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La batalla del 'Baltica'

Los tripulantes del pesquero vasco no daban crédito. Uno de los marineros más jóvenes no tardó ni un segundo en descorrer la bruma de la irrealidad gritando: "Son los de Grinpi, los de Grinpi". Desde popa, los ecologistas sonrieron agradecidos mientras, de reojo, no perdían de vista su objetivo: el Baltica. Este carguero alemán era la percha de amarre por la que Greenpeace se había decidido a lustrar el casco de uno de sus ocho barcos con las aguas del Cantábrico. El joven respondió con un aplauso entusiasta y el capitán, Bart Terwiel, fundió el aplauso con un guiño que presagiaba aires de victoria.Aquella tarde se cenaron anchoas a bordo del MV Greenpeace. Hanno se encargó de prepararlas. Orondo, panzudo, trabajador y tierno. A sus 52 años, este berlinés ha dedicado toda su vida a la mar. "Siempre haciendo algo, pero me gusta. Llevo más de treinta años trabajando en todo tipo de barcos", dice.

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En una tripulación de 25 personas de 10 nacionalidades diferentes, Hanno comparte los trucos de la mar con los novatos, sirve de chico para todo y es capaz de enseñarle a la cocinera Frances Gallagher a limpiar anchoas mientras se come una cruda.

Esta bióloga irlandesa ha cambiado las especies en extinción por una alimentación sana y equilibrada de verdad. Los estómagos de los ocho vegetarianos del MV Greenpeace y los del resto de la tripulación se lo agradecen a diario. "La cocina exige una gran dedicación que a veces se transforma en esclavitud", comenta.

El mar y la oficina

Esta maquinaria transnacional de la ecología divide su actividad remunerada entre dos aguas: las campañas a bordo de su flotilla conservacionista y la "gris pero necesaria tarea de la oficina". Habla Carlos Bravo, uno de los dos jóvenes que desplegó en el Baltica la pancarta "Residuos tóxicos, devolver al productor". Es el responsable de nucleares de la oficina de Greenpeace en Madrid desde enero. La defensa del Cantábrico le ha arrojado por primera vez a un barco de Greenpeace.

Es el recorrido habitual de los que trabajan en Greenpeace. Primero la oficina y después solicitar el embarque para alguna campaña. Las tripulaciones varían cada seis meses. Al principio nadie se conoce entre sí, pero el denominador común de "defender la naturaleza hace sintonizar a todo el grupo", dice Rochelle Constantine, una neozelandesa de 23 años que estrena campaña.

La pizarra en el comedor informa sobre los preparativos de la jornada. Presidiendo su negrura, una frase escrita nada más fondear frente a Bilbao: "Algo está pasando aquí". Cuatro días más tarde, la Guardia Civil se encargó de interpretar lo que tenía que pasar: rajódos zodiac de Greenpeace y detuvo a cinco ecologistas. El Baltica, cargado con 1.700 toneladas de residuos tóxicos, entraba a las ocho de la tarde en la capital vizcaína, truncando así los iniciales aires de victoria dibujados con un guiño por el joven capitán canadiense.

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