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Una memoria de medio siglo

Ayer de mañana, cuando estuve en el hospital donde Onetti agonizaba y lo vi inmerso en esa estructura anunciadora de la muerte, me invadió una tristeza que hace mucho no sentía. Sin que yo las convocara en forma consciente, empezaron a agolparse en mi memoria decenas de imágenes relacionadas con Juan. En día que, junto con otros escritores (entonces jóvenes), lo conocimos en una cervecería del parque Rodó, en Montevideo, y nos cautivó para siempre con sus opiniones modestamente lúcidas. Encuentros en La Habana, donde integró el jurado de Casa de las Américas y mantuvo un inolvidable diálogo con los jóvenes. En México: recuerdo que en Guanajuato se bajó del autobús en que viajábamos los invitados, se sentó en la acera y no quería seguir, tan encantado estaba con aquella ciudad maravillosa; al fin Ángel Rama y yo lo convencimos y siguió viaje. En Madrid, donde éramos casi vecinos lo veía siempre que podía. Durante los años de la dictadura, me telefoneaba casi diariamente para comentar cómo iban las cosas en Uruguay; nunca perdonó a los militares.Sobre su estatura literaria han escrito muchos (yo mismo lo he hecho varias veces a través de los años) y ahora escribirán muchos más. Pero esta vez quisiera dejar constancia de su calidad humana. Para algunos tenía fama de huraño, tal vez porque era dificil que concediera entrevistas a los distintos medios; la verdad es que defendía empecinadamente su intimidad, su tiempo de escritura y de lectura, su vida familiar. En 1965 el propio Onetti sostuvo, casi provocativamente, que la suya era "una literatura de bondad". Hoy podríamos agregar que también su vida fue una vida de bondad. Fue un hombre generoso, más solidario que solitario, con un innegable fondo de ternura que no exhibía sino que ocultaba casi pudorosamente. En los últimos anos,, siguió siendo el mismo, acaso mejor que él mismo, tal vez porque cruzaba, cada vez con más frecuencia, el puente que vinculaba su corazón con el mundo. Cuando en alguna ocasión le preguntaron por qué escribía, respondió sin vacilar: "Escribo para mí. Para mi placer. Para mi vicio. Para mi dulce condenación". ¿Aventura del hombre? Por supuesto que sí, pero sobre todo la aventura del hombre Onetti, que a través de los años y de los libros ha venido afirmando su actitud corroída, melancólica, hasta transformarla, en sus últimas obras, en una depurada y consciente piedad hacia el ser humano.

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En Uruguay, Onetti ejerció, durante más de cincuenta años, un involuntario liderazgo en nuestra vida cultural. Cada uno de sus libros era recibido como otro capítulo de una larga historia; como otra aproximación, todo lo indirecta que se quiera, a la memoria rioplatense de ese medio siglo. Quizás con Onetti muera asimismo un modo de hacer cultura, un ejercicio del rigor, un cateo en profundidad.

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