Una asistencia selectiva
Uno de los temas que sin duda ha de suscitar cierta discusión en tomo a la presente edición de Arco es el anuncio de la toma de ciertas medidas destinadas a lograr una asistencia de público menos masiva y más selectiva que lo que ha sido hasta ahora la tónica habitual en la trayectoria de la feria internacional de arte madrileña.Lo cierto es que la historia de Arco ha estado marcada por un factor curioso -no ocioso, como veremos- e inhabitual en términos generales para lo que son las ferias internacionales artísticas de este corte. Me refiero, por supuesto, a su muy temprana conversión en un fenómeno relativamente masivo, un acontecimiento artístico destinado al consumo de un público sorprendentemente extenso, mucho más amplio de hecho del que visita habitualmente el contexto español de las galerías de arte.
El fenómeno tiene su origen en un equívoco que, a mi juicio, cumple un papel estratégicamente beneficioso en la en ningún modo fácil historia inicial de Arco, pero que a la larga -y de ahí las medidas que actualmente se toman- es un lastre en los engranajes de desarrollo de la feria. Desde un inicio, fomentado tanto desde la propia organización del certamen como desde el tipo de resonancia dada al fenómeno por los medios de comunicación, se creó la imagen de un Arco como gran acontecimiento cultural abierto a todos, como un gran encuentro internacional -o al menos con vocación intemacional en ese período inicial- donde se combinaba la idea de encuentro del mercado del arte con el de una suerte de debate en tomo al estado de la cuestión en el panorama plástico del momento. De ahí la importancia que siempre se le ha dado, y aún se le sigue dando, a un amplio conjunto de actividades (conferencias, debates, seminarios, ciclos de vídeo o conciertos) complementarias a lo que propiamente es la misma feria. Y en ese sentido apuntaban también aquellas voces críticas que reclamaban un mejor plantearniento de la oferta de obras y concepción de los puestos no tanto con criterios de elevación de la calidad operativa de la feria como en un sentido estrictamente expositivo, como si de una suerte de bienal se tratara y no de una feria de arte.
En el período de nacimiento de la feria, cuando era una voluntad que se asentaba sobre la realidad, más bien incierta, del precario mercado español del arte y de la, entre curiosa e indiferente, atención que nuestro contexto despertaba en los circuitos internacionales -lo que levantó voces cuestionando la viabilidad o coherencia de un proyecto como Arco, como mecanismo sobredimensionado con respecto a la realidad del país-, ese valor añadido de gran acontecimiento cultural dirigido a una amplia audiencia fue, -en mi opinión, un oportuno banderín de enganche, en la medida en que obtuvo un eco de difusión y audiencia sorprendente que garantizó el nada fácil afianzamiento y crecimiento de la feria, tanto respecto a su dimensión nacional como internacional.
Sin embargo, una feria de arte como Arco no es ni mucho menos, al menos en el sentido dado hasta ahora, un acontecimiento cultural de masas, sino, ante todo, un encuentro operativo de mercado, funcional y prioritariamente destinado a los -en un sentido muy amplio, pues engloba en ello de modo principal a los propios coleccionistas- profesionales del medio. De hecho, las ferias de cualquier otro sector de actividad restringen su entrada en un sentido infinitamente más radical que el planteado por Arco (apenas planteado como algunas medidas disuasorias) a su correspondiente colectivo de profesionales de los distintos sectores implicados en el mercado en cuestión.
Sin llegar a planteamientos tan drásticos, parece oportuna la iniciativa apuntada por la organización de Arco en este año -y que sin duda habrá de ser perfeccionada en la práctica- en su intención de obtener una audiencia general más limitada, más circunscrita a los distintos colectivos del propio medio, que permita una mayor fluidez de funcionamiento en la actividad que constituye la razón de ser -y en definitiva el motor principal- de una feria como Arco.
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