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36º FESTIVAL DE SAN SEBASTÍAN

La imagen de Región, en 'El aire de un crimen'

OCTAVI MARTI ENVIADO ESPECIAL, Se ha presentado dentro de la competición oficial la película de Antonio Isasi-lsasmendi El aire de un crimen, basada en la novela homónima de Juan Benet. Se trata de la primera visualización de la geografía imaginada por el escritor, una geografía de la que incluso existen planos detalladísimos, pero de la que no teníamos fotografía alguna. Macerta, Bocentellas, el fuerte de San Mamud, las altas montañas peladas que aíslan este espacio imaginario de sus vecinos reales, región de Galicia, Asturias o León; todo ese universo lo ha encontrado Isasi-lsasmendi en los distintos pueblos en los que ha rodado. Y lo cierto es que la imagen se impone muy rápidamente, que esa Región de cine funciona de manera autónoma respecto a la Región novelesca, aunque quizá sea demasiado luminosa y de colores vivos -la fotografía de Joan Gelpi tiene ese estilo- en la pantalla.

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La historia de El aire de un crimen, que tiene varios puntos de contacto con la contada en El extraño viaje, está muy bien construida en su peculiar registro de policiaco rural. La acción transcurre a principios de los años cincuenta, en una España pobre, en la que las autoridades tienen un gran poder que acostumbra a estar al servicio de las operaciones de compra y venta de los propietarios más importantes. Todo arranca con un asesinato y cuerpo guardado dentro de una enorme tinaja repleta de vino, cuerpo que más tarde se convierte en otro. Para explicar esas dos muertes, la película se remonta en el tiempo y, más que una investigación, nos propone un drama.Lo mejor de la película es su solidez, la seguridad con que está narrada, la credibilidad que destilan paisaje y decorados y el buen trabajo de los actores, con mención especial para el casi debutante José María Mazo. Lo menos convincente es el tiempo que dedica a los desplazamientos físicos de los personajes, que acaban siendo muchos, y una cierta falta de confianza en el espectador que lleva a excesos explicativos.

Confirmando el buen nivel medio del cine español presente en San Sebastián se proyectó en la sesión informativa otra curiosa película vasca, Viento de cólera, un western medieval y minimal que juega con un argumento escaso, pocos personajes, menos luz y una marcada predilección por situar a los protagonistas en plano general y a punto de salirse de él. Rodada en el valle de Baztan, con la presencia convincente de Juan Echanove como bastardo que lucha para que se le reconozcan sus derechos a la propiedad, Viento de cólera tiene el encanto de la rareza.

No hay, en cambio, rareza alguna en La amiga, coproducción entre Alemania y Argentina dirigida por Jeanine Meerapfel, que enfrenta, encabezando el reparto, a Cipe Lincovski y Liv Ullman, la segunda en un papel de madre de la plaza de Mayo que encarna con ese rostro que tan bien expresa el dolor y la sorpresa de no comprender nada.

Dictadura argentina

La amiga es otra película sobre la siniestra dictadura militar argentina, y aunque dé cierta vergüenza escribir la palabra otra ante el drama de los desaparecidos es la más adecuada. La cursilería y sentimentalismo con que está planteada La amiga, así como sus muchas ducias de realización, invalidan toda la buena fe de su discurso.

Fuera de concurso se ha presentado otra producción británica, Testimony, de Tony Palmer, un cineasta que procede del documentalismo y la televisión, que ya ha biografiado a otros músicos -Wagner y Puccini- antes de abordar los años más difíciles de la vida de Shostakovich y llevarlos a la pantalla en formato panorámico y blanco y negro. En el filme, basado. en las memorias del músico escritas por Salomón Volkov, son tan importantes los problemas creativos o de subsistencia del creador como las secuencias dedicadas a restituirnos el contexto histórico de la URSS de las purgas estalinistas o en guerra contra el ejército nazi. Palmer habla del destino de alguien que consiguió librarse del terror, un artista que, a pesar de haber caído en desgracia y ser criticado en público por Jdanov y ver cómo su obra era calificada de caos chirriante, logró escapar a la suerte de 31 millones de compatriotas suyos, deportados, desaparecidos, asesinados o ajusticiados después de procesos escandalosos. Esta evocación de época, que no es rigurosa en cuanto a fechas, no está realizada en clave realista, aunque se recurra a menudo a los documentales. El director opta por fusionar diversas técnicas de acercamiento a la realidad, mezclando la visión subjetiva que se deriva de las memorias, la representación simbólica cargada de connotaciones psicoanalíticas o el material que proporcionan las imágenes idealizadoras de las ficciones soviéticas de la época. El resultado, que es técnicamente muy bueno, aparece artísticamente más dudoso, pues frente a momentos extraordinarios otros nos acercan más a Disneylandia que a la sociedad soviética de los treinta, algo lógico para los planteamientos de Palmer, que son los de un Ken Russell sin humor.

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