Médicos y policías
La pasividad política de los ciudadanos, su transformación de activistas en pacientes coincide con el auge de la medicina. Esto se aprende sobre todo en Estados Unidos. En los medios, en la ideología, la medicina se ha alzado en paradigma ejemplar. A través del estilo médico se marcan qué circunstancias, conductas y productos son beneficiosos y cuáles no para la vida común. De esta manera, la medicina ofrece un diagnóstico del bienestar que encubre otras cuestiones. La idea de que la sociedad está mejor o peor según la repartición de la riqueza, la justicia y la libertad, son asuntos a los que se sobrepone lo sanitario. Y esta insalubre paradoja va extendiéndose.Así como en otros tiempos lo incurable era una palabra de la medicina, ahora lo irremediable se encuentra en la política. La corrupción física, por ejemplo, puede remediarse dentro de las técnicas de frioginización, pero es incurable la corrupción política. Concretamente, mientras la formación social se acepta como un hecho irremediable, el individuo es constantemente reclamado para la salvación. Las recomendaciones sobre las dietas, el ejercicio o la psicoterapia van dirigidas a fijar el ser individual, mientras la sociedad sigue un viaje a la deriva. Por otra parte, el mayor control sobre la seguridad de las rutas es el que imponen los instrumentos policiales, que de nuevo cargan con el peso sobre el individuo y actúan como una metáfora médica. La medicina controla los comportamientos del individuo para que no se mate mientras la policía controla los comportamientos del individuo para que no mate.
La muerte es el combustible de la medicina. El caso de defunciones por una u otra causa, la cifra de morbilidad y mortalidad, la pérdida de vida en un grado u otro constituye su máxima atracción. La disciplina médica se aproxima al paciente con el propósito de impedir la muerte o de alargar, incluso de cualquier manera, la vida.
El Estado del bienestar apenas conserva restos de su viejo aparato protector, pero bajo el Gobierno de Bill Clinton, por ejemplo, cuando el crimen es considerado el problema número uno de Estados Unidos, lo que aumenta espectacularmente su visibilidad es la reforma sanitaria. Policía y medicina son los dos polos en los que el país más moderno del mundo concentra su atención. En ambos casos se trata de remover el mal particular. El concepto de mejorar lo social se sustituye por la idea de perfeccionar la dieta. La imagen del sistema social, sin dejar de tratarse, aparece sepultada por los volúmenes de volúmenes donde se abordan, los problemas a partir de casos particulares, se exponen los cambios a partir de relatos privados, se habla de un rumbo del mundo a partir del itinerario de un viajante. La medicina conviene muy bien a esta ideología. Las aproximaciones a lo colectivo conllevaban una voluntad de reforma o revolución. Pero de aquella hoguera transformadora apenas queda la lamparilla sanitaria. Se habla todavía de salud pública, pero no se entiende ya por ello la salud de la sociedad protagonista, sino la salud del numeroso público en cuanto espectadores.
Lo importante no es tanto que ese colectivo disponga de fuerzas suficientes para decidir su destino como para que sean depurados de los peligros. Peligros para ellos, peligros para los demás. La lucha contra el peligro es la idea complementaria que favorece tanto el desarrollo de la medicina como el de la policía. Empezando por la medicina preventiva, toda la medicina se encuentra traspasada por la golosina del peligro. Los medios de comunicación se llenan día a día en Estados Unidos, ante todo, de noticias médicas que juegan con el temor y a esperanza, el pánico del ataque tóxico y el rechazo de su ofensiva. Nuevos virus, bacterias, nuevos genes malditos, de una parte. Y, de otra, ensayos de vacunas, triunfos en investigaciones y quirófanos.
Un mal que en ningún momento se conoce dónde podrá presentarse se presenta en todo momento. Mientras, también en todo momento, la policía investiga, sigue pistas, encuentra indicios, ata cabos para deshacer la intriga criminal constante. Policía y medicina se suman en la consideración de lo social como un surtido de individuos amenazados. No hay sociedad, hay individuos, se dice en las comisarías. No hay enfermedad, sino enfermos, se repite en los hospitales. El sistema se ha evaporado y en su antigua residencia ha dejado un desconcierto de detritus. Los individuos se encontraban antes, en teoría, cociéndose en el mismo caldo social; hoy son precipitados fríos de aquella compleja solución ahora en disolución flagrante.
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