Locos a la carta
No sé si una persona con sentido común entenderá lo que está pasando con el arte y los artistas del País Vasco. Me imagino que ignorará cuáles pudieron ser las razones por las que Santos Iñurrieta arremetiera contra la obra de Agustín Ibarrola en las calles de Vitoria. Probablemente solucíonará el dilema con la consabida y nada precisa frase, tantas veces oída: "Es que los artistas están todos locos". Y quizá sea verdad. Lo de la locura del creador es una de las ideas heredadas del Romanticismo que justifica una determinada forma de ver y sentir la realidad del mundo. Cabe decir que de locos está el mundo lleno, y que hay locos geniales, locos cuerdos, locos poetas, y, también, locos de atar.Pudiera ser que Santos Iñurrieta se sintiera obnubílado por causas desconocidas, que una extraña ceguera se apoderara de todos sus sentidos y que creyera ver en lo que era un grupo escultórico de Agustín Ibarrola una suerte de gigantes endemoniados, y que por unos instantes se transformase en un nuevo Don Quijote, dispuesto a deshacer entuertos en nombre de una causa supuestamente justa y necesaria, la del Arte.
El derribo del ídolo
Me imagino que a nadie convencerá esta interpretación, porque los eventos siempre acostumbran, con su habitual tenacidad, a no ser tan literarios. La acción podía haber quedado como algo anecdótico, frívolo incluso, si no fuera porque la persona dañada en este caso no es la primera vez que sufre ese tipo de agreliones. ¿Por qué Ibarrola, y no otro? es la pregunta que se hará cualquier persona desconfiada. Puede que se trate de verdadera mala fortuna, un cúmulo de malditas casualidades. Santos Iñurrieta paseaba tranquilamente por la ciudad y de pronto se dio cuenta de que aquel espacio urbano tan querido y conocido estaba ocupado por alguien que no era él, y, entonces, sin recabar información sobre la persona u obra que había osado en connivencia con el concejal de Cultura, un hombre que en su pasado actuó como cronometrador de pruebas de atletismo, usurpar el lugar para sí destinado, lleno de cólera derribó aquella especie de ídolo extranjero. Siempre habrá quien se lo crea.
El hecho es preocupante y debería motivar a la reflexión. Quien utiliza la violencia, aunque sea a pequeña escala, como medio para llamar la atención, o para la consecución de unos fines concretos, está justificando esa otra violencia a gran escala que acaba destruyendo vidas y destrozando la convivencia, y en algunos casos dividiendo países. Y eso sí que es una locura peligrosa. La otra, la del artista romántico, no deja de ser un saludable ejercicio inofensivo.
es escritor
Babelia
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