Memorias
El presidente Alfonsín vive y viaja con la muerte en los talones. Pero en esta película nadie encontrará el desenfado de las mejores obras de Hitchcock. La película que protagoniza Alfonsín es radicalmente seria y esencialmente una tragedia entre dos memorias, la memoria culpable de la plana mayor de los militares argentinos y la memoria herida e insaciable, venturosamente insaciable, de esas pesadísimas madres de la plaza de Mayo. Para el sector militar que se sublima en la persona de Aldo Rico, la muerte es una novia, un acto de servicio, un gesto, un rito, una regla que confirma toda clase de excepciones. Para las madres de la plaza de Mayo, la muerte es vivir sin saber cuándo, cómo, dónde murieron sus hijos como conejillos de Indias de una nueva fórmula de solución final de la lucha de clases.Comprendo que a un político pragmático le moleste esa obscena memoria que las madres de la plaza de Mayo le reconstruyen continuamente. En pleno vals del olvido y del pacto suena el grito, el ruido que rompe el canal de comunicación y coloca sobre las mesas más pulcras una confusión de restos humanos sin sepulturas conocidas. Mientras ellas vivan, ningún matarife podrá dormir tranquilo, aunque mucho me temo que cuando estas señoras desaparezcan, la historia universal reservará a su peripecia una línea del capítulo dedicado a los horrores pasteurizados por el tiempo. Pero que Alfonsín sepa que la obstinación de la memoria, para siempre rota, de las madres de la plaza de Mayo ha sido como el signo de la cruz frente a todos los intentos de Drácula por volver a sacar los colmillos. Si no hubiera sido por esa conciencia ética, tan externa a la intención de olvido social, la otra memoria, la del golpismo sangriento, se habría autorredimido, autodepurado, reciclado y recargado de razones históricas. Conviene que estas mujeres recuerden a los asesinos sus asesinatos, a los bien librados cómplices civiles sus complicidades y a los políticos pragmáticos el carácter excesivamente portátil y volátil de su propia memoria.
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