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TREINTA DÍAS EN EL PAÍS DE LOS 'SÓVIETS'

Los piratas del Amur

Alfonso Armada

El tigre de Manchuria asciende hasta el paralelo 49, la latitud de Komsomolsk na Amure, una ciudad de 300.000 habitantes levantada en parte por condenados a trabajos forzados en los años treinta en el Extremo Oriente soviético. La avenida de Lenin atraviesa una ciudad que desde el tren que llega al amanecer procedente de Jabarovsk parece una pesadilla: todos los edificios son iguales. En el centro, como en Ufa, como en tantas ciudades soviéticas, los consabidos edificios estalinistas de los años cincuenta y tranvías. Es una ciudad industrial fría, fea y desolada. En el río Amur, la economía sumergida ha desplegado sus propios barcos piratas.

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Si el Volga ha sido considerado siempre como el río materno de la URSS, el Amur, en el Extremo Oriente, es el gran padre. Con 4.416 kilómetros de longitud, incluidos sus afluentes, su caudal sirve en buena parte de frontera fluvial entre la Unión Soviética y la República Popular China.En febrero del año pasado, cerca de Verjnie Jalbi, a la otra orilla del Amur (Komsomolsk na Amure es un perfil de chimeneas humeantes contra el sol poniente), mataron a un enorme tigre que había devorado ocho perros y sembrado el temor entre los habitantes de la aldea. Las casas no tienen retrete, y hacerlo a la intemperie con la amenaza de las garras de un tigre no resultaba nada placentero. Vinieron dos cazadores de Jabarovsk y le esperaron toda la noche subidos a un tejado. Los pescadores del Amur muestran regocijados la foto de la víctima. Pero su caza está prohibida.

Hay veda, pero gran número de motoras fondean en el centro del río. Echan sus redes y cobran algunas piezas hermosas, sobre todo carpas y esturiones (hasta tres kilos y medio de caviar guardaba en su seno un ejemplar de un metro y medio). Anatoli Ulianovich, piloto de los inspectores del río, lleva un gorro de artillero de la II Guerra Mundial. Su lancha es la más rápida de esta parte del río. Es martes y el inspector que ha de hacer la ronda con Anatoli se muestra reticente. Le encarga que dé una vuelta por él y que trate de conseguir pan fresco. Anatoli, nostálgico de Stalin (del orden -"estadísticamente había menos crímenes"- y de las tiendas bien provistas), también confió en Gorbachov, pero se ha ido desilusionando por completo. Piensa que todo ha empeorado, aunque reconoce que el mal está en el sistema: "Lo que es de todos no es de nadie", sentencia. No entiende el Premio Nobel a Gorbachov y hace lo que sus jefes.

Un buen negocio

Se acerca a las lanchas de los pescadores y observa el interior de las bañeras. Bromea diciendo que se trata de un negocio bien montado: ellos hacen la vista gorda, los pescadores les regalan unos cuantos peces y pueden así seguir faenando. El acuerdo es beneficioso para los furtivos y para los inspectores. Pero Anatoli se queja de que nadie cumpla las leyes y de que el Amur no es el que era. "Hace 20 años, con una sola vez que lanzaban los aparejos llenaban el barco, pero las fábricas de Komsomolsk, como las de Jabarovsk -celulosas y químicas-, hacen sus vertidos en el río. Algunas tienen filtros, pero no funcionan".

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No es fácil encontrar pan fresco. Anatoli recala en los pequeños puertos de la orilla, en las afueras de Verjnie Jalbi, en Belgó. En Vérjñaya Tambovka -una veintena de casas de madera en torno a una calle embarrada y el tendido eléctrico-, una cola de mujeres y perros espera a que Larisa termine de hornear. Es un horno de leña. Larisa, que lleva dos años de panadera, no vende a quien no reside en el pueblo. Anatoli se ha ganado su confianza y la ayuda a sacar los panes del horno. Tendrá que esperar a que salgan con sus raciones los lugareños. Entre la cola de mujeres, una extraña. Larisa se niega a venderle un solo pan. La forastera apela a las otras mujeres. "Vosotras podéis encontraros en mi misma situación". Ninguna se da por aludida. La mujer se va renegando de sus congéneres. Anatoli, compadecido, le regalará uno de sus panes.

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