Los clavos en su sitio
¿Cómo explicarlo? La undécima edición de Arco, tras tantas y tantas batallas, se presenta físicamente como una radiante avenida flanqueada de frondosos árboles. Estamos en plena apoteosis de fastos conmemorativos, y, en la parte que nos toca, he aquí que nos encontramos con un Madrid con vertido en la capital cultural de Europa; Ifema inaugura su nueva sede intergaláctica, y el resultado es una sucesión de espacios, tan crecidos en anchura y altura, que a más de un galerista no le importaría cambiarlo por el de su sede original. Mejor aún: uno se pasea por el recinto ferial en la víspera de la inauguración, y todo parece funcionar como un reloj suizo: las paredes no se caen ni se desgarran, los focos iluminan, las obras llegan a tiempo, y hasta si alguien se le ocurre pedir un martillo se encuentra con él en las manos en un santiamén.¿Qué ha pasado? ¿Nos habremos vuelto repentinamente alemanes? ¿Somos ya, por fin, europeos? Ya sé que esto de ser más o menos europeos es una cuestión que suscita polémica, pero si se interpreta desde la mo desta perspectiva de encontrar los clavos en su sitio, después de intentarlo fallidamente durante siglos, qué quieren que les diga, a mí no me parece mal. Bien o mal, la situa ción de esta edición de Arco es, marco y funcionamiento, profesionalmente la mejor de todas las celebradas hasta el momento, lo que tampoco quiere decir que ahora que somos capaces de demostrar fehacientemente nuestra condición de europeos no nos falle, sin embargo, Europa, que, según se nos dice, está en crisis.
Lo de la crisis del mercado internacional evidentemente se nota, y se nota porque esta rutilante presencia de grandes firmas del comercio artístico mundial, que en progresión creciente solían acudir cada año a Arco, ha quedado en esta ocasión, a simple vista, mermada, salvo unas pocas excepciones. Era algo que se esperaba, pues no en balde llevamos un par de años de purga tras los anteriore excesos. No obstante, lo que nadie se esperaba, o al menos yo, es la admirable determinación para afrontar ese tan anunciado mal tiempo con buena cara.
Encomiable entusiasmo
El caso es que todo lo encogida que se presente la oferta internacional, además del lustroso y bien engrasado marco que ha proporcionado el nuevo recinto. ferial, las galerías españolas han sabido responder a la crisis con encomiable entusiasmo y se han comportado como si la crisis fuera una ficción, en lo cual, dicho sea de paso, han acertado, porque no hay algo más ficticio que una crisis de arte anunciada, independientemente de que se haga más o menos negocio. ¿Será acaso la alegría del pobre? Si es así, se trata de una alegría más que justificada, porque, a tenor de nuestro aún más que depauperado mercado de arte actual, la crisis sigue siendo para nosotros algo ajeno, algo que les pasa a los alemanes, a los suizos, o a los franceses, ya que nuestro mercado nada tiene todavía que perder.
Nosotros, en realidad, lo único que por el momento podemos perder en la ilusión y, por ende, el público, y ese corolario suyo que es la publicidad.
No lo sé, pues aun sin haberse inaugurado oficialmente y sin haber abierto sus puertas a ese público, no me atrevo a aventurar ociosas especulaciones. En todo caso, con crisis o sin crisis, si el público falla en esta undécima edición de Arco, de 1992, fallará paradójicamente justo en el momento en que esta feria de arte contemporáneo ha logrado manifestarse más clara y concisamente como una excelente feria; cuando se ha hecho más profesional y europea, y cuando, en fin, sus organizadores han echado más y mejor la casa por la ventana en pro de esa todavía dificil aventura que significa comercializar el arte contemporáneo en nuestro país.
Babelia
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