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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La guerra que no tuvo lugar

AL FINAL, después de largas negociaciones, la anunciada guerra comercial entre la CE y Estados Unidos a propósito de las importaciones de maíz españolas no tendrá lugar gracias a las importantes concesiones que la CE ha hecho a los negociadores norteamericanos. El acuerdo, que teóricamente favorece a la ganadería española, puesto que permite la importación de cereales de Estados Unidos y otros países terceros a precios más bajos que los producidos en suelo nacional o los comunitarios, supone, no obstante, un grave peligro para el desarrollo de la política cerealista de nuestro país. Al mismo tiempo, los principales beneficiados serán las multinacionales productoras mientras el ganadero se puede ver sumergido en una fuerte especulación de precios.En los últimos años, la Administración ha alentado la producción autóctona de cereales pienso, para depender menos de las compras del exterior, justo en unos momentos en que ya se sabía que la adhesión a la CE iba a suponer la obligación de abastecerse con granos comunitarios, casi el doble de caros de las habituales compras a Estados Unidos. Los agricultores señalaron en su día que este factor supondría una pérdida de competitividad para la ganadería española.

Ahora la queja es justo la contraria, puesto que en el transcurso de estos meses, el sector ha comenzado a diversificar productos y sustituir el maíz norteamericano por importaciones de otros cereales comunitarios más baratos, como mandioca, trigo forrajero y cebada británica, al tiempo que los agricultores españoles han incrementado en 600.000 toneladas su producción de maíz, hasta situarla en 3,3 millones de toneladas; el consumo, por su parte, disminuyó de 6 a 4,5 millones.

El acuerdo adoptado por Bruselas, que supone aceptar prácticamente todas las exigencias de la Administración Reagan, pone pues, en entredicho, gran parte de la política seguida hasta ahora por Agricultura, puesto que la posibilidad de comprar en países terceros hasta dos millones de toneladas anuales, hasta 1990, de maíz a precios más bajos terminará supo iendo la asfixia para la producción nacional.

Las autoridades norteamericanas advirtieron desde el principio que no permanecerían impasibles ante una situación de este género, avanzando el argumento de que la pérdida de sus exportaciones no se debía a circunstancias de mercado sino al carácter proteccionista de la política agrícola de la Comunidad, que choca frontalmente con los principios de la libertad de comercio, y, tras unos meses de tanteos y negociaciones, anunciaron su intención de aplicar una tasa del 200% a una serie de productos agrícolas europeos, fundamentalmente coñá, queso, vino blanco y aceitunas de mesa. El valor de las importaciones norteamericanas de estos productos equivale a los 400 millones de dólares de pérdida de mercado que los agricultores norteamericanos, que fijaron la fecha. límite del 31 de enero para llegar a un acuerdo; de no ser así, la tasa del 200% se aplicaría automáticamente.

El acuerdo al que se ha llegado implica el establecimiento por parte de la CE de una cuota de importaciones de maíz y sorgo equivalente a más de la mitad de las importaciones de Portugal y España y a la concesión de desgravaciones aduaneras para una serie de productos manufacturados norteamericanos, de tal forma que Estados Unidos obtiene casi todo lo que pedía desde el principio. Las cuotas tendrán una vigencia de cuatro años, frente al carácter indefinido que reclamaban los negociadores norteamericanos.

El convenio favorece a España, pues podremos comprar maíz fuera de la CE (principalmente en Estados Unidos) con un arancel reducido. Pero es posible que no lleguemos a adquirir el total estipulado en el acuerdo, pues el encarecimiento de este producto como consecuencia de la aplicación del arancel común ha llevado a un cierto número de operadores a sustituir el maíz por cebada procedente del Reino Unido, al tiempo que se ha incrementado la plantación de maíz en España.

La prolongación de las negociaciones hasta casi el último minuto antes del límite impuesto por Estados Unidos, además de encajar perfectamente dentro de las costumbres comunitarias, no buscaba otro objetivo que el de hacer más presentable ante la opinión un acuerdo en el que la mayoría de las concesiones han sido hechas por los europeos. El problema que se plantea ahora es el de saber si realmente los negociadores de la CE no han ido demasiado lejos. Éste es el sentimiento de algunos observadores que piensan que las cartas europeas en la negociación no eran, después de todo, despreciables. Los negociadores comunitarios habían amenazado con imponer sobretasas a las importaciones degluten de maíz procedentes de Estados Unidos, pero este camino de las represalias tenía el peligro de iniciar una espiral proteccionista en la que se sabía dónde se empezaba pero no dónde se podía terminar. De ahí la sensación generalizada de alivio que ha producido la firma del acuerdo.

Los problemas, sin embargo, no terminan. El riesgo proteccionista sigue vigente en Estados Unidos, alimentado por el déficit exterior. Tras la batalla del maíz ya se perfila la del Airbus, acusado por los norteamericanos de beneficiarse de ayudas estatales incompatibles con el libre juego de los mecanismos del mercado. A su vez, las exportaciones agrícolas de Estados Unidos hacia Europa están amenazadas por el cambio en los hábitos de alimentación europeos, que tienden a consumir menos carne.

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