Fallece en Barcelona, a los 71 años, el actor Pau Garsaball
El veterano actor, empresario y director catalán Pau Garsaball i Torrens (Granollers, Barcelona, 1920) falleció a las 5.50 de ayer en Barcelona, a los 71 años a causa de un agravamiento de la insuficiencia respiratoria que padecía. Pau Garsaball, que cumplía este año sus bodas de oro con el teatro, fue uno de los actores más populares de la escena y de la televisión catalanas.
Pau Garsaball, uno de los actores catalanes más populares de la década de los cincuenta, protagonista de algunos de los más estrepitosos y multitudinarios estrenos de Josep Maria de Sagarra (L'hercu i la forastera, Les vinyes del Priorat ... ) en el Romea; el actor que se paseó por toda Cataluña, durante tres temporadas triunfales, con Bala perduda, la comedia de Lluís Elias, y que en 1971 estrenó en el Capsa, del que era empresario, El retaule del flautista, el gran éxito de Jordi Teixidor, se consideraba, según sus propias palabras, "un actor poco aprovechado".La historia del actor Pau Garsaball es una historia poco corriente y ejemplar. No procedía de una familia de artistas. Nació por casualidad en Granollers, donde a la sazón (abril de 1920) su padre trabajaba como empleado de la Red Catalana de Ferrocarriles. Su madre era hija de un mesonero de Reus (Tarragona), donde de pequeña aprendió la odiar a los cómicos que se las piraban sin pagar la cuenta. A los 16 años, el padre de Pau lo matriculó en la Academia Cots de Barcelona, para que el chico aprendiese contabilidad, pero el chico, a escondidas de su padre, se matriculó a su vez en el Institut del Teatre. Quería ser actor o, como él mismo me decía, quería ser cualquier cosa menos contable. Estudió el curso 1936-1937 y parte del 1938 en el Institut del Teatre. Sus profesores se llamaron Marta Grau, Joaquín Montero, Joan Alavedra y Enric Giménez, de quien guardaba mejor recuerdo.
A los 18 años hizo la guerra, formando parte de la denominada quinta del biberón. De regreso de la misma, en 1941 y tras un, corto cautiverio, volvió a matricularse en el Institut, pero aquel mismo año, en septiembre, dejó las clases y debutó como meritorio en el Poliorama, con La casa de la Troya, con la compañía de Paco Melgares. Sus compañeros se llamaban Josep Maria Angelat, Lluís Tomer, Fernando Rey, José María Rodero... Al disolverse la compañía, en 1943, trabajó durante unos meses con Paco Martínez Soria, para pasar luego a la compañía de María Fernanda Ladrón de Guevara, en un repertorio de alta comedia, como se decía entonces. Garsaball era el galán joven. Debutó en Santander con La enemiga.
Frente a él se abría una brillantísima carrera en Madrid. Tenía tan sólo 25 años y era ya uno de los galanes mejor pagados del teatro español. Al año siguiente lo contrató la actriz Esperanza Navarro y precisamente entonces, en la primavera de 1946, con 26 años recién cumplidos, Pau Garsaball, representando un dramón de Echegaray en un teatro de Vitoria, recibió la noticia de que habían vuelto a autorizarse las representaciones de teatro en catalán (prohibidas desde el final de la guerra civil). El actor no se lo pensó dos veces: abandonó su más que posible brillantísima carrera madrileña y se puso a las órdenes de la compañía de Pius Daví. Y el 5 de julio de 1946, en el escenario del desaparecido teatro Barcelona, Garsaball debutó profesionalmente en la escena catalana con la reposición de Lhostal de la Glòria, de Sagarra.
Teatro catalán
De Arniches y Muñoz Seca, de La enemiga y Echegaray Garsaball pasaba al teatro como servicio público, al teatro en catalán, signo de identidad, y algo más, para la Cataluña vencida y humillada de la posguerra. Siempre ansió Garsaball hacer otro teatro que no fuese el de Amiches, el de Muñoz Seca, el de Sagarra, el de Elias. incluso aquel Retaule del flautista que tantas -tantas para aquellos años- pesetitas le dio.Pero no tuvo suerte, de ahí lo del actor poco o mal aprovechado, como él solía decir.Se equivocaba. Y encima lo sabía, pero su orgullo de autodidacta, de anarquista de las tablas, obligado a vestirse el frac, no quería reconocerlo. Garsaball era un actor más intuitivo, más temperamental que otra cosa. Pertenecía al linaje de los más grandes, con los que trabajó: Daví, la Vila, la Morera, Gimbernat, la Baró, Ventayols... Él era, cierto, más leído, más curioso que algunos de ellos; pero, en definitiva, era como ellos, una bestia teatral, un actor con una gran presencia, con una gran autoridad, dotado de una memoria prodigiosa, con una voz espléndida. Decía los versos de Sagarra como ya nadie los dice, salvo Paquita Ferrándiz y Rosa Maria Sardá. Con él desaparece, y esta vez va en serio, toda una época del teatro catalán. Una de las mejores.
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