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Tribuna:
Tribuna
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La obra y la persona

Me piden que escriba unas líneas sobre lo que representó don Ramón Carande para los historiadores de la economía. Y a la vez me dan la noticia de que ha muerto. La recibo en Asturias, sin sus libros, sin sus trabajos, sin sus cartas. A pesar de ello, pienso que puedo y debo decir algo sobre lo que don Ramón Carande fue para quienes, como yo, se dedican al estudio de la economía del pasado.Don Ramón Carande era un humanista con muchos intereses. No tenía tiempo bastante para cuanto querría hacer. Se había formado con los hombres de la Institución Libre de Enseñanza por consejo (le don Antonio Flores de Lemus, se dedicó a la historia económica, siendo catedrático de Economía Política. Resultado de sus primeras investigaciones fue el trabajo Sevilla, fortaleza y mercado, que apareció en el Anuario de Historia del Derecho Español en 1925. Don Ramón Carande formaba parte de los impulsores del anuario y de la escuela que en el Centro de Estudios Históricos continuaba la labor comenzada por don Eduardo de Hinojosa: don Claudio Sánchez Albornoz, Galo Sánchez y Ramos Loscertales. Con don Ramón Carande desaparece, pues, el último historiador de aquel grupo insigne que tanto contribuyó a promover, de forma innovadora, las investigaciones de historia en España. Era hoy el único representante de aquella generación.

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El hecho de haber intensificado su trabajo en los años inmediatamente posteriores a la guerra civil y su presencia en la universidad de Sevilla y en la Real Academia de la Historia hacía que don Ramón Carande estuviera presente entre nosotros y accesible a quienes quisieran solicitar su consejo y su orientación. Estaba dispuesto a escuchar y a enseñar. Y su inteligencia y su gran sentido común hacían muy valiosas sus palabras.

Economía castellana

Cuando comenzó a publicar Carlos V y sus banqueros, en 1943, después de las debidas investigaciones en los archivos para documentarse sobre la economía en la época del emperador y sobre la Hacienda y gastos de la política de césar, vio la necesidad de presentar los rasgos básicos de la economía castellana durante el período objeto de su interés, y a ello dedicó el primer tomo de la obra. Los tomos segundo y tercero, en los que estudió la Hacienda y los caminos del oro y de la plata (el destino de las remesas indianas), mostraron el rigor de don Manuel Carande, su precisión al presentar los resultados de sus investigaciones y su acierto al exponerlos con prosa brillante y amena.

No le desalentó el hecho de haber perdido durante la guerra civil todos los materiales reunidos para escribir una historia de la economía castellana en la época de los monarcas de la dinastía Trastámara.

Había comenzado esta investigación por consejo de Flores de Lemus, y con el fin de que no resultase totalmente baldío el esfuerzo realizado, se esforzó en escribir, con lo que recordaba de los resultados, unas páginas que tituló La economía y la expansión ultramarina bajo el gobierno de los Reyes Católicos. Con ellas cerraba el ciclo de estudios dedicados a la baja Edad Media, después de editar el ya citado sobre Sevilla y el que dedicó a El obispo, el concejo y los regidores de Palencia (13521422), pubicado en 1932, en homenaje a Finke.

Hace unos cinco años aún tenía esperanzas de concluir las investigaciones a las que se dedicó en el último período de su vida: el estudio de las remesas que la Iglesia española enviaba a Roma durante la época del emperador. Ya había elegido el título del libro: Los dineros de San Pedro. Para escribirlo consultó los fondos de los archivos generales diocesanos e hizo todos los viajes necesarios para reunir los materiales precisos. Y esto cuando ya había cumplido los 90 años, sin que le arredrara viajar solo. Cifras y descripciones de la complicada maraña tributaria eclesiástica permanecen inéditas, por haber querido don Ramón Carande pagar antes una deuda de gratitud a quienes él llamaba sus acreedores preferentes: la Galería de raros, publicada en 1982, en la que desfilan personas a quienes él trató y que se caracterizaban casi todas por haber enseñado mucho, escribiendo poco o riada: eran raros no por ser excéntricos, que lo eran, sino en el sentido en que lo son las piedras preciosas.

Acaba de dejarnos uno de esos personajes raros en España: inteligente, trabajador, sencillo, afable y además con simpatía y gracia. Su memoria prodigiosa le hacía conversador amenísimo, sin que se repitiera jamás. A quienes hemos sido sus amigos y tuvimos la fortuna de tratarle nos queda algo más valioso aún que lo que está a disposición de los estudiosos y que es su obra impresa: nos queda el recuedo de la persona, en sus conversaciones, en sus rasgos de ingenio repentinos, imprevisibles, que podía mostrar refiriéndose a cosas en apariencia triviales y que surgían de forma espontánea.

Soy, como todos los historiadores españoles de hoy, un deudor de don Ramón Carande, incapaz de pagar a este acreedor preferente la gran deuda que tengo con él por sus enseñanzas, por su amistad y por haberme hecho conocer a su familia: María Rosa de la Torre y sus hijos Ramón y ]Bernardo, formaban con él un grupo enriquecido por la nueva generación de nietos que, en Sevilla, recibían a uno con generosidad de tiempo y de amistad. A los que quedan, un gran abrazo en este momento. A don Ramón, mi recuerdo imperecedero, lo mismo que mi gratitud.

Gonzalo Anes es catedrático de Historia Económica.

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