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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El vértigo

EN EL principio fue la alegría, después vino el estupor y la perplejidad, y ahora -quién lo iba a decir-, un cierto temor. La rapidez de sucesión de sentimientos que en Occidente suscitan los cambios en la ex Europa del Este (hoy Europa central) es casi tan vertiginosa como los acontecimientos mismos. La ola de entusiasmo general por el fin de las dictaduras -que alcanzó su paroxismo con la apertura del muro de Berlín- fue sustituida pronto por el asombro ante la profundidad de los cambios que comenzaban a operarse. Ahora, jefes de Gobierno y politólogos no disimulan su preocupación por la inestabilidad política y social que puede provocar una excesiva aceleración de los procesos en curso.Apenas 50 días ha durado como nuevo jefe de Estado de la República Democrática Alemana Egon Krenz, el oscuro funcionario que sustituyó al viejo dinosaurio Eric Honecker para iniciar un proceso de reformas. Dimisiones en cadena y arrestos domiciliarios anuncian una rápida descomposición del sistema. En Checoslovaquia, un Gobierno apenas ha durado dos días, y el primer ministro -un reformista indiscutido- encuentra enormes problemas para formar uno de recambio que no sea rechazado por la oposición.

Jefes de Estado que duran dos meses; Gobiernos que caen a los dos días. La palabra revolución aplicada a los cambios que se están produciendo en los antiguos regímenes comunistas de Europa no parece exagerada. El poder comienza a desparramarse por la calle. ¿Hay alguien que pueda recogerlo? Hace unos días se analizaban en estas mismas páginas las fuerzas de oposición que están surgiendo en aquellos países. En muchos casos se trata de organizaciones en formación y en proceso de depuración -la presencia de fuerzas muy heterogéneas en algunas de ellas recuerda a la platajunta de la transición española- a las que la accesión directa al poder político les llegaría con demasiada antelación.

Los procesos políticos de cambio profundo requieren tiempo. En España, el primer Gobierno de la Monarquía, presidido por Arias Navarro, duró seis meses, se tardó un año más en convocar las primeras elecciones democráticas y aún fue preciso otro año y medio para aprobar una Constitución. Apurar los procesos históricos conlleva riesgos enormes. En el caso de Europa, la descomposición total de los viejos sistemas del Pacto de Varsovia sin que ni siquiera se haya empezado a esbozar un orden que sustituya al de Yalta justifica muchas de las aprensiones que se están manifestando en los últimos días.

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