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Nueve años de traspiés

El cine y la televisión del Estado, RTVE, no sólo están condenados a entenderse sino que, al menos orgánicamente, tienen el mismo padre: el Gobierno, desde hace nueve años responsabilidad del PSOE. El cine español, raquítico, y RTVE, hipertrofiada, son dos enfermos necesitados del gota de gota. Las relaciones de esos enfermos con el médico nunca han salido del traspiés.José María Calviño, Miró, Luis Solana, Jordi García Candau han sido los sucesivos gestores del Gobierno para sanear RTVE. Pilar Miró, Fernando Méndez-Leite, Miguel Marías y Enrique Balmaseda lo fueron para el Instituto de Cinematografía del Ministerio de Cultura. Pero ha dado lo mismo, porque ambas partes no sólo sufren hoy de peor salud sino que -por la indecisión gubernamental y sus bandazos desde el intervencionismo a la libertad de mercado-, se ha llegado a la parálisis.

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Los profesionales del cine español exigen al Gobierno que cumpla sus compromisos

La guerra del cine

El penúltimo choque fue la guerra del cine de 1989, provocada por la introducción por parte del ministro de Cultura Jorge Semprún de un neoliberalismo que, pretendiendo corregir el funcionamiento tramposo de la política de subvenciones, llevó al cine español al punto de a quien Dios se la dé, San Pedro se la bendiga. Los profesionales amenazaron con la huelga e incluso desenterraron la vieja aspiración democrática de un Congreso del Cine Español que desembocara en una auténtica Ley de Cine.

Cuando Cultura anunció hace meses un proyecto de Plan de Bases que implicaba a varios ministerios en la problemática y aumentaba los fondos públicos, los profesionales y la Administración parecieron muy contentos y solazados, como si hubiera habido mano de santo. Sin embargo, aún hoy los profesionales no tienen en sus manos ese proyecto.

Hoy se llega al punto que todos temían: no hay dinero para el cine. Y no lo hay porque RTVE, que debería -como otras europeas- estar produciendo películas para contrarrestar el peso estadounidense en la grande y en la pequeña pantalla, resulta que sólo tiene dinero para concursos de encefalograma plano o culebrones idiotas y para seguir comprando material norteamericano.

El espectador de a pie se pregunta por qué, después de tanta maniobra -incluso orquestal, incluso en la oscuridad-, sigue sin verse la presunta voluntad política de resolver los problemas: el espectador quisiera que el gobierno y los profesionales dijeran a las claras si hay que romper la baraja. Por ejemplo, que el Gobierno diga que la solución es prohibir por decreto el cine español. O que los profesionales digan que a partir de ahora sólo están para rodar anuncios. Y que al cine español le parta un rayo.

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