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El escritor José Saramago, investido doctor 'honoris causa' por Sevilla

El autor portugués afirma que su última novela es la reflexión de un ateo sobre la religión

"Es hora de mirar, de una vez, al Sur, respetar el Sur, pensar en el Sur". Este fue el mensaje que el escritor portugués José Saramago dijo ayer al auditorio que le acompañó durante su investidura como doctor honoris causa por la Universidad de Sevilla. El autor de Memorial del convento centra también la atención literaria estos días por su última obra, El Evangelio según jesucristo, libro que Saramago define como el mejor y el más complejo, porque reúne una serie de temas, implícitos en toda su obra anterior, sobre la Iglesia como entidad administradora de cuerpos y almas.

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El éxito inmediato de las primeras ediciones brasileña y portuguesa del Evangelio de Saramago -ambas agotadas en pocos días- ha molestado a la jerarquía católica, siempre pronta a levantar la amenaza inquisitorial contra los sacrilegos autores de versiones heterodoxas de la vida de Cristo, pero temerosa de provocar un caso Rushdie lusitano, que ayudaría a aumentar la difusión del libro peligroso. Silencio, pues, de los teólogos, pese a las muchas provocaciones de la prensa, en cuanto algunos sacerdotes emiten críticas prudentes, que van del elogio literario de la novela en nombre de la libertad artística a la acusación de "oportunismo comercial" de un "ateo convicto y confeso".La última novela de Saramago "se entrometió de manera fortuita" en su vida hace un par de años, en Sevilla, cuando creyó haber visto, en un escaparate, el título Evangelio según Jesucristo. Y de esta ilusión óptica nació y se impuso progresivamente la idea de escribir sobre "el momento fundador del cristianismo" un libro que "recoge las reflexiones de un ateo sobre la religión".

¿Es un ajuste de cuentas con Dios, según escribió algún crítico, o un ajuste de cuentas de Saramago, miembro del partido comunista portugués, con la Iglesia católica? El autor responde, con humor, que fue siempre "asiduo visitante de iglesias" y no pasé por ninguna "crisis o experiencia mística." "Esta circunstancia me confiere mayor autoridad para enjuiciar una sociedad y una cultura, la nuestra, moldeada por el cristianismo", dice.

El poder temporal

¿Fueron entonces los acontecimientos de la actualidad, el hecho de acabar de cumplir 69 años, los que llevaron a Saramago a sentirse interpelado por Dios? "Dios no existe para mí, pero existe para los demás. No es posible actualmente imaginar una sociedad sin Dios. Un Estado puede decretar que 'Dios deja de existir a partir de hoy', puede acabar con el culto, modificar comportamientos, pero no sus raíces profundas, que permanecen en cada individuo y en la colectividad. La URSS, de hoy lo prueba".En este sentido, Saramago admite que su Evangelio puede ser una reacción personal "al poder temporal, espiritual, político, de la Iglesia sobre la sociedad en que vivo y su acción sobre mí", que le hizo "sentir que había llegado el momento de encarar frontalmente el problema, de clarificar y explicitar una serie de opiniones dispersas" en toda su obra anterior.

La primera es, paradójicamente, la "ocultación de Dios", hoy reducido a una palabra casi abstracta, por lo que Saramago llama "una curiosa inversión del orden de las potencias trascendentales" como "resultado de la más brillante operación de mercadotecnia de la historia". Ésta consistió en "transformar casi nada -el papel de María, madre de Jesús, en los tres evangelios de Marcos, Mateo y Lucas- en casi todo, o sea, el culto mariano transformado en obsesión de nuestros tiempos". "Según los tres evangelistas mayores", prosigue Saramago "Jesús estaba solo cuando murió en la cruz, y es Juan quien la coloca estratégicamente en el Calvario para oír la famosa frase: "Mujer, he ahí a tu hijo", que fue el origen de toda la operación de intermediación, enriquecida por la Iglesia con el paso del tiempo, y la aparición de miles ,de santos, potencias menores, pero con el poder de interferir en el destino de los hombres y de los pueblos. Si Jesús aún está presente en la iconografia católica, Dios desapareció por completo. Pero éste parece ser el destino común de todas las religiones, y de los,ideólogos cuyo pensamiento hecho poder se convirtió en dogma".

¿La religión sigue siendo el opio del pueblo? Saramago piensa que no se puede decretarla muerte de Dios, pero que es posible, en determinados momentos y de acuerdo con determinados intereses, "activarlo, hacerlo más presente". Y es lo que acontece actualmente, con una corriente tradicionalista que, en el interior de la Iglesia, vuelve a agitar imágenes que estaban adormecidas en la mente de mucha gente, hablando de Dios, del diablo, del pecado, del paraíso, del infierno.

Un movimiento opuesto a la apertura de la Iglesia al mundo que la hizo más sensible a los problemas humanos: los curas obreros, Juan XXIII, el Vaticano II, las teologías de la liberación".

Según Saramago, "la Iglesia, que perdió probablemente cualquier esperanza en la salvación de las almas, está interesada en la administración de los cuerpos". A pesar de ser comunista, Sararnago no comparte la fe de los marxistas en el progreso de la humanidad, y piensa, al contrario, que "la historia está abierta y que todo lo acontecido puede volver a acontecer, incluidos los episodios más horribles, las matanzas, el racismo, el nazismo".

Y es natural que la Iglesia, que fue durante siglos "un poder temporal formidable", piense poder volver a tener, por la vía "espiritual y moral", una influencia tan fuerte y provechosa sobre el poder político como el que tuvo cuando coronaba reyes y emperadores.

¿No decía Napoleón que restauró el culto católico después de la Revolución Francesa porque "un pueblo sin religión es un barco sin timón"? Saramago admite que en el futuro "puede acontecer que todo el mundo llegue a la conclusión de que Dios está muerto, pero es mejor no enterrarlo".

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