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El rumor del tránsito

El Tránsito es otra cosa además de un lugar. Ocurre cuando se recorren sus dos o tres centenares de metros algo similar a lo que pasa cuando se entra -si se tiene la llave del revés judío de sus páginas- en la atmósfera infinitamente libre y sin embargo sofocante, infinitamente precisa pero ilocalizable -una especie de estancia olvidada de la conciencia- de La celestina.

Fernando de Rojas construyó con memoria heredada, durante su paso por la universidad de Salamanca y más tarde en su largo retorno a Puebla de Montalbán y Talavera de la Reina, un Tránsito literario, cuando el urbano ya era uno de los, solares devastados de la judería europea. De este solar -que antes cobijó las aulas de la primera universidad del mundo, la Escuela de Traductores de Toledo- sobrevivieron los edificios de dos pequeñas sinagogas, disfrazadas de ermitas: una ocre y otra blanca. Ambas siguen allí, a la sombra de la enorme mole gris de San Juan de los Reyes, donde el Tránsito muere como espacio urbano e histórico y se puede leer en piedra el acta de defunción de esa su doble muerte: "Construyeron este templo Isabel y Fernando, que vencieron y expulsaron las sectas profanas judía y agarena".

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No hay documento que lo sancione, pero el rumor del tránsito no es una conjetura romántica, aunque llegase a la luz en forma de leyenda y fuera Gustavo Adolfo Bécquer quien más apasionadamente la explorase en su Tres fechas, sino un suceso subterráneo, real pero poco y mal conocido, de transmisión de una visión del mundo y de una identidad cultural a través de generaciones y de siglos. Y en el fondo de ese tránsito se mueve, escrita en tinta invisible e imborrable, la terca posesión judía de Toledo, que es distinguible e incluso audible en el enorme esfuerzo descriptivo de las fachadas de la ciudad publicado en 1857 por Sisto Ramón Parro en su célebre, y casi secreto, Toledo en la mano, pues hay en ese descomunal buceo en los rincones de la mole imperial grietas por las que la remota identidad judía del Tránsito aflora.

Se entiende que los sefardíes toledanos quieran recuperar esas ermitas para su culto: una ambición ingenua, incubada en la melancolía de un exilio infinito. Ignoran que en ellas permanece vivo el esfuerzo de supervivencia moral de aquellos de los suyos que se quedaron aquí disfrazados y que esas falsas ermitas nunca dejaron de ser sinagogas. Y que de ese cruce de fuentes nace la genial corriente oculta de la literatura castellana que hizo posible La celestina y que fueron judíos quienes fijaron el castellano como lengua capaz del milagro de dar persistencia a un origen.

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