_
_
_
_
_
Tribuna:LA REBELIÓN MILITAR EN ARGENTINA
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El pasado que rehusa morir

El bestiario político rioplatense se ha visto enriquecido últimamente por la incorporación de personajes tales como el mayor Ernesto Barreiro, antes conocido sólo por sus hazañas de torturador, y el teniente coronel Aldo Rico, que, en cambio, es uno de los escasos oficiales argentinos que lograron mejorar su reputación en la guerra de las Malvinas. Es probable que su fama internacional sea efimera -ni siquiera ganarán la inmortalidad equívoca de un Tejero -, pero sería un error consignarlos al olvido.Es que, aunque no pudieron contar con la solidaridad de sus camaradas de armas, Barreiro y Rico son militares bastante representativos. No miente éste cuando afirma: "Esto es tan sólo la punta del iceberg'. Si bien son pocos los militares argentinos actualmente dispuestos a alzarse contra el Gobierno del presidente Raúl Alfonsín y -para ellos un factor más importante, contra sus propios mandos naturales - son mucho menos los que no comprenden los motivos de los rebeldes ni simpatizan con sus objetivos declarados.

Además, la fractura del Ejército tiene menos que ver con losmétodos empleados por los sublevados que con su sentido de la oportunidad. Los golpistas argentinos más avisados saben que es necesario esperar a que los higos maduren; desaprueban a jóvenes impetuosos que insisten en actuar a destiempo.

Siempre ha sido así. La historia argentina está salpicada de levantamientos, intentonas,cuartelazos, asonadas, sublevaciones, alzamientos; el léxico hispano tiene tantas palabras para denominar el fenómeno como el árabe para aludir al camello- que se frustraron ante la indife rencia del resto del cuerpo de oficiales y el repudio, expresado con vehemencia, de la opinión pública. Los golpes serios, aque llos que dan a luz un nuevo régimen dictatorial, son muy distintos. Se generan lentamente, otorgando a los jefes con mando de tropa el tiempo necesario para entretejer alianzas, preparar la base de sustento civil y, sobretodo, elaborar un ideario que, a sus ojos por lo menos, justifique y legitime la usurpación del poder. Por de pronto, las condiciones objetivas para semejante empresa no existen en Argentina. El Gobierno del presidente Alfonsín todavía goza de prestigio y, a pesar del peso de la crisis envolvente, cuenta con un amplio margen de maniobra. La opinión pública no ha comenzado a olvidar los fracasos y las humillaciones del proceso. Asimismo, por primera vez en la historia moderna del país, centenares de miles de argentinos temen verse incluidos en la nómina de víctimas de una nueva dictadura: en el pasado, casi todos consideraron un golpe como una alternativa política incruenta, hasta benigna; desde la guerra sucia, en que morirían de 10.000 a 30.000 personas -es significativo que nadie sepa cuántas-, ha desaparecido ta.mafia ingenuidad. Ahora, un golpe -y todos concuerdan en que el próximo sería mucho más brutal que los anteriores- es una cosa muy seria, de vida y muerte, y no, como antes, una opción más.

Sea como fuere, es un tanto prematuro confiar en que Argentina haya superado definitivamente la era de los regímenes mílitares. Los integrantes de las Fuerzas Armadas aún no se han curado de la convicción de que constituyen la reserva moral, la espina dorsal de la nación; que su función, tal cual la de un dios benévolo, consiste en velar por los intereses fundamentales del p país, defendiéndolo contra el marxismo, la disgregación y la pérdida de los valores cristianos, que, según ellos, son parte inseparable de su esencia o ser.

Ahora, por supuesto, el Ejército, lo mismo que la Armada y la Fuerza Aérea, está encabezado por demócratas como el general José Dante* Caridi, hombres respetuosos de la Constitución y dispuestos a enfrentarse con sus propios subordihados a fin de defender al Gobierno radical. -Sin embargo, estos mismos jefes siguen hablando un lenguaje virtualmente idéntico al de los en la actualidad encarcelados ex comandantes Videla, Massera y Agosti, que en el curso de su reinado pronunciaron miles de discursos en los que resaltaron su fe en la democracia y su adhesión a los principios encarnados en la Constituciónse lavó las manos ante las vicisitudes de los demócratas de su patio trasero, sino que manifestó su solidaridad para con el presidente Alfonsín.

La transición española

Únete a EL PAÍS para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete

Es común comparar la transición argentina con la española: términos como destape y tejerazo ya se han incorporado a la jerga política criolla. Y, en efecto, las dos experiencias son muy similares. Ello no obstante, las diferencias abundan. En primer lugar, la tradición democrática argentina, aunque maltratada y herida por el populismo y el militarismo, nunca ha tenido que refugiarse en las catacumbas, como la española, luego de la guerra civil. En segundo lugar, en cambio, el marco económico y diplomático en que la democracia argentina tendrá que consolidarse es muy inferior al que acompañaría los pinitos de la española.

Sí, ya sabemos que el comienzo de la democratización española coincidió con la crisis económica internacional desencadenada por la Organización de Países Exportadores de Petróleo, que para muchos el nivel de vida se ha deteriorado desde la muerte de Franco y que el paro ha alcanzado cifras aterradoras. Sea como fuere, en 1975 -y huelga decirlo ahora mismo- los españoles, acostumbrados a considerarse ciudadanos de un país pobre, gozan de una prosperidad que los argentinos, antaño orgullosos habitantes de un país rico, sólo pueden envidiar.

Además, España, con la posibilidad primero y después la realidad de su incorporación a la Comunidad Europea, siempre ha podido enfrentar el futuro con confianza, convencida de que la crisis era temporal. Pero para los argentinos, abrumados por una deuda externa de aproximadamente 57.000 millones de dólares que no pueden pagar, conscientes de su incapacidad para competir con las industrias extranjeras y con su moral socavada por una fuerte corriente inflacionaria, el futuro.se erige como una muralla impenetrable.

Para colmo, España, aun antes de solicitar su ingreso en el Mercado Común europeo, ya se sintió integrante de una comunidad supranacional. Argentina, empero, se sabe aislada: sin mucha convicción, el Gobierno radical trata de ubicarse proponiendo ora el latino americanismo, ora el atlantismo, ora el occidentalismo, ora el tercermundismo, como respuesta al problema.

Desde luego que los políticos e intelectuales argentinos contrastan, con justificada amargura, las palabras de aliento tan generosa y pródigamente pronunriadas por dirigentes norteameriranos y europeos con la ausencia de cualquier medida de ayuda concreta. Semejante incapacidad para contribuir con algo más que aplausos a la democratización argentina no sólo es hipócrita, también es miope. Hay dos maneras de matar: el asesinar y el no dejar vivir; los golpistas militares se encargarán de la primera alternativa, si las circunstancias lo permiten; los demás países denocráticos parecen resueltos a -umplir el segundo. pero igualnente mortífero papel.

James Neilson ha sido director de Buenos Aires Herald (1979-1986) y Río Negro, el más mportante diario de la Patagonia. Es autor le La vorágine argentina y Los hijos de Ariel

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_