Romanos contra cartagineses
Una población silenciosa contempla con estupor el nuevo aspecto del teatro romano de Sagunto
La noticia no es nueva. Es más grande. Ha crecido como el cadáver de lonesco cuando se ha situado de cuerpo presente. No en vano se trata de un asunto teatral. El teatro romano de Sagunto, cuyas tareas de restauración y rehabilitación concluirán a comienzos del verano, se ha convertido en el centro de una polémica que ha ganado encono popular al compás de las obras y, sobre todo, cuando se revela ahora con toda la magnitud de la intervención. Basta una somera visita para tomar una posición apasionada. Giorgio Grassi y Manuel Portaceli, arquitectos de Milán y Valencia, han plasmado con tal rotundidad sus tesis que no cabe más que el respeto o el odio apasionado.
Las autoridades lo defienden en público, pero prácticamente todo el pueblo de Sagunto, desde la farmacéutica al guardia urbano, desde los camareros a los jubilados de Altos Hornos, braman contra el efecto Grassi. "En Italia no se habría atrevido a hacer una cosa así", declaraba la que despachaba en una papelería ubicada a menos de cien metros del teatro. "Mi mujer tenía la ilusión de tener una casa por allí. Su madre tenía el corral pegado a las ruinas, pero ahora dice que le entran ganas de llorar cuando se acerca", decía el dueño de un bar.¿Qué es lo que se ha hecho? La idea central que ha gobernado la intervención reposa en el siguiente postulado: siendo la obra de Sagunto sólo en parte genuina, debido a las sucesivas restauraciones desde 1930, el objetivo se centraría en levantar un teatro romano completo siguiendo las directrices de una minuciosa investigación. La ciudad cuenta ahora con un foro funcional para conciertos, representaciones, cualquier cosa, a cambio de perder la emoción simbólica de las ruinas. En menos de dos años, les han cambiado un teatro del siglo I, con sus averías, por un establecimiento reluciente del siglo XXI. Ni el alma ni el cuerpo ciudadano se hallaban dispuestos para este salto a la velocidad de la luz. Lo que era un graderío decrépito y oscuro donde crecían jaramugos ha sido revestido de una piedra caliza de Teruel similar al travertino, y ahora crecen barandillas de metal. Lo que desde la cávea o anfiteatro era un amplio paisaje de naranjales ha sido cegado por un alto y poderoso muro. "Muro carcelario", "pared de ambulatorio de la Seguridad Social", dice la gente. Pero para cualquier descrédito poseen respuesta culta y progresista los arquitectos.
Progresismo proverbial
El talante progresista de Giorgio Grassi es proverbial. Él fue, entre el grupo de arquitectos izquierdistas italianos que cobraron fama en los años setenta -Aldo Rossi, Vittorio Gregotti, entre ellos-, el primer revolucionario. Por ese tiempo atacaba la arquitectura de moda alegando que la historia facilita suficiente número de modelos aplicables a las preguntas arquitectónicas". ¿Ha actuado en consecuencia? Manuel Portaceli, su colaborador, experto ex profesor de Historia de la Arquitectura en la Escuela de Valencia, puede explicarlo. Portaceli y Grassi, compañeros en congresos internacionales y dúo en otra restauraciones españolas de menor entidad, como, por ejemplo, en Xátiva fueron elegidos por el, entonces director general del Patrimonio, Tomás Llorens (ex director del Reina Sofía, actual director de la Fundación Thyssen), para la reconstrucción del teatro romano.
En ese tiempo, comienzos de los ochenta, con el impulso de Llorens, la Consejería de Cultuira emprendió tres grandes proyectos: el Museo Valenciano de Arte Moderno (IVAM), a cargo de los arquitectos Giménez y Salvadores; el Museo de San Pío V, rehabilitación de Portaceli, y el teatro romano de Sagunto. El responsable de la Consejería de Cultura era, a la sazón, el socialista Cipriano Císcar, cabeza de lista del PSOE por Valencia en las pasadas elecciones.
Las filiaciones políticas no son vanas en la polémica. A primera vista, en la pugna saguntina, las izquierdas se alinearían con el proyecto de Grassi y las derechas clamarían en contra. Las derechas serían los romanos, y la izquierda, los invasores, asaltadores y destructores cartagineses.
El hecho, por ejemplo, de que el diario conservador Las Provincias haya sido el. más beligerante en la defensa de las ruinas y que un miembro del comité ejecutivo del PP de Valencia, Juan Marco Molines, tenga presentado un recurso contra las obras, basándose en preceptos de la Ley del Patrimonio, parecen avalar la hipótesis. No resulta ser, sin embargo, tan sencillo. No parecen existir contactos coordinados. El mismo Marco declaraba: "A mí Las Provincias no me ha apoyado nunca". La directora tampoco lo reconoce.
Criterios estéticos sin filiación política y rencores de orden local alimentan la disputa. El conocido temperamento enérgico de la directora del diario, María Consuelo Reyna, como del también sanguíneo abogado Juan Marco ("tengo un carácter muy dificil", asegura), son parte de los lances. En la raíz del recurso legal de Molines se encuentra su enfrentamiento en 1986 con el ex consejero Cipriano Císcar y acaso su nostalgia como delegado del Ministerio de Cultura y de la Secretaría de Estado para la Información de 1979 a 1982.
En cuanto al reforzado ataque de Las Provincias contra la Consejería de Cultura, se cruza, en diagnóstico de esta última, la enemistad entre Reyna y el actual titular, José María Morera, en el cargo desde hace seis meses y, por tanto, ajeno al proyecto. José María Morera, conocido director teatral y miembro del PSOE, opina que Reyna practica con él una política de persecución maniaca. Ella, compartiendo su sillón de despacho con un perro carlino, replica: "Morera está majara". "Declaró que quería convertir todas las iglesias en lugares lúdicos y hacer salas cinematográficas en todos los locales que hubieran sido por un cine". José María Morera fue director de la Mostra de Cine de Valencia entre 1989 y 1991, y ya brotaron discrepancias. ¿Política? ¿Rechazo visceral? De todo un poco.
Entretanto, mientras Las Provincias ataca y la población clama en privado, los hombres y centros de la cultura apenas han intervenido. Aparte de alguna otra opinión aislada, sólo el director de la Academia de Bellas Artes de San Carlos, Felipe María Garín (padre del que fue director del Prado), y José María Lozano, catedrático de Proyectos de la Politécnica, han participado con informes técnicos.
'Meninfotisme'
¿Cómo explicar este silencio que contrasta con el amplio malestar que se percibe en la calle? Pero, además, ¿cómo no ha producido otra protesta pública que unas pintadas en latín con textos de Tito Livio? Algunos trabajadores de Sagunto opinan que es una consecuencia del meninfotisme (pasotismo) valenciano. Profesionales arguyen que la gente no pudo entender el alcance de las obras a través de los planos y maquetas que se expusieron en el Ayuntamiento de Sagunto hace tres anos.
En Sagunto, sin embargo, la sensibilidad por las ruinas ha gestado un Centro Arqueológico que cuenta con 400 socios y una tradición de 35 años. Su presidente es Francisco Muñoz, un arquitecto de 45 años. En el interior, el centro, se han manifestado furibundamente en contra, pero sólo con moderación en público.
La razón, según aclara Francisco Muñoz, es que sus subvenciones proceden del Ayuntamiento socialista y de la caja de ahorros, controlada por socialistas. Pero además pueden llegar más abundantes de la consejería socialista, con la que negocian ahora para adquirir un estatuto de más rango.
No pocos arquitectos locales defienden otras soluciones técnicas para la conservación del teatro, pero no han luchado poco por ellas. En realidad, el proyecto no le gusta personalmente ni al mismo alcalde socialista, Manuel Girona, que también es socio del Centro Arqueológico. Pero dice: la responsabilidad es del anterior municipio con mayoría del CDS e independientes que concedieron la licencia. Y sentencia: "Yo habría querido otra clase de reconstrucción, pero ésta es la que tenernos". En opinión personal de Francisco Muñoz, los arquitectos y responsables oficiales han desarrollado un proyecto que por escandaloso y único en el mundo les aportaría repercusión internacional. El presupuesto ha sido de 450 millones, y se calcula que al fin rondará los 1.000. La anterior intervención, en 1978, fue de 2.001.033 pesetas.
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