sobre todo es una conquista de la mujer: cuando las mujeres asumen el control de sus vidas resulta que no quieren tener 14 hijos, lo cual parece bastante razonable. Pero esto, claro, va unido a otras reivindicaciones, a otras relaciones de poder, a otra estructura social. Y esto es lo que irrita, lo que asusta. Porque, de otro modo, ¿a qué tanto escándalo? Nadie está hablando de esterilizaciones obligatorias, sino sólo de intentar llevar los medios y la información a todo el mundo, de manera que mujeres y hombres puedan escoger. Recuerdo ahora la vieja consigna marxista (y machista) de que había que tener hijos para la revolución. La revolución hoy es tener sólo los hijos que uno desea.
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