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Políticos o augures de lo imposible

Joaquín Estefanía

En el Consejo Europeo de Corfú se han enfrentado, con más claridad que en otras ocasiones, dos lógicas que, en sus extremos, son contrapuestas: la verdad económica y la razón política. El presidente de la Comisión Europea, Jacques Delors -institución y persona que tienen la obligación de hacer la síntesis- optó por hacer política cuando el pasado martes advirtió de las debilidades liberales puras y duras de algunos ministros de Economía de los Doce: escuchándolos "no sabía si estábamos en el campo de la economía o de la ideología". A su vez, los técnicos de las finanzas calificaban a Delors simplemente de "voluntarista".El campo de batalla de esta divergencia ha sido el plan de infraestructuras del Libro Blanco; mientras que los representantes del Ecofin que lo aprobaron entienden que hay que financiarlo con los recursos ordinarios que proporciona el mercado, Delors y los comisarios opinan que hay que buscar financiación complementaria mediante una emisión de bonos, que supondría un mayor endeudamiento de las naciones.

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Los ecofines son los más genuinos representantes de la ortodoxia. Usuarios de la misma jerga tecnocrática, alguien los ha definido como especialistas en el caracoleo verbal, para evitar los mensajes negativos que asustan a los ciudadanos, las bolsas de valores, los mercados, las monedas y a las finanzas. Metereólogos que anuncian con frialdad las depresiones y las borrascas, los ecofines auguran como grandes recetas el pragmatismo, la paciencia y el sacrificio. Su enemigo natural es la política, representada por la Comisión Europea.Pero Delors les ha contestado con otra dialéctica irrebatible: la economía europea se halla ante la excepcionalidad de elegir entre su supervivencia y la decadencia. "Temo que los gobiernos se queden satisfechos con la recuperación económica ahora en curso y manden el Libro Blanco al armario. Incluso con una tasa de crecimiento vistosa no habrá suficiente para hacer bajar de forma clara el desempleo". El presidente francés no es -como algunos doctrinarios quieren hacer parecer- un visionario alejado de la realidad ("Estoy contra los que quieren cambiarlo todo y contra los que no quieren cambiar nada") y propone sacrificios a cambio de puestos de trabajo: si durante cinco años los ciudadanos europeos aceptan el mantenimiento del nivel de vida real y dedican los avances de la productividad a la formación y a la reinversión, el paro se reducirá a la mitad hacia principios de siglo".

Esta suerte de pacto social, que debería ir acompañado de un plan de infraestructuras ambicioso y posible, forma parte de la cultura neokeynesiana que representa Jacques Delors y sobre la que no se sabe qué papel jugará su sucesor, sea el que sea. Delors, que probablemente competirá liderando. las fuerzas socialistas a la presidencia francesa cuando deje la Comisión, retorna, con su defensa de las muletas presupuestarias para la creación de empleo, la esencia de la socialdemocracia; una esencia que critica el seguimiento de la racionalidad económica a machamartillo, pase lo que pase y tenga los costes que tenga. Hay una escuela de pensamiento económico que opina que el objetivo económico de la maximización de la producción no puede subordinarse a ningún objetivo social, cultural o profesional no económico: tiene que ser perseguible sin piedad.

Delors y sus comisarios entienden, frente a la tesis de los ecofines más puros, que hay que hacer una política activa que marque los límites a esa racionalidad económica y la ponga al servicio de la sociedad, no al revés. De la postura que tomen los jefes de Estado y de Gobierno, inclinando la balanza hacia la Comisión Europea o hacia sus ministros de Economía, dependerá el futuro de Europa.

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