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FESTIVAL DE CINE DE SAN SEBASTIÁN

Cineastas independientes y olvidados se convierten en la máxima atracción

La búsqueda para el Festival de Cine de San Sebastián de una fisonomía propia y de un poder específico de convocatoria, que le distinga inequívocamente de sus más directos competidores de Berlín, Cannes y Venecia, comienza a dar frutos evidentes. Por un lado, la sección oficial competitiva siguió ayer adentrándose en la inteligente, y por ello arriesgada, opción de abrir la pantalla del Victoria Eugenia a aquellos cineastas independientes que se presentan como el inevitable e inmediato relevo de los cada día más gastados nombres de los directores consagrados. Por otro lado, las imaginativas secciones paralelas, sobre todo la dedicada a grandes películas y cineastas olvidados, colaboradores en la sombra a que este proyecto se convierta paso a paso en una clara realidad.

Las dos películas que concursaror ayer fueron la británica Temporada alta y la mexicana Lo del César. La primera está realizada por una mujer, Clare Peploe, nacida en Tanzania, educada en el Reino Unido y formada como cineasta en Italia.Es Temporada alta su primer largometraje, pero ha llegado a él con el oficio bien aprendido y las espaldas cubiertas por importantes trabajos en la sombra en películas tan serias como Noveccento, de Bernardo Bertolucci, y Zabriskie Point, de Michelangelo Antonioni.

Solidez

La solidez que esta escuela ha proporcionado a Clare Peploe se hace patente en cada secuencia de Temporada alta, y sobre todo en el aprovechamiento que la directora británica hace de comediantes tan experimentados corno Jacqueline Bisset, James Fox e Irene Papas, que, dirigidos en esta ocasión por una principiante, se desenvuelven en la pantalla como si estuvieran movidos por la mano precisa de los grandes maestros de actores con quienes trabajaron.La película es buena y tiene dentro algo más importante que su bondad: deja claramente ver que las futuras obras de esta directora pueden ser todavía mejores. De ser así, la busca de una nueva identidad para este festival de cine habría pasado de las buenas palabras a los buenos hechos.

La mexicana Lo del César es obra de Felipe Cazals, que hace dos años ganó una Concha de Plata con Los motivos de Luz, una película de ascética sencillez que se adentraba suavemente en un áspero asunto al que daba gran verosimilitud.

Historia suave

Lo del César sigue el camino contrario: penetra ásperamente en una historia mucho más suave de lo que parece, lo que le convierte en una película poco creíble.Hay en ella la fuerza habitual de este notable e irregular cineasta mexicano, que es capaz de erizar la atención del espectador en una secuencia y confundirle completamente en la siguiente. Es lo que ocurre en Lo del César comienza confusamente y gana precisión al final.

La película se inclina hacia la retórica, hacia un exceso de abstracciones sobrepuesto a una carencia de concreciones. Maneja pasiones descomunales: Poder, Locura, Transgresión, Violencia, Muerte, Cinismo. Pero a tanta opulenta mayúscula le faltan esas humildes minúsculas que son las que en el cine abren el camino a la verdad.

Mientras el festival avanza, sus alrededores se van animando. En estos alrededores, la tarde del domingo, en la conferencia de prensa del director del Instituto de la Cinematografía, Fernando Méndez Leite, sonó una buenísima noticia: el grifo abierto del actual descontrol de taquilla, que supone para el cine español una astronómica, fraudulenta y, mortal sangría, estimada oficialmente entre un 20% y un 30% de los ingresos netos del cine, va a comenzar a cerrarse el próximo año, con la puesta en marcha de un plan de automatización de la venta de entradas en al menos el 70% o el 80% de las salas de toda España.

La complicada operación, que resulta sin duda vital para la superviviencia de nuestro cine, mil veces anunciada y nunca comenzada, ha sido por fin encerrada en el ineludible compromiso de las fechas fijas.

La otra gran operación pendiente, que es la modernización del parque de salas, no tiene todavía fecha, pero sí el anuncio de una partida de 7.000 millones de pesetas destinados a convertir a las salas españolas en lugares de encuentro con el cine y no, como ocurre ahora, de desencuentro con él.

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