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El alma campesina

La reacción contra el acuerdo agrícola tiene su origen en el apego de los franceses a la tierra

"La labranza y el pastoreo son las dos tetas de Francia", decía en el siglo XVII el duque de Sully, ministro de Enrique IV. Si la sentencia no es hoy totalmente exacta desde el punto de vista económico, sigue siéndolo desde el cultural. La Francia del tren de alta velocidad, el Concorde y el minitel todavía es una nación profundamente rural. Para los franceses el alma de su país está en el campo y de ahí la feroz resistencia colectiva a aceptar el acuerdo de Washington.

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Cuando, el pasado martes, el Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos (INSEE) anunció que las rentas de los agricultores bajarán este año en Francia un 5,9% -en 1991 ya habían menguado un 2,2%-, la noticia no sólo angustió a los directamente interesados, sino que entristeció también a la mayoría de sus compatriotas. Trabajadores de la industria automovilística o empleados de las agencias de viajes, especialistas en informática o profesores en la Sorbona, los franceses mantienen una vieja y profunda relación amorosa con la tierra.La pasión por la buena comida, el conocimiento en materia de quesos y el culto a los vinos son manifestaciones de esa relación. Nada aterra tanto a los franceses como esa imagen de desertificación de los verdes y bien cuidados campos de su país, de abandono y ruina de sus limpias, hermosas y confortables localidades rurales que, según los sindicatos agrícolas, provocaría la aceptación del acuerdo suscrito en Washington por los "tecnócratas sin alma" de la Comisión Europea.

Cuando los franceses hablan de la France profonde están haciendo alusión a esos campos y a esas localidades. Quedan allí, según el INSEE, un total de 890.000 explotaciones agrícolas. Dan empleo esas explotaciones a 1.260.000 personas, el 6,1% de la población laboral activa. Su trabajo representa el 3,6% del Producto Interior Bruto (PIB), un porcentaje al que habría que añadir el 3,2% representado por las industrias de la alimentación.

En esa France profonde se genera el 23,8% de la producción agrícola de la Comunidad Europea (CE). Son frutas y verduras, cereales y aceites, leches y quesos, uvas y vinos, vacas y ovejas que convierten a este país en la principal potencia verde europea. Pero, además, Francia es, después de Estados Unidos, el segundo exportador mundial de productos agroalimentarios. Las ventas al exterior de los frutos de la tierra -el 16'5% del total de las exportaciones francesas- ascendieron en 1991 a 186.000 millones de francos. El excedente generado por la agricultura en el comercio exterior fue de 44.000 millones de francos.

Barbecho y muerte

Esos datos ayudan a entender por qué son tan dolorosas para Francia las concesiones a los norteamericanos aceptadas por la Comisión Europea. "La agricultura francesa, la primera de la CE, acaba de recibir con el compromiso de Washington un nuevo y violento choque cuando todavía no se había repuesto del que representó, hace seis meses, la adopción de la nueva Política Agraria Común (PAC)", escribe François Grosrichard en Le Monde.

Los acuerdos de Washington, que significan una reducción del 21% de las exportaciones agrícolas subvencionadas, llueven, en efecto, sobre mojado. La reforma de la PAC decidida por los Doce el pasado mayo ya fue muy mal recibida por la France profonde. Esa reforma le supone una reducción de entre el 15% y el 29% de los precios garantizados de muchos de sus productos. Y además le obliga a dejar en barbecho el 15% de la superficie cultivada. Para los campesinos franceses, barbecho es sinónimo de muerte, y la muerte es el fantasma que les atormenta desde hace unos años.

En 1969 el holandés Sicco Mansholt, entonces vicepresidente de la Comisión Europea, predijo una revolución agrícola que, en poco tiempo, reduciría a la mitad el número de trabajadores del campo. La experiencia francesa le ha dado la razón. Francia contaba en 1970 con 1,6 millones de explotaciones agrícolas; hoy son 890.000. Hace dos décadas trabajaban en el campo 3 millones de franceses, ahora lo hacen 1,26 millones. Representaba entonces la agricultura el 16,3% del PIB; ahora el 3,6%.

Si las tendencias actuales se confirman, en el año 2000 sólo quedarán en la France profonde 300.000 explotaciones y 700.000 trabajadores, según los cálculos del INSEE. El panorama pone los pelos de punta al mundo rural y deprime al urbano.

Movilización permanente

Pero los agricultores franceses resisten con uñas y dientes. Tienen una influencia política muy superior a su no despreciable peso económico. Están bien organizados, participan masivamente en las consultas electorales, son activos e incluso radicales a la hora de las protestas callejeras y, además, cuentan con la simpatía de sus compatriotas.

Desde hace un año la France profonde está en situación de movilización permanente. Una movilización que recuerda a las jacqueries, las revueltas contra el poder feudal en los tiempos del Antiguo Régimen, y cuyo momento culminante fue la manifestación del 29 de septiembre de 1991, cuando 200.000 campesinos circularon por las calles de París lanzado un mensaje de socorro dirigido a la colectividad nacional.

Los parisienses les acogieron con simpatía. Todas las cadenas de televisión filmaron la imagen de la niña que había colocado una pancarta en un balcón de los bulevares: "Cuando sea mayor, quiero que todavía haya campesinos". Aquella niña simbolizó lo que hoy lleva a los franceses a, como hizo su ancestro Astérix, enfrentarse al imperio y, si es menester, a todo el mundo.

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