Chile, ante su destino
EL MUNDO entero está pendiente de lo que vaya a ocurrir en el plebiscito de mañana en Chile. En el curso de los últimos meses, desde que las fuerzas políticas chilenas decidieron aceptar el reto que supone participar en el referéndum, se ha despertado una gran esperanza. El triunfo del no aparece como la vía hacia la recuperación de la democracia. La mayor parte de los sondeos indica una superioridad de esta opción, algunos con diferencias sustanciales. Pero es insoslayable la pregunta: en ese caso, ¿qué hará Pinochet? Y otra pregunta, quizá más importante: ¿qué harán las fuerzas armadas? La transición a la democracia exige, además de la voluntad mayoritaria de la ciudadanía, una disposición negociadora de los que detentan los instrumentos del poder y, principalmente, de los militares.¿Es ilusorio pensar en una transición pacífica? La propia Constitución impuesta por Pinochet en 1980 establece que, si el candidato presentado por, los jefes militares -en el caso presente, Pinochet- no obtiene mayoría, se deberán celebrar elecciones parlamentarias y presidenciales un año después. Existe, pues, un cauce para que el no en el plebiscito lleve a la elección democrática de un presidente. Pero la puesta en práctica de esa vía, en la eventualidad de que triunfe el no, depende en gran medida de que la oposición y los militares acierten a ponerse de acuerdo sobre las formas de la transición.
Frente a la perspectiva de una transición ordenada, la campaña de Pinochet se basa en identificar el no con el caos y el triunfo del "marxismo" para provocar el miedo de las capas medias. El carácter de esta campaña da a entender que, si ganase la oposición, surgirían situaciones de violencia. En la coyuntura presente, el miedo al desorden es, probablemente, lo que más daño puede hacer a la causa del no.
La posibilidad de una transición pacífica a la democracia se presenta en Chile en unas condiciones difíciles y excepcionales. Es cierto que en el curso de la campaña electoral, con el retorno de los exiliados, la libertad de, prensa, las concentraciones masivas en favor del no, el pueblo ha empezado a respirar aires de democracia. Pero el Gobierno, además de aplicar toda clase de discriminaciones en la campaña electoral, sigue utilizando métodos represivos, que han causado incluso la muerte de un joven el domingo pasado. Todo el sistema coactivo de la dictadura sigue en pie. Por ello, existen peligros reales de falsificación de los resultados. En tales condiciones, la presencia de observadores extranjeros puede ser decisiva para que se logre saber de verdad el voto emitido por los chilenos. La aportación en ese orden de los partidos españoles reviste hoy particular significación. Pinochet no ha escondido su indignación ante la llegada de delegaciones extranjeras. Ello subraya el valor de su presencia.
Mientras el Cono Sur de América ha conocido en la última década un proceso de democratización que ha puesto fin a varias dictaduras militares, Chile ha sido hasta ahora la trágica excepción. La represión y la falta de libertad, los sufrimientos del pueblo, han determinado una sensibilización particular de la opinión pública española ante los acontecimientos de Chile. Por otra parte, la experiencia de la transición democrática en España ha sido fuente de inspiración para los chilenos en sus esfuerzos por reconquistar la democracia. Así se han ido tejiendo lazos entrañables de amistad entre los demócratas de ambos países.
Los partidos políticos españoles, lo mismo que numerosas figuras de la cultura y del arte, han apoyado de manera inequívoca la campaña en favor del restablecimiento de la democracia en Chile. La actitud vergonzosa de algunos portavoces de Alianza Popular, proclamando a su partido "neutral", ha provocado protestas incluso entre los miembros del propio grupo político. Es absurdo invocar en este caso la necesidad de respetar la soberanía de un país extranjero. Nadie pone en cuestión esa soberanía: precisamente lo que hace falta es que los chilenos puedan decidir ellos mismos su futuro. Y para ello necesitan la solidaridad de los demócratas de otros países, y concretamente de los españoles.
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