Gaudí y Macià ,unidos en la desgracia
Por fin, un cierto sector de la ciudadanía barcelonesa se está manifestando contra los graves errores de la continuidad del templo de la Sagrada Familia. Después de tantos años insistiendo en la gravedad de estos errores, ante una indiferencia mantenida gracias al contrapeso de la religiosidad diocesana del catalanismo, el tema empieza a. salir a la calle precisamente cuando los disparates se culminan con la presencia de las esculturas ornamentales y simbólicas de Subirachs. Como siempre, ha hecho falta llegar a disciplinas y lenguajes más divulgados para que la gente -críticos incluidos- entienda los buenos o os malos caminos trazados por la arquitectura. ¡Bien venida sea la escultura de Subirachs porque, quizás, gracias a ella se entenderá el asesinato arquitectónico que allí se está perpetrando desde hace 30 años!Sin ningún rastro de auténticos testimonios de Gaudí, con un programa que parece una réplica cristiana a los integrismos de la política islámica, con una plástica y una técnica intransmisibles con simples instrumentos proyectuales -reinterpretadas al margen de cualquier pálpito cultural de la historia o de la actualidad-, la nueva fachada de la Pasión es un chiste pernicioso cuya carga demoniaca el público no ha acabado de comprender hasta que se ha explicitado más claramente con las esculturas de Subirachs, el único escultor a quien se podía recurrir porque pertenece a la misma asepsia cultural. En los primeros años cincuenta pedíamos que no se empeñasen en la continuación del templo en términos falsamente gaudinianos; en los sesenta ofrecíamos opiniones y estudios para modificar la vía errónea; en los setenta pedíamos ya el derribo de la abominable obra nueva, y ahora ha llegado el momento de exigir responsabilidades.
Protección del patrimonio
¿No existe en la Generalitat un servicio de protección al patrimonio artístico, que se reúne periódicamente y que discute y dictamina retóricamente, por ejemplo, la permanencia de un busto incrustado en las ruinas de la Casa de la Carassa, que prohíbe modificar una escalera adocenada del adocenado palacio Nacional, que obliga al apuntalamiento de viejas fachadas sin otra calidad que la nostalgia, que protege entornos incluso con programas estilísticos? Y el Ayuntamiento de Barcelona, ¿no tiene unos servicios de disciplina urbanística y unas oficinas encargadas de defender los edificios y los conjuntos urbanos, que ha llegado a prohibir en el Ensanche determinados materiales y determinados ritmos de ventanas para un alambicado respeto a la calidad un tanto discutible de la arquitectura del primer novecientos barcelonés? Pero por lo visto, ni la Generalitat ni el Ayuntamiento consideran demasiado grave atentar contra la Sagrada Familia, que es, por lo menos, la obra más divulgada de Gaudí. Es decir, la degradación de la obra original, con la pegatina de un entorno nuevo que la caricaturiza, no ha merecido la atención ni el dictamen del llamado Consell del Patrimoni Cultural de Catalunya, ni el Ayuntamiento de Barcelona ha exigido la habitual licencia de edificación. La Sagrada Famila es como una chabola suburbial: no tiene licencia municipal y nadie se atreve a pararla. No se sabe si es desprecio o ignorancia. 0, simplemente, temores de resonancia electoral al enfrentarse con problemas que alguien ha rentabilizado con una falsa popularización.
Estos errores culturales por parte de las administraciones no siempre se plantean como ausencias, sino, a veces, como presencias excesivamente beligerantes en batallas inútiles e inconfesables. Un buen ejemplo es lo que está ocurriendo con el monumento al president Macià en la plaza de Catalunya. Los recuerdos de Gaudí y Macià parecen unidos en la misma desgracia.
Hace unos años se convocó un concurso internacional para este monumento. El jurado, presidido por Eduardo Chillida, dio el premio al proyecto del arquitecto Vaquero Turcios, que luego fue refrendado en una especie de voto popular. El proyecto tenía la ventaja de una cierta discreción frente a la complicada morfología de, la plaza: cuatro rayos de luz verticales, que incluso eran mejorables limpiando algunos esfuerzos ornamentales y simbólicos en su punto de arranque.
Discusiones
A partir del resultado de este concurso empezó una larga discusión entre la Generalitat y el Ayuntamiento, que arrancó de la disconformidad de este último respecto al monumento y a su ubicación. El argumento era que el proyecto era malo y además técnicamente irrealizable; pero malas lenguas afirman que en la batalla había también ciertos resquemores socialistas ante el hecho de dedicar el centro de la ciudad a homenajear un político cuya beligerancia catalanista y hasta separatista no iba a beneficiar excesivamente su posición popular.
Con la acusación de calidad insuficiente, se propuso cambiar de autor y de lugar. Se habló de Piñón-Viaplana, de Clavé, de Garcés-Soria, y hasta de la adaptación de un Llimona y de la compra de un Maillol. Se habló de la plaza Maciá, del paseo de Gracia y de no sé cuántas aproximaciones más. Los nombres tenían una buena intención cultural frente a lo que en diversos aspectos representaba el arquitecto madrileño ganador del concurso. Pero el tema fundamental era el cambio del emplazamiento con la excusa del cambio del proyecto.
El resultado final ha sido el chiste de su mismo planteamiento. Por fin se construye el monumento en un lugar todavía más vistoso de la misma plaza de Catalunya, pero ahora, en vez de la amable discreción de los cuatro haces de luz, habrá una tremenda escultura de Subirachs, seguramente lo peor de toda su producción. Es decir, la batalla de las instituciones ha sido fatal: el Ayuntamiento no ha logrado cambiar el emplazamiento y, de tanto utilizar la excusa de la calidad, ha logrado que se sustituya el primer proyecto por uno que es mucho peor. Habrá que esperar que se termine ese monumento para organizar otra manifestación reclamando más seriedad y más solvencia a los responsables de nuestra cultura y evitar que, después de tantos esfuerzos para traer hasta Barcelona arquitectos y escultores de calidad reconocida, la escultura de Subirachs se convierta por tamaño, emplazamiento y carga simbólica, en la imagen más representativa, aunque culturalmente más distante, de la ciudad del 92.
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