Shakespeare y otros muchos: versiones y diversiones de teatro
El pasado día 15 de marzo el último telediario nos ofreció dos momentos de la representación de Julio César, de Shakespeare, en el Centro Dramático Nacional, en versión de Manuel Vázquez Montalbán. Sin embargo, quien esto escribe tuvo la extraña sensación de que conocía las palabras. Tras comprobar que diferían de las usadas por Astrana Marín y José María Valverde en sus respectivas versiones, pude ver que, en efecto, coincidían literalmente en la primera escena y literalmente en la segunda con versos de mi traducción de la obra.Más tarde, un cotejo con la versión castellana del señor Vázquez Montalbán que publica el Centro Dramático Nacional reveló la transcripción fiel de unos 120 versos de mi texto y la adaptación de otros 130, todos ellos espaciados de manera diversa a lo largo de la obra (no entro en las coincidencias de los trozos en prosa, que, por cierto, en esta versión aparecen en verso). Además de lo puramente literal o cuantitativo, y prescindiendo de enunciados directos (que no escasean en el original y pueden hacer semejantes a versiones distintas), se observan de principio a fin pasajes paralelos de diversa extensión que demuestran la dependencia de un texto respecto del otro.
Esta dependencia también se manifiesta en la adopción o adaptación de mis soluciones a los pocos juegos de palabras y a algunos de los famosos aciertos expresivos del original (recogidos normalmente en diccionarios de citas ingleses), lo que difícilmente puede ser fruto de la casualidad.
Al informar de las traducciones de que dice haberse rodeado para preparar su versión, el señor Vázquez Montalbán tiene la cortesía de citar mi traducción junto a la catalana de Sagarra y las castellanas de Astrana y de Valverde. Es un consuelo. Lo habitual en adaptaciones o versiones para la representación es no reconocer la deuda. Porque no se trata solamente de una cuestión personal: lo ocurrido refleja una práctica generalizada y es síntoma de un estado de cosas. Como el asunto es complejo, me limitaré a tres aspectos.
Garantías
Al poner en escena obras extranjeras, especialmente las clásicas, habría que demostrar un poco más de sensibilidad para la autenticidad textual. Actualmente, entre el poder del director de escena, la preferencia por el espectáculo y la proliferación de adaptadores y autores de versiones no parece que haya muchas esperanzas de cambio. A veces vale todo con tal de "perderles el respeto a los clásicos". Ahora bien, tratándose de una actividad sufragada con fondos públicos tenemos derecho a exigir no sólo calidad, sino también garantías.
Una versión podrá ser atractiva por sí misma, pero ¿guarda relación con la obra original? Tal vez sea cierto que la carne de gato sabe mejor que la de liebre, pero sería de agradecer que no se nos diera una por otra. En todo caso, ¿hasta qué punto es necesaria la nueva versión? ¿A quién se le encomienda? En una discutible operación de mercadotecnia se buscan afanosamente nombres sonados para adaptar a clásicos extranjeros. Los resultados suelen ser poco memorables y culturalmente deformantes.
Traducir literariamente a Sófocles o a Shakespeare es una forma de creación poética. La reciente ley de Propiedad Intelectual protege expresamente al traductor y establece las vías administrativas y judiciales que pueden seguir quienes vean lesionados sus derechos. Sin embargo, uno de los fines de cualquier ley, al menos en sociedades civilizadas, no es tanto reprimir como prevenir. Sería, pues, deseable que el mundo del teatro tuviese en cuenta una ley emanada del ministerio que lo mantiene. Estará en su derecho a no trabajar con traducciones solventes, pero en tal caso debe asegurarse de que las adaptaciones o versiones cumplen el requisito legal (y moral) de ser verdaderamente diferentes de las obras de que derivan o en que se basan. La mejor manera de demostrarlo es publicar el texto utilizado (lo que no tiene por qué ser costoso) o, si ya está publicado, hacer referencia a la edición. En cualquier caso no se avanzará mucho en la traducción de textos clásicos si los traductores viven en el temor de que su obra presente y futura no va a ser respetada.
Las traducciones de teatro latino o griego precisan de unos conocimientos especializados y una investigación concreta de carácter textual, literario y teatral. Sus autores suelen ser especialistas, generalmente universitarios, muchos de los cuales no carecen de aptitud literaria. Shakespeare requiere un tratamiento semejante. Ni su inglés es el de ahora ni su lengua dramática es fácil. Su teatro (lo dice Lluís Pasqual) exige mucho, y en España se hace muy poco. Hace unos dos años se preguntaba un crítico si veríamos alguna vez una tragedia de Shakespeare hecha por españoles en la que todo funcionase. Lo más probable es que todo siga igual si no se cuenta con suficientes garantías textuales y no se parte de una base de conocimientos especiales imprescindibles. A este respecto, los españoles todavía nos parecemos a los viejos biógrafos de Shakespeare, que se guiaban más por gustos personales e ideas preconcebidas que por hechos tangibles.
Digámoslo de una vez: España tiene una deuda pendiente con Shakespeare, tanto investigadora y literaria como teatral, y la mejor manera de ir pagándola unos y otros es trabajar con otro estilo, estudiándolo más y mejor y aceptándolo como es y no como quisiéramos que fuese. Una buena oportunidad para que investigación y cultura (y con ellas los respectivos ministerios) no sigan pareciendo mundos adversos.
Babelia
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